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El valor y la propiedad de las redes

Alvaro Pina Stranger
Por : Alvaro Pina Stranger Ph.D en Sociología en la Universidad Paris-Dauphine e Investigador asociado al ICSO, Universidad Diego Portales.
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El vínculo entre consumo y ciudadanía es, en efecto, una de las tesis centrales –y muy discutibles– del mundo liberal que hemos construido. Sin embargo, cuando las empresas de servicios de redes sociales utilizan nuestra identidad para generar ganancias, todos perdemos la capacidad de elegir en qué tipo de comercio queremos que nuestra identidad se vea implicada.


El anunciado monitoreo de los servicios de redes sociales por el gobierno ha generado malestar en algunos. Que el gobierno siga y estudie estos lugares sociales de opinión (y de acción, pues decir es hacer) no es sorprendente.
Digamos, primero que todo, que no hay nada que deba preocuparnos. Como las empresas, este gobierno sueña con predecir nuestros pensamientos y acciones. Sin embargo, para lograrlo, se debería poder articular las relaciones, su contenido, las trayectorias individuales y grupales, las controversias normativas, los intereses particulares, las motivaciones, la multiplicidad y la superposición de los diferentes círculos sociales, las afiliaciones organizacionales, los comportamientos, las estructuras relacionales, etc.

Muy pocos pueden pretender haber realmente logrado predecir un comportamiento, y cuando lo han hecho, se ha tratado siempre de espacios sociales y temporales específicos, limitados, experimentales. Es cierto que algunos economistas se atribuyen este poder predictivo, y, de hecho, con decirlo les basta para orientar todo y llevarnos al despeñadero. Pero ese es un fenómeno general que no tiene que ver con el espacio social específico de las redes sociales en línea, ni con este debate.

La columna de Jorge Fábrega y Pablo Paredes explica, con respecto al tema de la información privada en Internet, “el mundo en que vivimos”, pero no apunta, a mi parecer, a lo que realmente es problemático, a saber:
1) la manera en que las empresas de servicios de redes sociales (Facebook, Google, Myspace, etc.) acceden a la información privada, es decir, cómo se construye el valor de estas redes y;
2) el modo en que esta información es utilizada para generar ganancias, es decir, cómo se transforma ese valor en propiedad.

[cita]El vínculo entre consumo y ciudadanía es, en efecto, una de las tesis centrales –y muy discutibles– del mundo liberal que hemos construido. Sin embargo, cuando las empresas de servicios de redes sociales utilizan nuestra identidad para generar ganancias, todos perdemos la capacidad de elegir en qué tipo de comercio queremos que nuestra identidad se vea implicada.[/cita]

Sobre el primer punto, se debe saber que las empresas que diseñan las redes sociales en línea conciben los contratos de servicio de manera tal que los usuarios entreguen el máximo de información sobre ellos y sobre sus preferencias. La estrategia es simple, los contratos son opacos, contradictorios e ininteligibles. Traducido al contexto chileno, digamos que sus estrategias de venta y la manera en que gestionan a los clientes no tienen nada que envidiarle a La Polar. La información privada puede quedar capturada en sus bases de datos (como es el caso con Facebook), sin que los usuarios tengan el derecho efectivo de borrarla. Lo que está detrás de esta situación es, por una parte, la información con la que cuentan los usuarios sobre los datos que entregan y, por otra parte, el derecho de las personas a generar, modificar y suprimir su identidad numérica.

El segundo punto tiene que ver con la frontera entre lo político y lo económico, y sobre la propiedad del valor generado por esta información ¿Qué hacen las empresas con nuestra información privada? Lo sabemos. Venden. Venden la información o venden publicidad. Pero es una venta especial pues, la materia prima del producto, es nuestra identidad numérica. En general, cuando nosotros decidimos efectuar una transacción, cuando nos comprometemos en un acto comercial, lo hacemos de manera consciente y, es de esperar, siguiendo algún criterio político, ético o estético.

El comercio de los productos “bio”, el “comercio justo” o el desarrollo de empresas socialmente responsables se fundan en esta relación entre el acto de comprar y las preferencias o ideales políticos de las personas. El vínculo entre consumo y ciudadanía es, en efecto, una de las tesis centrales –y muy discutibles– del mundo liberal que hemos construido. Sin embargo, cuando las empresas de servicios de redes sociales utilizan nuestra identidad para generar ganancias, todos perdemos la capacidad de elegir en qué tipo de comercio queremos que nuestra identidad se vea implicada. Perdemos la capacidad de elegir el tipo de empresas, negocios o sectores de actividad que queremos favorecer (por ejemplo, el sastre del pueblo en vez de La Polar).

El problema con los servicios de redes sociales no es si este u otro gobierno sabrá más sobre nosotros. En esta materia podemos contar con su ineficiencia. Recordemos que en Chile, el monopolio de los medios de comunicación, que constituyen una herramienta de propaganda muy superior a las redes sociales, no ha logrado cambiar en las principales tendencias políticas del país. El problema tiene que ver con la manera en que originalmente se genera esta información, y el uso comercial que se le da. La creación de la identidad numérica es demasiado valiosa para que sigamos regalándosela a un par de multinacionales. Ella debe estar en las manos de los usurarios, quienes, además, deben tener el derecho de elegir, como en cualquier transacción, el tipo de actividad y de empresas con las que desean hacer comercio. Mientras estos dos puntos no se debatan y se resuelvan democráticamente, nuestros derechos y nuestra capacidad de ejercer la ciudadanía seguirán cojeando por la Web.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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