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Entendiendo a Walker

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Ha sido tan trabada la cruzada principesca por alcanzar el control de la DC, que una vez en el poder le resulta inimaginable delegar gratuitamente el proceso de toma de decisiones. Que los otros presidentes de la Concertación estén dispuestos a abdicar de parte de sus responsabilidades políticas no vincula al timonel falangista. Que 15 diputados de su propia tienda impulsen la idea del plebiscito no es suficiente para que el senador por la Quinta Cordillera renuncie al protagonismo que legítimamente ha ganado.


El senador Ignacio Walker sabe lo que hace cuando se opone a un plebiscito para zanjar el interminable conflicto que enfrenta al Gobierno con estudiantes y profesores. Aunque sus argumentos han sido principalmente académicos –los efectos nefastos de las democracias populistas y plebiscitarias en contraste con las democracias representativas altamente institucionalizadas- en el fondo Walker está haciendo un punto político: los partidos y los parlamentarios no son adornos.

Además, ha sido tan trabada la cruzada principesca por alcanzar el control de la DC, que una vez en el poder le resulta inimaginable delegar gratuitamente el proceso de toma de decisiones. Que los otros presidentes de la Concertación estén dispuestos a abdicar de parte de sus responsabilidades políticas no vincula al timonel falangista. Que 15 diputados de su propia tienda impulsen la idea del plebiscito no es suficiente para que el senador por la Quinta Cordillera renuncie al protagonismo que legítimamente ha ganado. No, esta no es la hora de las interdicciones voluntarias ni de las recusaciones amistosas, piensa Walker.

Se equivocan quienes sostienen que el móvil principal de los reticentes al plebiscito es el “temor al pueblo”. Puede ser cierto que en ciertos sectores de la derecha ese miedo exista. Fue la propia Bachelet, si mal no recuerdo, quien dijo “cuando la izquierda sale a la calle, la derecha tiembla”. Pero Ignacio Walker no pertenece a esa derecha. Por alcurnia, está más cerca de la elite que cree que la masa informe no es digna de consulta, especialmente sobre cuestiones complejas. Pero tampoco es eso, al menos no este caso. Walker sabe que acceder al plebiscito significa reconocer inequívocamente el fracaso de los mecanismos democráticos establecidos para lidiar con el disenso y encontrar las rutas del consenso. Es ese fracaso el que Walker y otros tantos no están dispuestos a aceptar. Educado en la lógica reformista de los fundadores de su partido y curtido en la dinámica gradualista de la transición, está consciente de que el sistema requiere de varias mejoras pero no está dispuesto a desahuciarlo. Aceptar la moción plebiscitaria le significa abandonar sus más profundas convicciones respecto de cómo deben funcionar las democracias en forma.

[cita]Educado en la lógica reformista de los fundadores de su partido y curtido en la dinámica gradualista de la transición, está consciente de que el sistema requiere de varias mejoras pero no está dispuesto a desahuciarlo. Aceptar la moción plebiscitaria le significa abandonar sus más profundas convicciones respecto de cómo deben funcionar las democracias en forma.[/cita]

Convengamos que los pronósticos de Walker son más bien catastrofistas. Si bien es cierto que la herramienta plebiscitaria es usada y abusada por presidentes que quieren aprovechar mayorías transitorias en torno a su popularidad –especialmente en Latinoamérica- también hay casos de referéndums valiosos tanto por la socialización política que se genera en torno a ellos como por la legitimidad social de sus resultados. Estos últimos no parecen comprometer la salud de la democracia, sino más bien complementarla.

Donde Walker tiene toda la razón es en el especial cuidado que debemos tener para que la fiebre plebiscitaria no signifique una dictadura de las mayorías que arrase con los derechos y libertades individuales de la minoría. Las leyes que hoy aprueba el Parlamento están sujetas a ciertos controles cuyo espíritu debe ser observado si eventualmente vamos a decidir los grandes temas votando SI o NO.

Finalmente, sumado a su lectura sobre el rol que le corresponde jugar como actor político y a su sensata pero poco romántica tesis sobre la importancia de una “democracia de instituciones”, uno podría añadir una tercera motivación estratégica. Por las características del espectro político chileno, la DC está llamada a servir de puente y hacer la diferencia cuando las posturas se han polarizado. Un plebiscito no admite matices: es una elección binaria. Pura polarización. La DC en cambio recupera su perfil centrista cuando dialoga para acercar posiciones, cuando es posible detenerse en el gris a medio camino entre el blanco y el negro. Esa habilidad sólo cobra vida en la deliberación parlamentaria y muere en cambio en la agitación plebiscitaria. Esto puede no ser un problema para los partidos de izquierda que suscriben en su totalidad el petitorio estudiantil – y que se atribuirán el triunfo llegado el momento- pero sí puede serlo para una DC encabezada por una directiva que entiende también la importancia de asegurar otros bienes mientras enfrenta el desafío de reposicionar su marca invirtiendo en identidad propia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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