¿Cómo explicar los bajos niveles de popularidad del actual gobierno y de la política institucional, más allá de la crisis educacional?, ¿En esto consiste el fin de la democracia de los acuerdos?, ¿Cómo interpretar los fenómenos que sacuden la gobernabilidad institucional? No parece posible encontrar líneas argumentales que den cuenta de la magnitud del proceso, ni modelar una realidad que recién comienza a manifestar su primeras expresiones.
Con todo, se puede observar la formación de tendencias en creciente desarrollo, las cuales se avizoraban hacia fines de los años 90. Todo indica que Chile ingresa al curso democratizador que demandan las sociedades civiles por doquier, en el cual convergen factores de continuidad y de ruptura.
En primer lugar, tras 20 años de carencia de política, y de imperio de la lógica de mercado en las relaciones sociales e interinstitucionales, ha concluido una fase de disciplinamiento social hacia las reglas del mercado y la gerencia pública o tecnocrática del aparato de Estado. Se ha instalado una nueva figura de ciudadano, y de una capacidad de comprender lo público estatal y lo político. La invocación del Estado en nuestros días, en tanto figura rectora del orden político, no es en tanto búsqueda de la autoridad garante del bien social, sino instrumento de transformación social, y de democratización de unas reglas percibidas distantes y al servicio de minorías y elites que se auto protegen con una legitimidad cuestionada. El Estado es sólo un lugar de coordinación social y técnica para la solución de los conflictos actuales, en donde importa el contenido que imprime la dirección del cambio.
En segundo lugar, está concluyendo la formación de una nueva ciudadanía, fundada en una noción de derechos contradictoria con el orden excluyente que impera en diferentes planos de la vida colectiva. El pluralismo asociativo que emerge señala el fin de la sociedad tradicional que vivió Chile, a la vez que tensiona con la aparición de nuevas identidades colectivas y actores sociales el entramado en que había tenido lugar el viejo modo de hacer política. No implica esto la desaparición de los estilos históricos de generar adhesión a través de la gestión clientelar de las demandas y anhelos sociales; sólo que ha de considerarse una señal de ruptura con lo viejo que no tardará en concluir.
En tercer lugar, puede afirmarse que los elementos de continuidad están dados por la constitución de una voluntad de construcción democrática afincada en una valoración de la acción colectiva, centrada en el desarrollo y afirmación de derechos; los elementos de ruptura, y contracara del proceso en curso, apuntan a la reinterpretación del contrato social vigente, y en definitiva al tipo de convivencia deseable y posible. La democracia como es percibida hoy, no guarda relación con la política realmente existente, ni sus exponentes. A diferencia del efecto de mercado, las reglas institucionales han generado una indisciplina social hacia el orden democrático que se ha querido construir, particularmente entre las nuevas generaciones, abriendo una brecha que señala un camino de ruptura, cuyos contornos no son apreciables hoy.
Finalmente, puede sostenerse que el inicio de un nuevo ciclo político en Chile no sólo se ha iniciado, sino que es necesario volver a mirar de otro modo lo que aparecía como sólido y duradero. La democracia de los desacuerdos sólo da cuenta de mayorías y minorías reales, desacuerdos que exigen de nuevos consensos, entre ellos, el educacional.