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Capricho Italiano

Manuel Riesco
Por : Manuel Riesco Economista del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (Cenda)
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¡Escriba clarito para que la gente entienda! insisten los periodistas. No es difícil. Estos asuntos no resultan complicados cuando se los analiza a partir de leyes descubiertas por economistas que vivieron hace un par de siglos. Lo que es confuso es la forma en que estos fenómenos se presentan usualmente. La gente no entiende porque a simple vista no los aprecia como son en realidad. Hasta que llegan las grandes crisis y todo se aclara. La economía se saca la careta. También la ropa. Queda a la vista de todos tal como Dios la trajo al mundo.

Por ejemplo, cualquiera entiende ahora el gran descubrimiento de los economistas clásicos: A la larga nada puede crecer más que la economía real. Ésta, a su vez, se incrementa más o menos al ritmo de la fuerza de trabajo dedicada a producir bienes y servicios que logran venderse y la calificación e intensidad de su trabajo.

Los activos financieros, inmobiliarios y otros, pueden crecer desaforadamente durante décadas. Sin embargo, tarde o temprano llega una crisis y los deprecia. De este modo, los mercados financieros mundiales han pasado a pérdida la mayor parte del último siglohan crecido a una tasa promedio del orden de uno por ciento real anual ¡Menos que el producto interno bruto (PIB) mundial!

Lo que está ocurriendo en la actualidad es precisamente eso. Los activos financieros habían venido creciendo desde inicios de los años 1980 con una exuberancia irracional, como dijo Alan Greenspan.

Las bolsas de valores se desplomaron el 2000 y no han vuelto a recuperar sus niveles de entonces.

Luego se generó un gigantesca burbuja inmobiliaria en los EE.UU. y varios otros países como España e Irlanda, la que reventó el 2008 en lo que respecta a las viviendas.

Sin embargo, las carteras de los bancos continúan abultadísimas, excediendo en cuatro o cinco veces el PIB en varios países, como ocurre en el Reino Unido. Se trata de activos de muy dudosa calidad, como préstamos hipotecarios comerciales, estudiantiles o de consumo y por cierto, aquellos otorgados a países que han caído en la insolvencia. Lo peor de todo es que el grueso está constituida por préstamos a otros bancos o instituciones financieras. La crisis no va a terminar hasta que todos esos supuestos valores se ajusten al marco de hierro del crecimiento del PIB en el largo plazo, para lo cual todavía tienen que depreciarse muchísimo más.

El caso de Italia por estos días resulta ilustrativo de como los países caen en insolvencia. Se trata de un asunto de confianza. Los inversionistas siguen apostando a invertir dinero mientras creen que muchos otros seguirán haciéndolo. Sin embargo, cuando pierden esa confianza todos quieren retirarlo. Se genera así una «corrida,» igual que en el caso de los bancos.

Como recordó Paul Krugman en su visita a Chile, un banco es una institución que hace préstamos de largo plazo financiados con depósitos de corto plazo. Puede continuar haciéndolo mientras el flujo de estos últimos sea superior a los retiros. Si se produce un «corrida» el banco se queda sin dinero, puesto que el grueso lo tiene prestado a largo plazo.

Con los países ocurre exactamente lo mismo. Italia, por ejemplo, debe 1,2 veces su PIB. Evidentemente no puede pagar de un año para otro. Aunque los italianos dejen de comer, las italianas de comprar y vendan el Coliseo. Suponiendo que en promedio se trata de préstamos a seis años, debe renovar anualmente el equivalente a un quinto del PIB. Aparte de los intereses por el total adeudado, que a una tasa de cinco por ciento anual equivalen a otro seis por ciento del PIB. Es decir, entre amortizaciones e intereses, Italia necesita un financiamiento anual equivalente a más de un cuarto del PIB nada más para mantener su nivel de deuda.

Puede sostenerse por algunos años a costa de aumentarla constantemente. Sin embargo, a la larga opera la ley económica fundamental: ningún activo puede crecer indefinidamente más rápido que el PIB. Es decir, la deuda italiana solo resultaría sostenible en el largo plazo si la tasa de interés fuera inferior al crecimiento de este último, que en el caso de Italia o cualquier país desarrollado es inferior al 2 por ciento por año, en promedio. Los acreedores de Italia han iniciado una «corrida»y en octubre del 2011 la tasa de interés  ha alcanzando casi siete por ciento al momento de escribirse estas líneas, mientras Berlusconi se debate entre la vida y la muerte.

El asunto no se detiene en Islandia, Irlanda, Portugal o Grecia. Tampoco en Italia. Lo que está en curso es el desinflamiento global de todo lo que ha venido creciendo por décadas más allá del ritmo esencial: el crecimiento real de la economía en el largo plazo. Esa es la dura realidad y nada pueden hacer al respecto los gobiernos, bancos centrales o el FMI, como ha escrito John Kay en un célebre editorial del Financial Times del 25 de octubre del 2011.

Los gobiernos y bancos centrales ciertamente no son impotentes frente a las crisis. Como descubrió el gran John Maynard Keynes, los primeros pueden y deben incrementar su gasto para dar seguridad a la gente y compensar la baja en el consumo privado. Como descubrió Walter Bagehot, contemporáneo de Marx y confirmó Friedmann un siglo más tarde, los segundos pueden y deben inundar de dinero los mercados para proveer medios de pago cuando se interrumpe el crédito. Ambos han actuado de esa manera en los países principales y también en Chile durante la actual.

Sin embargo, nada de eso puede evitar la depreciación de todos aquellos activos que han crecido más allá de lo posible en el largo plazo. Usualmente, ello se logra mediante una inflación general en la cual todo sube de precio menos dos cosas, las deudas y los bienes raíces. A veces, en algunos países donde se abusa de la gente, logran que no suban tampoco los salarios.

¿Cuanto dijiste, Willy, que han crecido los fondos de pensiones?

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