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La cosa es estar bien con Karl Marx


Como el país se ha desordenado, los diarios llegan cada día más tarde. Para qué decir los domingos. Luego, puedo salir a trotar más tarde, porque de todas maneras los leo, aunque sea sólo para encontrarme, en la vida social de «El Mercurio», con la gran gala de Entel. ¿Quién es el gran artista invitado? El redomado marxista y cantante Joan Manuel Serrat, que ha perdido todo, incluso gran parte de la voz, pero no sus convicciones. Las mismas de cuando venía a «avivarle la cueca» a Salvador Allende y los suyos, y a apoyar su consigna favorita de «el momio al paredón y la momia al colchón». Ahora el momio y la momia, que escaparon de sus respectivos destinos gracias a no recuerdo quiénes, lo aplauden por igual. Es que Entel debe hacerse perdonar: era estatal y ahora es privada y muy exitosa, gracias a tampoco recuerdo quiénes. Y eso Entel de hoy tiene que hacérselo perdonar por el marxismo. Pues éste sigue mandando en Chile (¿o me van a decir que Camila Vallejo, Jaime Gajardo y Giorgio Jackson no son marxistas… o no mandan?).

El ejemplo lo pone el Gobierno, que para sus eventos convida a los Quilapayún o los Jaivas, con sus charangos perú-bolivianos (es que el Presidente alega tener ancestros peruanos), y no a los políticamente incorrectos Quincheros con sus guitarras chilenas, que alguna vez cantaron en homenajes a la Junta.

Luego viene en el diario de hoy el rector Peña, por supuesto, intentando despedazar a Andrés Concha por haber dicho que subir los impuestos disminuye la inversión y el empleo. Siempre «dropping names», dice el rector que Kaldor y Hicks demostraron que la inversión estatal derivada de los impuestos es más rentable que la privada sacrificada debido a ellos. Pero él, Kaldor y Hicks tendrían entonces que explicar cómo la educación pública chilena, que ha pasado a recibir siete veces más recursos, en términos reales, que hace veinte años, sigue siendo pésima. Fue plata sustraída mediante mayores impuestos. Y, merced a ellos, se generó menos inversión y empleo, y el país terminó, bajo la Concertación, creciendo a la mitad de lo que lo hacía antes.

En su columna el rector Peña quiso hacer con Andrés Concha lo mismo que con Cristián Labbé, cuando éste aplicó la ley e hizo desocupar un establecimiento educacional usurpado: despedazarlo. Pero al primero no pudo decirle que estaba excedido de peso, que fue uno de los argumentos que discurrió para vituperar a Labbé, porque aquél le da duro a la bicicleta.

Después me encontré en «El Mercurio» con redoblados homenajes a la memoria del locutor de Radio Moscú y director de «El Siglo», devenido escritor y recientemente fallecido, José Miguel Varas, a quien los medios, los críticos y los políticos de derecha no se cansaron de elogiar, hasta lograr darle hace no mucho el Premio Nacional de Literatura.

Ojalá algún escritor de derecha, como Fernando Emmerich, por ejemplo, que ha escrito más y mejores libros que Varas y por muchos más años, hubiera tenido la misma (o siquiera alguna) acogida en los medios y entre las autoridades que dicen tener las mismas posiciones políticas de él.

Entre paréntesis, muchos de quienes nos libraron del destino que Varas propiciaba para nosotros (satélite de la URSS) vegetan en las cárceles, sentenciados inicuamente por jueces de izquierda, llegándose al extremo de que, como lo ha denunciado el sagaz abogado Marcelo Elissalde en estos días, un oficial de Carabineros agónico, inculpado de haber dado muerte a una guerrillera comunista hace 35 años, no ha podido obtener la posibilidad de pasar sus últimos días junto a su familia, porque el Seremi del actual gobierno, un funcionario político, se lo ha denegado, pese al dictamen favorable de las instancias jurídicas pertinentes.

En fin, por lo menos en «El Mercurio» de hoy salva la plata Hernán Büchi, en una columna donde defiende la sana doctrina y prueba que una causa fundamental de la desigualdad en el país es que en cada hogar del decil más pobre hay sólo 0,52 personas con trabajo, mientras en los hogares del decil más rico hay 1,7 personas con trabajo.

¿Y qué hacen, frente a eso, los políticos y la opinión pública? Encarecer todavía más la contratación de personas pobres. O sea, profundizar la desigualdad. Y luego todos culpan al «modelo neoliberal».

¿Y quiénes lo defienden? Cuesta encontrarlos, pues parece que la cosa es estar bien con Karl Marx.

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