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Cardemil, el guionista

José Luis Ugarte
Por : José Luis Ugarte Profesor de Derecho Laboral Universidad Diego Portales
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La música siempre es la misma. Es que en eso Cardemil es predecible. De fondo siempre suena los Huasos Quincheros. Es que la estrofa “que bonita va” le trae recuerdos de mejores épocas.


Cardemil -el guionista- es un tipo exigente. Nada de complacencia, piensa, mientras escribe sus guiones. Sus personajes deben, suele decir, expresar la humanidad y la sensibilidad que caracteriza a los que piensan como yo. Seres atentos al sufrimiento ajeno, al dolor y la desesperanza.

Deben, en otras palabras, trasuntar lo complejo del dilema humano a lo Cardemil: como amar al prójimo –según rezan las Encíclicas- y al mismo tiempo, mantenerlo lo más lejos posible. Y es que el guionista sabe como nadie de la condición humana: siempre el otro es un riesgo para lo nuestro.

En sus guiones se busca una fina mezcla entre la sensibilidad del patrón de fundo, amigo del rodeo y las marchas alemanas, con la empatía de militar de los 70’ formado en la escuela de las Américas. Y a veces lo logra.

En sus guiones hay personajes recurrentes. Es que Cardemil tiene sus propios héroes. Nada de jóvenes con ideales  y de izquierda. Nada de sueños con una sociedad más justa y más igualitaria o con la defensa de los derechos humanos.

En que en los guiones de Cardemil se respira realismo. Crudo panorama esta vida, piensa, donde cada uno defiende con uñas dientes lo que es suyo. Por ello, más de alguno ha pensado que algo lo liga al neorrealismo de Sica.

[cita]En uno de sus mejores guiones, aparecía un personaje notable –quizás el único que ha salida de la pluma de Cardemil-. Era un joven subsecretario del Interior, que el mismo día que su jefe era derrotado por el marxismo internacional, hacia malabares para demorar la derrota de su querido dictador. Todo por la espera de un “plan b” que nunca llegó.[/cita]

Su personaje principal es siempre el mismo. Aunque en sus últimos guiones ha intentado disimularlo, siempre aparece una y otra vez. Es un viejo militar, amante de la patria y dispuesto a cumplir su deber si se lo piden.

No es un héroe de grandes o lucidas ideas, más bien todo lo contrario, pero tiene lo que Cardemil exige para sus personajes: arrojo y gallardía. De la necesaria para cumplir con su tarea. Las que a veces no son nada de fáciles.  Hacer caer la democracia, por ejemplo.

Las mujeres nunca son protagonistas en sus guiones. Son siempre de lo que llama familias de bien, y su rol es servir al jefe de la casa, o del fundo según el caso. Son finas, afables y hogareñas. Nunca se entiende eso sí, porque insiste en llamarlas “la meme” o “la tete” y cosas por el estilo.

Siempre, además, hay un cura. Como el “curita” de la misa castrense. Se trata de un hombre de fe y nada más que fe. Nada de preocuparse del hermano caído o del hermano pobre. Su Cristo es el de la oración consigo mismo y de la moral sexual. Dicen que para estos personajes ocupa un recurso nemotécnico secreto: sus curas deben ser la negación de Silva Henríquez.

Homosexuales y raros en general, no suelen aparecer en sus guiones. A veces –y sólo excepcionalmente- un gay tiene un personaje secundario, de esos que hacen reír al resto de los normales. Para ridiculizarlo, se entiende,  al estilo de Morandé con Compañía.

En uno de sus mejores guiones, aparecía un personaje notable –quizás el único que ha salida de la pluma de Cardemil-. Era un joven subsecretario del Interior, que el mismo día que su jefe era derrotado por el marxismo internacional, hacia malabares para demorar la derrota de su querido dictador. Todo por la espera de un “plan b” que nunca llegó.

Nunca olvidaremos tan entrañable personaje.

La música siempre es la misma. Es que en eso Cardemil es predecible. De fondo siempre suena los Huasos Quincheros. Es que la estrofa “que bonita va” le trae recuerdos de mejores épocas.

Lo mejor de todo, en cualquier caso, es que la línea entre el bien y el mal siempre está clara en sus personajes: de un lado los buenos, que son los amantes de la propiedad, el lucro, el orden  y las mejores tradiciones chilenas.  Aman la vida, pero a veces lo dudan: “para hacer tortillas hay que quebrar huevos”, suelen decir para justificar esas dudas.

Y de otro, por supuesto, los malos. Son casi siempre soñadores, de izquierda e irresponsables, en algunos capítulos -los más antiguos- aparecen vestidos de poncho al estilo Quilapayún, e insisten en imposibles: más igualdad, más derechos, educación pública y otras rarezas.

No aprecian ni nunca lograran apreciar lo mejor de lo nuestro, porque en el fondo, piensa Cardemil, son apátridas.

De hecho, los críticos de Cardemil dicen que nunca se ha escuchado a un personaje suyo decir la palabra justicia. Aunque creo que esto no es más que una habladuría

En fin, como se ve los guiones de Cardemil no son tan malos. Son nada más obvios y predecibles.

El único problema – que nuestro guionista insiste en obviar- es que requieren de una dosis de mala memoria. Más bien, una enorme dosis.

Demasiado grande para los tiempo que corren.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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