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De derecha y contra el lucro

La relación profesor-alumno no es como la del vendedor y el cliente. Y lo que mueve a educar de verdad no es el lucro, sino un ideal. No es casualidad que los mejores colegios del país sean aquellos en los que se promueve algún ideal –cívico, religioso, moral, cultural.


El capitalista más desenfrenado y el marxista más ortodoxo están de acuerdo en lo fundamental: para ellos toda la actividad humana se reduce a una cuestión económica, la educación incluida, por supuesto. Mientras la izquierda piensa en la educación como un programa de superación de la pobreza, la derecha cree que se trata de un bien más a transar en el mercado. Ambas reducen el problema a una cuestión material y es imposible salir del atasco si el debate gira en función del binomio lucro-Estado.

No quiero decir que el mercado está destinado a fracasar en esta área. Después de todo, hay actividades tanto o más urgentes que la educación que se rigen por el afán de lucro. Los panaderos, por ejemplo, no se levantan a hornear marraquetas inspirados en un ideal solidario ni con la ilusión de mantener vivas las tradiciones patrias: lo hacen para lucrar.

[cita]La relación profesor-alumno no es como la del vendedor y el cliente. Y lo que mueve a educar de verdad no es el lucro, sino un ideal. No es casualidad que los mejores colegios del país sean aquellos en los que se promueve algún ideal –cívico, religioso, moral, cultural.[/cita]

Y como los panaderos, quienes se dedican a educar podrían competir para ofrecer la mejor calidad al menor precio, y el beneficiado sería el consumidor, es decir, el alumno. Por otra parte, si la educación es un bien cuantificable, el Estado podría entregarlo sin mayores problemas.

Esto, si la educación se equipara a un servicio como cualquier otro. Pero es aquí donde se equivocan de un lado y otro. En las escuelas de conductores, por ejemplo, se enseña una habilidad concreta (importantísima para la economía): unos enseñan motivados por el lucro, otros aprenden y todos se benefician. Pero eso no es educación.

La educación no es, simplemente, un producto más. Lo sabe el que ha intentado educarse a sí mismo, el que ha leído las vidas de quienes han aportado a la cultura y el que ha intentado, de verdad, educar a otros.

No se trata de capacitar en una serie de habilidades, sino de formar personas. Nadie puede hacer eso con el lucro como fin principal porque se trata de una actividad en la que son tantos los esfuerzos que se pierden, que a lo más que se puede aspirar es a recibir una compensación: completamente insuficiente si efectivamente se ha logrado el objetivo y excesiva si se ha hecho mal. Muchas veces lo único que resulta del esfuerzo de educar es una clase hermosa, como decía Gabriela Mistral.

La relación profesor-alumno no es como la del vendedor y el cliente. Y lo que mueve a educar de verdad no es el lucro, sino un ideal. No es casualidad que los mejores colegios del país sean aquellos en los que se promueve algún ideal –cívico, religioso, moral, cultural.

De una empresa educativa que tenga como fin principal el lucro, entendido como la maximización de las ganancias en dinero, no se puede  esperar que sea más que mediocre o, en el mejor de los casos, decente; porque siempre llega el momento en que el esfuerzo ya no deja utilidades proporcionadas, y ahí se estanca. La verdadera educación exige un sacrificio demasiado grande como para que el lucro funcione como incentivo. Aún así, una educación decente es bastante más de lo que muchos niños y jóvenes reciben hoy.

Lo grave en todo en todo esto es que la lucha entre mercado y Estado, cuando se trata de educación, es una lucha de poder entre dos posiciones equivalentes pero opuestas. Es sobre quién se queda con un bien que ninguno de los dos comprende. Y el que pierde, el que realmente pierde, es el alumno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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