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La Sopa de Piedras

Carlos Parker
Por : Carlos Parker Instituto Igualdad
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Hasta hoy día, sin embargo, continúa siendo un misterio insondable sobre que se trabajó exactamente y que se produjo concretamente en el fenecido Tantauco y otros varios de los así llamados “centros de pensamiento” y producción intelectual de la derecha chilena.


Un hombre de aspecto corriente se detiene frente a una casa y toca el timbre. Una mujer de edad madura  entreabre la puerta y le mira temerosa y desconfiada   a través  del antejardín, con cara de pregunta. Antes que la mujer alcance a decir palabra, el hombre la encara con voz segura y educada y le dice: “disculpe usted señora, perdone que la interrumpa   de modo tan intempestivo de sus quehaceres domésticos,  pero solo quisiera  saber si sería usted tan amable y gentil  de obsequiarme la pequeña piedra que tiene usted allí, junto a las flores”.

La mujer le observa  entre  incrédula y curiosa, y calculando  que el hombre tiene la piedra al alcance de su  mano, y que de haber querido podía haberla tomado sin más trámite  le dice:  “ sí  claro, como no,  puede usted llevársela si gusta. El hombre toma la piedra y haciendo ademán de retirarse agradece efusivamente el gesto de la mujer,  la que ahora todavía más curiosa, abre otro poco la puerta y le dice: “ Espere señor, quisiera usted decirme  para que necesitaba la piedra”,  a lo que el hombre sin inmutarse  le responde, “ para prepararme una sopa señora, obviamente”.

La mujer, que ahora está  parada en medio del antejardín pregunta  perpleja  ¿para hacerse una sopa ha dicho?. Si señora, replica el hombre con toda naturalidad y agrega, “por cierto, no tendría usted una ollita que me facilitara y un poco de agua, si no es mucha la molestia”.

[cita]Hasta hoy día, sin embargo, continúa siendo un misterio insondable sobre que se trabajó exactamente y que se produjo concretamente en el fenecido Tantauco y otros varios  de los así llamados “centros de pensamiento” y producción intelectual de la derecha chilena.[/cita]

La mujer asiente, entra a la casa y vuelve a los pocos segundos con lo pedido. El hombre recibe la hoya con el agua, coloca ceremoniosamente la piedra adentro y le dice a la mujer;  “es usted una persona verdaderamente gentil, generosa y solidaria con el prójimo. Por cierto señora, le ruego me excuse nuevamente, pero ya que estamos en esto, ¿no tendría usted, gentil señora, casualmente, unas papitas, un poco de arroz y un trozo de carne que me obsequiara…?

La historia, que no es un chiste, me la refirió con muchos más  coloridos detalles un viejo amigo de acento rioplatense. Y  él no estaba intentando hacerme reír precisamente, cosa que  consiguió con creces, si no de intentar explicarme como  se puede construir  lo que  llamaba “un proyecto”, a partir  de la nada y aparentando modestia, inocencia y la mejor de las intenciones. Es decir, como  diríamos en buen chileno, mi amigo trataba de explicar las claves de como urdir  una “pomada” y proceder luego a transarla eficazmente en el siempre ávido y abundante  mercado de los crédulos.

El cuento de la sopa de piedras me viene recurrentemente a la mente cuando reflexiono sobre la distancia abismal existente entre el discurso y las promesas de la derecha en  tiempos de campaña, y lo efectivamente obrado en lo que va corrido del azaroso periodo presidencial. El mismo que no pocos dan, para casi todos los efectos políticos y prácticos como concluido e insanablemente fracasado. Por más que  por obra y gracia de nuestra Constitución, la  que no contempla la revocación del mandato u otro mecanismo liberador,  estemos obligados sin remedio  a seguir tragando sapos y otras  alimañas diversas, por un periodo de tiempo casi igual al ya  transcurrido.

Ya casi nadie recuerda que la actitud altanera y arrogante  de la derecha hoy gobernante era en esos tiempos de un tono discursivo inocente y casi mendicante con el electorado.

Haciendo “gestos” contemporizadores hacia este lado y el otro, la derecha  le pedía al país, especialmente a los desencantados, una oportunidad, tan solo una,  de poner en juego los maravillosos proyectos y los brillantes   talentos incubados en el mítico Grupo Tantauco. Lugar en donde se nos decía,  yacían  aguardando anhelantes su oportunidad de salir a la cancha, todo tipo de sesudas propuestas, para sorprendernos y maravillarnos con la suma de todas las respuestas y la solución de todos los problemas nacionales.

Hasta hoy día, sin embargo, continúa siendo un misterio insondable sobre que se trabajó exactamente y que se produjo concretamente en el fenecido Tantauco y otros varios  de los así llamados “centros de pensamiento” y producción intelectual de la derecha chilena. Es seguro que no sería sobre educación, salud, vivienda, reformas constitucionales, política exterior, política tributaria, obras públicas y otras cuestiones importantes y sensibles. De otro modo, esas elucubraciones traducidas en  enjundiosas  propuestas serían ya conocidas, estarían siendo debatidas en el Parlamento y hasta implementadas. Demás está decir que en ese caso hipotético, los chilenos no observaríamos tanta improvisación, descoordinaciones, marchas y contramarchas y el sinfín de   chambonadas incumplimientos  e incompetencias gubernamentales que observamos a diario y a todos nivel, respecto a los distintos  temas de la agenda nacional.

Otro ingrediente de la pomada consistió, como se recuerda,  en el argumento de la alternancia  en el poder, cosa buena y  sana para la democracia, se nos repetía, pues posibilitaría   el consiguiente reverdecimiento de los entusiasmos creativos, del compromiso con el servicio público por  el bien  de Chile y los chilenos sin distinción, etc.  Una nueva y más eficiente y eficaz  forma de gobernar se prometía. Con el concurso de individuos probos, dispuestos incluso a sacrificar sus cómodas y bien remuneradas posiciones en el sector privado para correr prestos a servir al país. Sin ánimo ninguno, por cierto, de servirse de sus nuevas posiciones para incrementar  sus fortunas personales.

Bien sabemos que se proponía el fulano que tocó inocentemente a la puerta. Vino por una modesta piedra, y ahora va por el jardín y hasta por la casa, si tiene ocasión.

Cuando vuelva a ocurrir que alguien toque a su puerta para pedirle una piedra con el fin de hacerse una sopa, pues ya sabe qué hacer. Cualquier cosa, menos dejarse embaucar nuevamente por los vendedores de humo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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