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Pegarle a Piñera es gratis

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Si Bachelet pierde un zapato inaugurando un campeonato de fútbol es una anécdota “simpática”. Si lo hace Piñera es un posero, payaso, ramplón. A ratos parece que Piñera es más culpable por decir “tu-sunami” que la propia ex presidenta por no advertir del real tsunami que azotó las costas chilenas. La lógica es extensiva a su gobierno: lo que se hace o se deja de hacer se mide con otra vara respecto de las administraciones anteriores. Y aunque se haga exactamente lo mismo, siempre habrá razón para darle un par de nalgadas.


Esta columna no va a insistir en una cuestión obvia: los meses de Piñera en La Moneda han servido para aportillar la denominada “dignidad presidencial”. Era, por lo demás, previsible: el propio Presidente había manifestado su intención de renunciar a la solemnidad intangible del Jefe de Estado para descender al ajetreo doméstico del Jefe de Gobierno.

Por el contrario, esta columna quiere apuntar con el dedo a toda la ciudadanía virtual de las redes sociales que festina con el Presidente con un doble estándar escandaloso y con una deshonestidad intelectual notoria. ¿Por qué lo hacemos (me incluyo)? Porque pegarle a Piñera es gratis. Subirlo al columpio es deporte nacional. Es bullying tipo sandía calada. Y cómo no: dos de cada cinco electores de Piñera hoy se arrepiente de haberlo votado. Como San Pedro –analogía bíblica del gusto de S.E.- se apuran en negarlo tres veces.

[cita]Subirlo al columpio es deporte nacional. Es bulliyng tipo sandía calada. Y cómo no: dos de cada cinco electores de Piñera hoy se arrepiente de haberlo votado. Como San Pedro –analogía bíblica del gusto de S.E.- se apuran en negarlo tres veces.[/cita]

No cabe duda que el personaje aporta mucho material. Se sale de libreto, es desatinado, vive de clichés y todas las micros le sirven. Las piñericosas se han instalado como marca de fábrica y lo acompañarán hasta su último día en La Moneda. Muchos de esos errores son accidentes menores, propios de un tipo que anda a mil kilómetros por hora y no se detiene a reflexionar. Pero viralizados en la red adquieren dimensión de pecados mortales, regreso a las cavernas, misiles contra la república.

A Piñera no se le perdona ni una. Si Bachelet pierde un zapato inaugurando un campeonato de fútbol es una anécdota “simpática”. Si lo hace Piñera es un posero, payaso, ramplón. A ratos parece que Piñera es más culpable por decir “tu-sunami” que la propia ex presidenta por no advertir del real tsunami que azotó las costas chilenas. La lógica es extensiva a su gobierno: lo que se hace o se deja de hacer se mide con otra vara respecto de las administraciones anteriores. Y aunque se haga exactamente lo mismo, siempre habrá razón para darle un par de nalgadas.

Todos los que recordamos nuestro paso por el colegio entendemos la dinámica. El mejor compañero tiene manga ancha y línea de crédito. Todos le prestamos ropa. Porque presta sus cuadernos, siempre tiene un consejo sincero y sabemos que nunca nos apuñalará por la espalda. Pero cuando el insoportable mateo del curso quiere dárselas de chistosito le paramos los carros. Cuando quiere ser el capitán del equipo de fútbol lo bajamos a patadas. Cuando quiere robarse la película en la pista de baile lo empujamos entre ocho. La ley de la vida: da gusto reírse de los prepotentes.

Por eso algo extraño sucedió durante la rutina de Stefan Kramer en la última Teletón. Mientras el humorista ridiculizaba al hermano del Presidente, la cámara no dejaba de mostrar a un Piñera incómodo, sonriendo por obligación, sufriendo cada minuto del sketch. Y si bien los conocedores del mundo de la televisión saben que al espectador le gusta el morbo, también saben que no le gusta sentir vergüenza ajena. Alguna tecla de humanidad se activa cada vez que un humorista es pifiado, un artista es humillado, un personaje masacrado en vivo y en directo. Se llama compasión, y Piñera -por primera vez- fue su digno acreedor.

Criticar una figura que se eleva por sobre el 80% de aprobación –lo sé por experiencia propia– es un suicidio. Disparar contra una que apenas se empina por sobre el 30% es grito y plata. Salvo que empiece a operar la compasión. Recién entonces agarrar a patadas al bulto pasa a ser sadismo. Como el yogurt americano, puede que en fondo el mateo insoportable sea dulce (aunque muy muy en el fondo).

Varios analistas auguran que el gobierno de Piñera ya tocó fondo y ahora empieza a experimentar una curva de ascenso que coincide con los primeros logros que mostrar. Mientras más arriba esté el Presidente, más costoso será pegarle: más gente saldrá a defenderlo y la contienda en las redes sociales se irá emparejando. Está por verse.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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