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Cantemos todos de Arica a Magallanes

Cristián Fuentes V.
Por : Cristián Fuentes V. Académico Escuela de Gobierno y Comunicaciones UCEN
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¿Es posible persistir en criterios que condenan a languidecer a una parte fundamental de nuestro país?, ¿puede surgir sin políticas especiales de estímulo un territorio relativamente aislado y lejano del centro político y económico de la nación?, ¿son suficientes aquellos proyectos que establecen franquicias parciales cuando Arica se encuentra rodeada de Zonas Francas (Tacna, Iquique y Oruro)?


Dicen que cuando le fueron a reclamar a Augusto Pinochet sobre la pérdida de población que sufría Arica, el general respondió que los habitantes de dicha ciudad no debían pasar de los 45.000: 30.000 soldados y 15.000 cantineras. La brutalidad de la anécdota sirve para ilustrar actitudes y criterios que han resultado catastróficos para la puerta norte de Chile y que se vinculan estrechamente con los problemas de Magallanes, el otro extremo de un país demasiado centralizado que carece de políticas integrales para el desarrollo equilibrado de su territorio.

El 25 de julio de 1953 el Presidente Carlos Ibáñez del Campo declaró a Arica puerto libre, iniciando un período de 20 años donde el Estado promovió iniciativas económicas, turísticas y sociales en la zona, tales como la ampliación de las capacidades portuarias y la mayor disposición de agua para la agricultura, el impulso a la pesca industrial, y la construcción de la Central Hidroeléctrica de Chapiquiña, de un gran número de viviendas, del Aeropuerto de Chacalluta y del Casino.

Era una época donde prevalecía el modelo de sustitución de importaciones, por lo que diversas estrategias de fomento permitieron instalar empresas textiles, electrónicas y automotrices, que atrajeron capitales y mano de obra a una ciudad que se caracterizaba por su dinamismo y pujanza, pasando de 14.000 habitantes en 1953 a más de 200.000 en los setenta.

[cita] ¿Es posible persistir en criterios que condenan a languidecer a una parte fundamental de nuestro país?, ¿puede surgir sin políticas especiales de estímulo un territorio relativamente aislado y lejano del centro político y económico de la nación?, ¿son suficientes aquellos proyectos que establecen franquicias parciales cuando Arica se encuentra rodeada de Zonas Francas (Tacna, Iquique y Oruro)?[/cita]

Todo comenzó a cambiar en 1974, cuando el gobierno del general Velasco Alvarado amenazaba con recuperar las provincias peruanas perdidas en la Guerra del Pacífico. Los militares chilenos llegaron a la conclusión que, en el marco de un país sin profundidad estratégica, Arica era indefendible y debían concentrar sus esfuerzos en organizar una contraofensiva desde la Quebrada de Camarones, accidente geográfico que establece una verdadera frontera física.

Por eso, trasladaron hacia el sur las antiguas facilidades y exenciones, creando una Zona Franca de bienes, servicios e inversiones que fortaleciera Iquique. Pero la esperada invasión nunca llegó y el neoliberalismo se impuso como base de la política económica de Chile, manteniendo una situación que con el paso del tiempo se ha consolidado debido a los intereses involucrados, los prejuicios ideológicos, la falta de voluntad, o la simple desidia.

Dos esquemas y un dilema se enfrentan en este tema. En los últimos 58 años Arica ha pasado de ser una “Ciudad Internacional” a un “Fortín Militar”, y ahora ni siquiera eso, ya que las tropas se han desplazado a Putre y Huara (Campamento Baquedano).

Los resultados están a la vista: despoblamiento, bajo crecimiento y abandono. ¿Es posible persistir en criterios que condenan a languidecer a una parte fundamental de nuestro país?, ¿puede surgir sin políticas especiales de estímulo un territorio relativamente aislado y lejano del centro político y económico de la nación?, ¿son suficientes aquellos proyectos que establecen franquicias parciales cuando Arica se encuentra rodeada de Zonas Francas (Tacna, Iquique y Oruro)? Las respuestas son obvias y demandan con urgencia un cambio de enfoque.

Al igual que Magallanes, este caso pone en evidencia la falta de conciencia territorial de nuestro Estado, la ausencia de planificación para el desarrollo y la escasez de creatividad para generar instrumentos activos que estimulen el aprovechamiento de las ventajas que poseen las regiones extremas de Chile. El mercado no puede solucionar lo que su propia imperfección limita, por lo que corresponde a las instituciones públicas forjar las condiciones que eviten la existencia de áreas deprimidas y espacios vacíos, más allá de la presencia militar (hasta 2009 el 65% del gasto fiscal lo realizaba el Ejército), o de otras consideraciones de seguridad que no se avienen con el progreso de la población que las habita.

La vocación y la única alternativa de progreso para Arica es el mundo y su vecindario. Posee una oferta bastante atractiva, tanto en servicios portuarios como aeroportuarios, no solo para Bolivia y Perú, sino también para el impulso brasileño de salir al Océano Pacífico. Además, sus condiciones climáticas, sus playas y el altiplano la convierten en un destino interesante para la industria turística, aunque nada de ello es posible sin los incentivos necesarios.

Debemos abrir la ciudad y sus alrededores al tránsito internacional, permitir el paso fluido de bienes, servicios, capitales y personas, facilitar la llegada de cruceros y embarcaciones privadas, construir infraestructura básica y capacitar a la población para hacer frente a los nuevos requerimientos, estableciendo una alianza público-privada que viabilice la formación de un polo de desarrollo que se extienda hacia el sur, capaz de superar el absurdo juego de suma cero entre Iquique y Arica (lo que gana uno lo pierde el otro).

Requisito básico para alcanzar estos objetivos es avanzar en la integración con los países limítrofes, asegurando un ambiente de paz, amistad, confianza y cooperación que estimule los negocios. Asimismo, resulta fundamental insistir en el proceso de descentralización, porque las cosas siempre se ven distintas desde Santiago…sino, pregúntenles a los magallánicos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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