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La Polar, el éxito que nunca fue, y la República de Poyais

Álvaro Gallegos
Por : Álvaro Gallegos Master in Business Law e Ingeniero Comercial, Universidad Adolfo Ibañez, Consultor.
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Es posible que La Polar, el éxito que nunca fue, construido sobre el empobrecimiento de modestos consumidores y financiado por conspicuos gestores de recursos de trabajadores y de pequeños accionistas, sea recordado en años venideros como un criollo “remake” del embuste de Gregor McGregor, Cacique de Poyais.


A medida que decanta la confusión inherente a los acontecimientos sorpresivos, el mercado parece estar llegando a la conclusión que las acciones de La Polar poco o nada valen.  Sumando y restando, la FECU de marzo muestra que los activos totales de la empresa, descontadas las provisiones extraordinarias que su directorio ha estimado necesarias, llegarían a US$ 1.000 millones, mientras que sus pasivos financieros y obligaciones con proveedores superan levemente esa cifra.  Así, el otrora aplaudido desempeño de la multitienda se esfuma, dejando el amargo sabor del éxito que nunca fue.

En su reciente obra “This time is different”, notable estudio de las crisis financieras de los últimos 800 años, los reconocidos economistas Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff mencionan entre los casos más curiosos a uno que es relatado con detalle por el destacado periodista inglés David Sinclair en su libro “The land that never was”: la República de Poyais y el novelesco fraude del militar escocés Gregor McGregor, héroe de la guerra de la independencia venezolana.

Casado con una rica heredera, McGregor disfrutó de una fortuna familiar que le permitió por un tiempo llevar una cómoda vida.  Cuando su temprana viudez y elevados gastos minaban sus recursos, conoció en Londres al líder venezolano Francisco de Miranda, quien lo estimuló a poner su espada al servicio de la lucha por la independencia.  Reuniendo una fuerza de soldados a su mando, McGregor viajó en 1811 a Venezuela.  Allí recibió el apoyo financiero necesario para sostenerse junto a su pequeño ejército, con el que obtuvo diversos logros militares ganándose el aprecio y confianza de Bolívar, contrajo matrimonio con una hermosa prima de éste y fue nombrado General de División.

[cita]Es posible que La Polar, el éxito que nunca fue, construido sobre el empobrecimiento de modestos consumidores y financiado por conspicuos gestores de recursos de trabajadores y de pequeños accionistas, sea recordado en años venideros como un criollo “remake” del embuste de Gregor McGregor, Cacique de Poyais.[/cita]

En 1820 se embarcó hacia la costa caribeña del norte de Nicaragua, habitada por los indios misquitos, donde se autodenomina Príncipe Gregor I, Cacique de Poyais, lo que marcaría su futuro.

De regreso en Londres, recibido con honores por Lord Mayor, se inserta en los altos círculos sociales y políticos y utiliza su ficticio título para montar un gran engaño. Esparce la patraña que en el territorio de Poyais, junto a un clima acogedor y en lugar de húmedos pantanos, existen abundantes tierras fértiles ávidas de manos laboriosas dispuestas a hacer una fortuna en ese paraíso.  Su fabulosa capital Saint Joseph, según relataba a sus ingenuos compatriotas, contaba con una hermosa catedral, palacio de gobierno e incluso una ópera.  Inventa bandera y escudos nacionales de la República de Poyais, y publica un detallado folleto que describía las bondades de la joven nación centroamericana de la cual, por gracia de la generosidad del gran Bolívar y sus propias hazañas militares, había devenido en su máxima autoridad.  Contrata imprentas para emitir la moneda nacional de la fantasiosa República, láminas con paisajes de su paradisíaca costa y títulos de dominio de sus tierras ultramarinas, convenientemente loteada en paños apropiados para su explotación por esforzados agricultores anglosajones que soñaban con emigrar a los territorios arrebatados a la enemiga corona española.  Entre sus amigos nombra a altos funcionarios de Poyais, a embajadores ante el imperio británico y construye una magnífica embajada en Londres.

Envuelto en su aura de héroe, sostuvo su farsa con tal entusiasmo y encanto que convenció a cientos a adquirir los falsos títulos y a convertir sus libras esterlinas en dólares de Poyais, con lo que hizo una fortuna.  Muchos incautos de Irlanda, Escocia e Inglaterra se embarcaron con sus familias a la tierra prometida en cuatro expediciones donde encontraron la muerte por naufragio o, los que lograron arribar a las inhóspitas costas, por las enfermedades tropicales.  Pero el engaño no alcanzó sólo a ilusionados emigrantes, también incluyó a la Bolsa de la City, a la que convenció de financiar los gastos de su imaginario gobierno a través de una emisión de bonos soberanos por la no despreciable suma de 200 mil libras esterlinas, una altísima cantidad para la época, papeles que se transaron con avidez en su colocación y gozaron por años de un activo y boyante mercado secundario.

Descubierto el fraude años después, McGregor partió a Francia donde intentó replicarlo sin lograr igual éxito y tuvo que retornar a Londres.  Fue sometido a juicio en ambos países, pero sus contactos e influencia le permitieron eludir la justicia.  Finalmente se refugió en Venezuela, nación que le recordaba en su calidad de héroe de la independencia.  Allí, dedicado al cultivo del gusano de seda, falleció anciano el creador de la República de Poyais, el país que nunca fue.

En palabras de Sinclair, el fraude de Poyais ilustra cuán fácil puede ser explotar la fe de personas que persisten en confiar en lo que quieren creer, en lugar de considerar razonablemente qué puede ser cierto o falso en una historia que les es presentada.  Es posible que La Polar, el éxito que nunca fue, construido sobre el empobrecimiento de modestos consumidores y financiado por conspicuos gestores de recursos de trabajadores y de pequeños accionistas, sea recordado en años venideros como un criollo “remake” del embuste de Gregor McGregor, Cacique de Poyais.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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