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Universidad de Concepción: regionalista, tradicional, laica y con sentido público

Danny Monsálvez Araneda
Por : Danny Monsálvez Araneda Doctor © en Historia. Académico de Historia Política de Chile Contemporánea en el Depto. de Historia, Universidad de Concepción. @MonsalvezAraned.
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La Universidad de Concepción requiere un trato de los poderes Ejecutivo y Legislativo de acuerdo a su historia, contribución al desarrollo regional y nacional, aporte a la educación superior y sobre todo por su carácter público demostrado con creces en sus 93 años de vida.


Dentro de la dinámica de la movilización social por cambios estructurales en educación, existe un tema que ha estado presente con mayor o menor intensidad en el debate no solo académico, también político, el cual dice relación con el carácter público que tiene o debe tener la educación universitaria. Punto no menor ya que al interior del Consejo de Rectores existen instituciones de educación superior tradicionales, pero no estatales. En aquel grupo se encuentra la Universidad de Concepción. Al punto que recientemente se oficializó la creación de la Asociación de Universidades Tradicionales no Estatales o G-9.

Al respecto, qué o quién define el carácter “público” de una Universidad, ¿un tema legal?, ¿lo que estipula su decreto fundacional?, ¿su historia y tradición, es decir, sus aportes al desarrollo del país?, ¿lo que decide el poder político de turno?, ¿las otras universidades? o ¿simplemente lo “público” se vincula con un tema conceptual?

Desde el punto de vista legal, la Universidad de Concepción fue creada por Decreto de la República del 14 de mayo de 1920; sin embargo, hacia 1918 y considerando que la discusión en el Congreso aún no llegaba a una resolución definitiva y encontrándose Enrique Molina en Estados Unidos para estudiar el sistema de estudios de algunas universidades, el doctor Virginio Gómez (quien reemplazaba a Molina en las tareas fundacionales), imprimió una dinámica absolutamente diferente, desprendiéndose del incierto dictamen del Congreso, para llegar a resolver en una reunión del comité pro-Universidad del 19 de enero de 1919 que no cabía esperar la decisión legislativa sino que resolver de una forma autónoma la creación de la Universidad, estableciendo para marzo de ese año los cursos universitarios de Dentística, Química Industrial, Farmacia y Pedagogía en Inglés. Es decir, desde antes de su constitución legal, la comunidad penquista procedió a dar vida a la Universidad de Concepción.

[cita]La Universidad de Concepción requiere un trato de los poderes Ejecutivo y Legislativo de acuerdo a su historia, contribución al desarrollo regional y nacional, aporte a la educación superior y sobre todo por su carácter público demostrado con creces en sus 93 años de vida.[/cita]

Han transcurrido más de 90 años de aquella(s) fecha(s) (1918-1920) y al día de hoy la Universidad de Concepción es una Institución de Educación Superior “…sin fines de lucro, laica, autónoma, creada por la comunidad de Concepción, que a lo largo de su historia se ha caracterizado por ser una institución tolerante, pluralista y con clara vocación de servicio público como ninguna otra en la región”.

De acuerdo a lo anterior y más allá de los aspectos legales, ¿alguien podría cuestionar que desde su origen mismo la Universidad ha tenido una clara vocación de servicio público tanto a nivel regional como nacional? Tal como expresamos públicamente los Académicos y Académicas de la Universidad con fecha 24 de julio de 2011, la “Universidad de Concepción ha contribuido en la formación de decenas de miles de profesionales e intelectuales, en el significativo aporte en investigación científica y desarrollo tecnológico, y en la creación y difusión artística y cultural. Por lo tanto, nadie podría dudar de la auténtica vocación de servicio público que ha guiado el quehacer académico y social de la Universidad de Concepción en sus casi 100 años de labor constante e ininterrumpida”. Incluso, como estipula una resolución de la Contraloría General de la República del año 1954, al señalar que la Universidad de Concepción tiene el carácter de “establecimiento de utilidad pública”, “… no sólo porque tiene por misión la enseñanza en su rama superior, sino que, principalmente, porque diversas leyes han contribuido a su financiamiento adecuado, para que dicha labor pueda ser ejercida sin tropiezos de orden económico, en atención a la utilidad pública que entraña su funcionamiento”. En otras palabras, el Estado debe procurar los recursos necesarios (aportes basales) para que las universidades -especialmente de regiones- puedan desarrollar con éxito su tarea educativa y de investigación tendientes a generar conocimiento.

Pero veamos o ejemplifiquemos algunos de los tantos elementos que reafirman su vocación de servicio público. En primer lugar y tal como señalamos, la Universidad de Concepción fue un proyecto encabezado por un grupo de vecinos de Concepción, provenientes en su gran mayoría de sectores mesocráticos, quienes en base a sus méritos personales, influencia y trabajo dentro de la comunidad lograron convocar a toda la sociedad penquista tras un proyecto educativo de nivel superior. A pesar de la falta de recursos para su financiamiento y de otros impedimentos existentes, tal como lo recuerda su primer Rector Enrique Molina “No eran sólo penurias financieras las que impedían (su creación). Había también de por medio, rivalidades y temores políticos y sectarios, y no faltaba tampoco la menguada intriga de algún corazón pequeño”[3], los ciudadanos penquista lograron concretar aquel anhelo.

En segundo lugar, la Universidad de Concepción ha contribuido de manera significativa en los ámbitos artísticos y culturales. Allí podemos mencionar la creación del Teatro de la Universidad (TUC) por el cual desfilaron connotados actores nacionales (Nelson Villagra, Luís Alarcón, Jaime Vadell, Tensión Ferrada y Delfina Guzmán entre otros). Como señala la profesora Patricia Henríquez el TUC fue “uno de los primeros en fomentar la dramaturgia regional y en incentivar el desarrollo del teatro aficionado en la ciudad y la zona”.

Otro de los significativos aportes que se mantiene hasta nuestros días con gran éxito lo constituyen las Escuelas de Verano, que empezó a funcionar en 1955. En la organización y dirección jugó un rol fundamental el recientemente desaparecido poeta y entonces Director del Departamento de Castellano, Gonzalo Rojas, quien con meses de anticipación viajaba a Santiago para obtener el concurso de catedráticos de las universidades del centro del país y del extranjero, así como de intelectuales, escritores, artistas e investigadores. Por la Escuela de Verano han pasado, entre otros, figuras como Linus Pauling, Mario Benedetti, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, Mariano Picón-Salas y Julián Marías. En esta misma línea podemos mencionar la Revista Atenea, publicación de nivel internacional creada en 1924 y que tiene como objetivo difundir la investigación y la reflexión crítica en el ámbito cultural chileno y latinoamericano. Complementando el ámbito cultural y de extensión se encuentra la Radio y Orquesta Sinfónica.

En tercer lugar algunos de sus rectores y académicos han desempeñado importantes cargos políticos y en la administración del Estado, por ejemplo, Ministros de Estado (Enrique Molina y Edgardo Enríquez ambos fueron ministros de Educación y Rolando Merino Reyes, de Tierras y Colonización), Intendentes (Inés Enríquez Frodden, Esteban Iturra Pacheco, Alfonso Urrejola Arrau, Adolfo Veloso Figueroa, Martín Zilic), embajadores y diplomáticos (Luís David Cruz Ocampo, Augusto Parra Muñoz), a lo cual podemos agregar ex alumnos y alumnas que luego se convirtieron en dirigentes políticos, sociales, jueces y ministros del poder judicial. Todos ellos desde sus respectivos cargos y responsabilidades han contribuido al progreso y desarrollo del país.

En cuarto lugar, está el campus universitario. La idea de crear un barrio universitario correspondió a don Enrique Molina, quien en un viaje a Estados Unidos, de visita en varias universidades, constató la conveniencia de disponer de un amplio campus Universitario. Así entre 1932 y 1956 se desarrolló un proyecto general del espacio universitario. Se diseñaron bellos jardines puestos a disposición del esparcimiento de la comunidad, instalándose en ellos hermosas y solemnes esculturas. En 1944 se inauguró la Casa del Deporte y el Campanil, constituyéndose este último en un símbolo arquitectónico no sólo de la Universidad, sino de toda la ciudad y el país. Al asumir como Rector David Stitchkin (1956) tomó renovada fuerza la transformación del barrio, especialmente con la creación de un Foro abierto emplazado en el centro del campus.

El campus universitario, pero especialmente el Foro, se ha constituido con el tiempo en el espacio por excelencia del encuentro de la comunidad penquista. Allí se han desarrollado actividades culturales, artísticas, estudiantiles, sociales y políticas; sin embargo, aquel espacio contiene una trascendencia social mayor que el Rector Stitchkin señaló al terminar su mandato: “Se levantó el Foro para que el pueblo, ese pueblo de pies descalzos, ese pueblo hambriento, ese pueblo misérrimo, tuviese acceso…a los altos valores de la cultura…Merced al Foro la Universidad ha incorporado a sus aulas a un pueblo que tiene derecho a participar también de los valores de la cultura”.

De la misma forma, la Universidad de Concepción es una institución reconocida a nivel nacional e internacional por su actividad docente, de investigación, extensión, publicación, administración, infraestructura y relación con el medio. Conjuntamente con aquello, destacan los beneficios y servicios estudiantiles como política universitaria, en cuanto a la asignación de becas de matrícula y cuota básica, créditos, becas de alimentación y de residencia para sus alumnos, quienes en su mayoría provienen de los sectores medios y bajos de la población.

Para finalizar, la Universidad de Concepción es regionalista no solamente porque nace desde la región del Bío Bío sino porque entiende la región, más que un espacio jurídico, administrativo o fijo, como un espacio social, heterogéneo, en movimiento y dinámico, donde se desarrollan experiencias de individuos, comunidades y sociedades que van más allá de los propios espacios particulares de pertenencia. Ejemplo de aquello son sus campus en Chillán, Los Ángeles o bien su centro de Formación Técnica Lota-Arauco, ubicada en una de las zonas geográficas más vulnerables del país, como es la zona del Carbón.

La Universidad de Concepción es laica y pluralista intelectualmente porque valora la diversidad y promueve el desarrollo libre del pensamiento (espíritu). En sus aulas y diversos espacios académicos se desarrollan actividades artísticas, manifestaciones culturales y discusiones abiertas basada en argumentos. De la misma forma, promueve la diversidad y tolerancia y no la segregación o discriminación. Todos ellos, valores y principios ampliamente reconocidos y destacados por la sociedad chilena.

Por todo lo anterior, la Universidad de Concepción requiere un trato de los poderes Ejecutivo y Legislativo de acuerdo a su historia, contribución al desarrollo regional y nacional, aporte a la educación superior y sobre todo por su carácter público demostrado con creces en sus 93 años de vida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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