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El proyecto Forlán

Por: Pablo Galain Palermo, investigador del Instituto Max Planck.


Señor Director:

El 24 de julio de 2011 la selección de fútbol de Uruguay ganó la Copa América y la noticia recorrió el mundo. En esta carta obviaré que es la 15a copa que va a parar a manos uruguayas, porque esta vez todo es diferente, en tanto, por primera vez en Uruguay el ganar o perder pudo haber sido considerado como una posibilidad cierta en un juego y no como una obligación o una necesidad para cubrir otro tipo de falencias y/o carencias sociales.

Esta conjetura no es producto de una libre asociación de ideas sino que es consecuencia de un proceso de “aprendizaje” en el que todos los uruguayos (los que viven en el país, y los que están físicamente fuera) están participando de forma virtual en las “aulas” continuas que ofrece un maestro de primaria devenido en entrenador de fútbol (y filósofo de la vida). El “maestro”  (acompañado de -y respaldado por- los resultados fruto de su trabajo) viene haciendo -a partir de la última gran frustración general luego de la eliminación del mundial de Alemania 2006- un concienzudo proceso de educación social a nivel masivo en (y desde) la República Oriental del Uruguay.

Y este proceso masivo que incluye los más diversos sectores (“dirigentes de fútbol”, féminas, “periodistas deportivos”, hombres, comunicadores, políticos, jóvenes, gobernantes, jugadores de fútbol, entre otros) no es producto de la doctrina vareliana que nos obliga a recibir instrucción primaria sino de un voluntario sometimiento a un conglomerado de ideas (tozudas, toscas, exigentes, racionales, límpidas, sensatas), que Don Oscar Washington Tabárez expresa con seriedad extrema en cada oportunidad que tiene la posibilidad de comunicarse públicamente a través de los medios de difusión (exitistas, egoístas, arribistas, falsos, mentirosos, aprovechadores, en fin, medios de comunicación masiva).

Tabárez viene (por ahora) ganando una batalla contra el status quo uruguayo, la cuestión es ¿durante cuánto tiempo más?…en un país en el que los idilios duran hasta las primeras “presiones” de algún sector perjudicado (financieramente), en un pueblo con una memoria cada vez más frágil y un presente exitista de corta mira.

Lo cierto y en cuanto a lo que aquí interesa, es que algo está cambiando en el fútbol uruguayo a nivel internacional que está repercutiendo en la “manera de ser” del uruguayo. ¿Cuál es la fórmula del éxito de Tabárez?, me preguntó esta tarde un colega alemán, asombrado de que el equipo de Uruguay tenga una concepción de juego similar a la alemana. Y le contesté algo similar a lo que ahora escribo mucho mejor en mi lengua materna:

El éxito momentáneo del fútbol uruguayo se debe a que por primera vez para la elección de los jugadores seleccionados se privilegian cualidades humanas del deportista antes que los intereses de quienes “controlan” el fútbol, una especie de aparato organizado de poder que muchas veces actúa por fuera de la legalidad, o al menos, como un estado dentro del Estado, con una legalidad propia o sui generis.

El maestro de escuela de forma didáctica reinterpretó todos los perimidos cánones sobre los que se entendía al “fútbol uruguayo” basado en una falsa idiosincrasia nacional que nos avergonzaba con el concepto de “viveza criolla”. Ese maestro se enfrentó a los grupos de poder, cerró las puertas del vestuario a las aves de rapiña del “mundo del fútbol” y encontró como interlocutor válido a un joven dirigente que se puso al frente del proceso rodeado de otros buenos dirigentes alejados de los intereses exclusivos de los dos clubes “grandes”, al mismo tiempo que aplicó algunos principios aristotélicos de la Constitución nacional y trató a todos los “comunicadores” por igual (diferenciando también en este rubro según talentos y virtudes).

Pero además, realizó un minucioso trabajo de “depuración” del plantel de jugadores, basado en la capacidad intelectual de los nuevos integrantes del seleccionado uruguayo. Conformó el grupo partiendo de algunos referentes que cumplían con las condiciones personales (también deportivas) necesarias para aplicar en la cancha las ideas, principios y valores que Tabárez quería transmitir a la sociedad uruguaya en relación con un juego que tiene que ser parte de la auténtica identidad nacional asentada en la solidaridad y la mancomunión de intereses.

Y ese es el acierto más grande del maestro de escuela, haber encontrado interlocutores válidos en distintos ámbitos vinculados a este deporte que hasta 2006 parecía ser propiedad de algunos miembros de la colectividad, y no, particularmente, de los más representativos de la sociedad uruguaya. El maestro acabó con la mal entendida “garra charrúa” para ofrecer un equivalente funcional basado en la entrega personal en beneficio de todos, incluyendo en ese concepto a todos los uruguayos (y no solo a los del “mundo del fútbol”).

El maestro siguió rompiendo “mitos” y no recargó a un solo hombre con la responsabilidad de hacer jugar a todo un equipo, como siempre sucedió en Uruguay aplicando la teoría del chivo expiatorio con el pobre Enzo Francescoli sino que ha convertido a Diego Forlán en un todo terreno, una pieza polifuncional, un jugador total (deportiva y humanamente), y lo ha ubicado frente al mundo exterior como el gran referente de esta nueva época del fútbol uruguayo, un tipo tan exitoso como sacrificado por la causa común (incluyendo la obra social).

Y ha tenido tanto éxito el maestro con este “proyecto Forlán” (el “Diego” de los uruguayos), con este prototipo de jugador uruguayo del siglo XXI que hasta Luisito Suárez lo ha tomado como ejemplo y se ha convertido en un jugador que pone los intereses del equipo por encima de los personales. Tan exitoso es este “proyecto Forlán” que la gente está aprendiendo a disfrutar de un juego y luego, de las declaraciones de los protagonistas en la conferencia de prensa. Tabárez y su proyecto han demostrado de mejor modo que Obama que “sí, se puede” construir una verdadera identidad que nos abarca y dignifica a todos los que (independientemente de la nacionalidad, porque el fútbol no es razón de Estado ni de Estados) nos emocionamos al gritar “soy celeste”.

De esta forma y con estas palabras, más o menos, intenté explicar a este alemán lo que años atrás hubiera sido una “hazaña” producto de la más pura casualidad o de la bendición divina.

Pablo Galain Palermo
Investigador del Instituto Max Planck para el
Derecho Penal Extranjero e Internacional, Freiburg i. Br., Alemania.

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