Publicidad

Derecha e Izquierda; Derechos y Deberes

Si el voto fuera un deber, no sería un derecho, una facultad, sino una obligación. Y si fuera un derecho, implicaria la facultad de su ejercicio y no podría, por lo mismo, implicar la obligatoriedad, porque dejaría de ser una facultad.


La distinción básica entre una persona de derecha y una de izquierda es que la primera siempre propicia que la gente tenga mayor libertad y la segunda casi siempre propone medidas para conculcarla o reducirla.

Por eso en el debate abierto a propósito del voto voluntario me ha sorprendido ver a personas de derecha, como Sergio Melnick y Cristóbal Orrego, defendiendo el voto obligatorio, siendo que el voto voluntario es un gran triunfo de las ideas de derecha, porque amplía el margen de autodeterminación de las personas y, por tanto, la esfera de sus libertades.

Las tendencias políticas tradicionalmente contrarias a la ampliación de éstas bregan por la obligatoriedad del sufragio. Y tal vez no sólo lo hacen porque está en la esencia de su pensamiento dirigista, sino por conveniencia electoral, pues temen que la gente más ignorante (que, suponen, mayoritariamente adhiere a la izquierda) no acuda a votar si no es obligada a ello. El pensamiento de derecha, que favorece el libre albedrío de las personas, es partidario por principio de que el sufragio sea voluntario, si bien cabría suponerle también un móvil electoral, derivado del mismo pronóstico que hace la izquierda sobre la conducta de las personas menos letradas.

Al respecto se ha abierto en las cartas a «El Mercurio» un debate bastante extenso, pero inconducente, pues bastaría leer el Diccionario de la Real Academia de la Lengua para restarle base. Pues todos parecen dar por hecho que el sufragio es a la vez un derecho y un deber. En tal predicamento, Álvaro Fischer defiende la voluntariedad del voto, mientras Ignacio Walker, Sergio Melnick y Cristóbal Orrego favorecen su obligatoriedad.

Pero derecho y deber son cosas antinómicas. Nada puede ser, a la vez, un derecho y un deber. Y si la antigua Constitución establecía el derecho a sufragio y luego consagraba su obligatoriedad, quiere decir que contenía una contradicción y estaba equivocada; y que afrotunadamente ha dejado de estarlo.

El ya citado Diccionario de la Real Academia de la Lengua define «deber» (en la acepción pertinente), como «aquello a lo que está obligado el hombre por los preceptos religiosos o por las leyes naturales o positivas». Y define «derecho» (en la acepción pertinente) como «la facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestro favor o que el dueño de una cosa nos permite en ella». Y, en fin, define «facultad» como «poder para hacer alguna cosa». Obviamente, ese poder implica también la atribución de no hacerla.

Es decir, así como una pera no puede ser a la vez una manzana, un deber no puede al mismo tiempo ser un derecho, porque el primero envuelve la obligación de cumplirlo, en tanto que el segundo implica la facultad de ejercerlo o no. Si el voto fuera un deber, no sería un derecho, una facultad, sino una obligación. Y si fuera un derecho, implicaria la facultad de su ejercicio y no podría, por lo mismo, implicar la obligatoriedad, porque dejaría de ser una facultad.

Como suele suceder con algunos debates públicos de alto coturno, la solución del diferendo suele estar en el diccionario. En este caso, es así. Lo único que cabe lamentar en él es que personalidades de derecha se sumen a la corriente de izquierda y defiendan la idea de impedir el ejercicio de una facultad personal, la abstención, que en los países más democrática a veces es ejercitada por una mayoría de la ciudadanía, sin que ello jamás haya constituido un problema para nadie, porque esos países son respetuosos de la libertad personal.

Hoy los chilenos la hemos conquistado; ojalá no nos sea arrebatada.

Publicidad

Tendencias