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Elecciones en España y mercados financieros: la democracia en crisis

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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Existe la posibilidad, como comienzan a escucharse voces en Alemania, de llevar a España al borde de una revuelta social, como las de otros países europeos en 1968, y que el ala izquierda del PSOE quiebre el partido y se sume a la izquierda no socialista, a los indignados y estudiantes, junto con los sindicatos, que hasta ahora han tenido una posición muy moderada.


En plena crisis económica y financiera los mercados cambian los gobiernos, de manera bastante directa, nombrando a los primeros ministros, o haciendo perder las elecciones a quienes gobiernan.

En Grecia e Italia impusieron nuevos jefes de gobierno, no electos y presentados como tecnócratas, aunque son economistas/banqueros, que han tenido una estrecha relación con Goldman Sachs, el único banco de negocios norteamericano que subsiste después de la debacle del 2008, y constituyen una troika con el flamante presidente del Banco Central Europeo.

Y en las elecciones pierden los partidos de gobierno cualquiera sea su color. La izquierda, en una conflictiva coalición, recuperó el poder en Dinamarca; la derecha desplazó a la centro derecha en Irlanda; los socialistas fueron sustituidos por la derecha en Portugal, y el pasado domingo, el PP desplazó al PSOE.

[cita]En ese contexto político y económico la siembra de ilusiones que tendrán un rudo despertar por parte de la derecha cuando se apresta a gobernar, es peligrosa. No hay nada peor que las frustraciones. Y es absurdo que se insista por los líderes del PSOE en la alabada «construcción de una izquierda moderna», léase la tercera vía, cuando el fundamentalismo del mercado está en crisis y el aumento de la educación no logra equilibrarlo.[/cita]

La explicación: las medidas de austeridad que adoptaron los gobiernos derrotados en las urnas por presión de los mercados para que disminuyeran el gasto público en plena recesión. Por ello, las elecciones tampoco auguran estabilidad política.

En el caso de España, Rajoy, el candidato del Partido Popular, coalición de derechas, quien obtuvo la mayoría absoluta en el parlamento, fue calificado por la prensa internacional durante la campaña electoral como el Príncipe de la Ambigüedad.

La vaguedad de su discurso dio la impresión de que pensaba superar los problemas económicos del país sin grandes sacrificios. Al parecer era suficiente el cambio de un mal gobierno, que aumentó el desempleo, el de Zapatero, por un buen gobierno, el de él, que lo disminuirá sin tocar los beneficios sociales, aunque hasta ahora no dice cómo.

Y se sabe que las medidas de austeridad que exigen los mercados, y que derrotaron a su rival socialista, seguirán siendo durísimas, como lo adelantan los primeros recortes en sanidad y educación en las regiones autonómicas controladas por los populares.

Tal vez por ello el mandato electoral de Rajoy, a pesar de la mayoría absoluta de su Partido en las cámaras, fue débil. El PP tuvo una votación inferior a la del PSOE cuando ganó la elección precedente hace cuatro años. Además, esta vez votaron menos ciudadanos por los partidos que lograron representación parlamentaria que en 2008, a pesar del aumento del padrón electoral: hoy, 23.141.000, en 2008, 24.673.000.

La elección, más que una victoria del PP, fue una derrota del PSOE, que disminuyó su votación desde 11.289.000 votos a 6.973.000, es decir, 4.316.000. El PP solo subió de 10.278.000 a 10.830.000, o sea,  552.000.

El gran ganador fue en verdad el partido de los no votantes, abstenciones, votos en blanco y nulos, aproximadamente 12.000.000, más de un millón que el PP.

Quienes también se fortalecieron fueron los partidos minoritarios con representación parlamentaria. Crecieron en 2.386.000 votos, de 3.116.000 a 5.506.000, y duplicaron su representación, de 27 a 54 diputados.

Entre ellos destacan Unión Progreso y Democracia, una escisión españolista (contraria a los nacionalismos periféricos) del PSOE, de 306.000 a 1.140.000 votos (de 1 a 5 diputados); Izquierda Unida, de 969.000 a 1.680.000 (de 2 a 11 diputados); la CiU, un partido nacionalista catalán moderado, de 779.000 a 1.014.000 (de 10 a 16 diputados) y que por primera vez supera a los socialistas en Cataluña, y Amaiur, un partido nacionalista vasco radical recién legalizado, que logró 333.000 votos y 5 diputados y que con el Partido Nacionalista Vasco son ahora mayoría en Euzkadi.

A lo anterior se añade que España es la cuna de los indignados en Europa, la protesta pacífica por jóvenes sin, el 40%, o con precario trabajo, educados e informados del rescate gubernamental de los causantes de la mayor crisis de la segunda posguerra. Somos el 99% corean sus discípulos norteamericanos, a los cuales comienzan a sumarse los estudiantes universitarios y el personal de salud afectados por los recortes a la sanidad y la educación.

Y esa indignación es parte importante de la explicación de la notable baja de la votación del PSOE, del aumento del partido de los no votantes (abstenciones, nulos y en blanco) y de la dispersión de los sufragios que favorece a los nacionalismos periféricos, en especial al vasco y al catalán, y a la izquierda no socialista.

En ese contexto político y económico la siembra de ilusiones que tendrán un rudo despertar por parte de la derecha cuando se apresta a gobernar, es peligrosa. No hay nada peor que las frustraciones. Y es absurdo que se insista por los líderes del PSOE en la alabada «construcción de una izquierda moderna», léase la tercera vía, cuando el fundamentalismo del mercado está en crisis y el aumento de la educación no logra equilibrarlo. Todo ello constituye una subversión a la democracia, el pensamiento único de la clase política anula la elección ciudadana e incrementa el abismo entre gobernantes y gobernados con una sola opción.

J. K. Galbraith, el genial discípulo de Keynes en EE.UU., en una carta al presidente Kennedy, le dijo «lo insto a escuchar atentamente a los economistas e incluso con cierto respeto y admiración. Sin embargo, en tiempos de desafío económico, el Presidente debe tener el sentido de lo que el pueblo quiere. Los economistas solo saben lo que el pueblo debería saber y, a veces, lo que antes quería». Vox populis, vox dei.

Si no se sigue el consejo de Galbraith y se siembran además ilusiones, existe la posibilidad, como comienzan a escucharse voces en Alemania, de llevar a España al borde de una revuelta social, como las de otros países europeos en 1968, y que el ala izquierda del PSOE quiebre el partido y se sume a la izquierda no socialista, a los indignados y estudiantes, junto con los sindicatos, que hasta ahora han tenido una posición muy moderada.

Todo ello cuando el gobierno de un partido netamente españolista, como es el PP, tiene que negociar con fortalecidos nacionalismos periféricos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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