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NACE UN NUEVO PROYECTO POLITICO

Adolfo Castillo
Por : Adolfo Castillo Director ejecutivo de la Corporación Libertades Ciudadanas
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Tras años de escuchar los mismos discursos y ver rostros repetidos, tiene lugar un cambio en la situación política que adelanta los perfiles que tendrán las luchas democráticas venideras, proceso signado por la pervivencia de modos  del  siglo XX de comprender las transformaciones y la emergencia de las nuevas fuerzas, en una disputa que dejará en el pasado los vestigios del ciclo oligárquico que creíamos había concluido.

El orden político chileno se ha sostenido dos siglos por la conjunción de tres factores: un Estado instituido por las fuerzas oligárquicas rebeldes al sometimiento hispano, una sociedad civil fuertemente hegemonizada por los poderes fácticos dominantes, cultural, política y económicamente, y una naturalización de la desigualdad e injusticia social.

El siglo XX marcó una inflexión en el proceso de disputa por el sentido de la democracia donde diversos ensayos políticos buscaron realizar unos ideales de justicia e igualdad en un marco de respecto a las reglas democráticas. El modo en que las fuerzas políticas, los actores sociales y el sistema político se articularon para producir esos cambios dio un sello distintivo al tipo de democracia chilena en el contexto latinoamericano. Estado, partidos y actores sociales del conflicto capital / trabajo marcan el decurso histórico que culmina en  1973. El estado capitalista fundado de las ruinas de La Moneda, no sólo transforma el contenido de la forma de dominación que había imperado, sino que deja al desnudo el nuevo formato del poder instalado, ahora sometido a las reglas y lógica del mercado, desprovisto del contenido democrático del viejo ciclo con la pretensión de una nueva fundación estatal sostenida por las nuevas clases políticas recicladas y desarmadas ideológicamente. El milagro de la Concertación debe entenderse como el triunfo del neoliberalismo sobre la democracia y como derrota moral de los viejos adalides de la justicia social.

Durante toda la fase del post pinochetismo, desde 1990 en adelante, se produjo una partición del campo democrático que operó en los ochenta: por un lado, los actores sociales orgánicos afines al proyecto de la Alianza Democrática, bajo conducción del PDC, son cooptados, asimilados o fagocitan del aparato estatal gobernado por la Concertación, en un entendimiento basado en dejar que las reglas institucionales de la Carta de 1980 reformada, operaran sin alterar lo esencial del modelo y la refundación neo capitalista. Este proceso fue posible gracias a la continuidad histórica del viejo patrón de relaciones entre pueblo y política, proceso marcado por clientelismos, amiguismo, formas de corrupción, que dieran tono a la democracia tutelada que se abría paso en gloria y disciplinamiento social. De otra parte, los actores sociales que quedaron fuera de la negociación, básicamente del PC y sectores socialistas y fuerzas no adscritas al orden guzmaniano, terminaron replegadas y esquilmadas, manteniendo adhesiones a proyectos del viejo siglo XX, y sólo generando acuerdos tácticos con las fuerzas políticas administradoras del Estado en una fase tardía y de crisis de proyecto estatal fundacional del neoliberalismo.

Con la aparición del movimiento estudiantil, de los ambientalistas, y grupos expresivos de identidades y reivindicaciones nuevas, al margen de la política institucional y sus ritos, se fractura una línea de continuidad que había perdurado casi un siglo, y emergen los perfiles de un nuevo proyecto político nacional, con nuevos liderazgos, discursos, formas de comunicación, que apunta una crítica a corazón del sistema: el fin del lucro, un nuevo rol del Estado y la gratuidad del bien público educacional como promesa de justicia social.

En ese cuadro, las invocaciones a recuperar la idea de la Asamblea de la Civilidad, hechas por parte de los futuros náufragos del tsunami político que se avecina, no sólo es atemporal sino crónica de una farsa anunciada. O de otra  parre, como  acercamiento a un nuevo acuerdo social, que permita escuchar lo que la gente quiere es algo difícil de digerir.

Es necesario concordar en que aun cuando sobrevivirán los modos tradicionales y culturales de hacer política en el Chile de hoy, ese proceso no será dirigido por los actores políticos que contribuyeron a la construcción de un país profundamente desigual, oligárquico y seudo democrático.

Un proyecto transformador está naciendo en Chile, y nuevos líderes se están formando. La clave es sumarse al cambio de mayorías que trasciende las vejas nociones de centro e izquierda.  Esos nichos con pretendidos dueños no existen.

El sentido común ha sobrepasado los límites cognitivos de un grupo que se auto reprodujo por años al amparo de un orden que ha generado a sus sepultureros.

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