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Fantasmas en el barrio de mis hijos

Enzo Abbagliatti
Por : Enzo Abbagliatti Gerente de Proyecto Web en Fundación Democracia y Desarrollo
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Mientras desde el Ministerio de Educación tratan de encontrar el mejor eufemismo para maquillar uno de los períodos más sombríos de nuestra historia, gracias al enorme trabajo de ArchivosChile, “Ejecuciones en Chile septiembre-diciembre 1973: El circuito burocrático de la muerte”, logro saber que en el barrio donde están creciendo mis hijos fueron hallados los cuerpos de cuatro ciudadanos ejecutados.

Tres han sido reconocidos como víctimas de la violencia organizada por la dictadura. Uno forma parte de un grupo de 150 potenciales nuevas víctimas de la represión, personas que, si bien no aparecen en las listas de ejecutados oficialmente reconocidas por el Estado de Chile, las condiciones en que fueron encontrados los cadáveres y su posterior “tratamiento” por “la burocracia de la muerte” que operó en los meses finales de 1973, llevan al equipo de ArchivosChile a presumir su condición de víctimas.
Sus nombres. Eduardo Elías Cerda Angel; Francisco Rafael González Morales; y Roberto Gutiérrez González, los tres parte de las víctimas listadas por el Informe Rettig. La cuarta persona, no reconocida hasta ahora como ejecutado político: Abel Miguel Gonzalo Orellana Pallares.

Hablar de “régimen militar” o de “régimen militar antidemocrático” esconde (o pretende esconder) la brutalidad, la frialdad, la premeditación del terror con el que se amedrentó, se torturó, se mató en Chile entre 1973 y 1990, pero en especial en esos primeros momentos de la dictadura. Cito:

Fue el periodo de la razzia, de la “limpieza” social y política, como se confirma en la alta concentración de víctimas de violaciones a los derechos humanos en ese periodo consignada en el Informe Rettig. Dejar cuerpos torturados, destruidos por ráfagas de metralleta e incluso mutilados a plena vista de la población pareció ser una táctica de la política de terror y de dominación psicológica impuesta por el nuevo régimen.

Siempre hemos sabido (aunque a veces lo olvidemos) que mientras no se haga justicia con los delitos de lesa humanidad cometidos en esos años, nuestros barrios, nuestras ciudades, nuestro país estarán llenos de fantasmas. Hoy, gracias a un mapa en Internet, conozco a los que están cerca de la plaza donde mis hijos aprendieron a montar en bicicleta, a unas cuadras de donde compro las empanadas para los almuerzos dominicales, a minutos caminando de la feria donde los sábados adquiero las verduras y frutas.

Cuando hace unos años decidimos con mi esposa comprar el departamento donde vivimos, quisimos hacer de estas calles parte esencial de nuestra historia familiar, de nuestra cotidianidad. Hoy esas calles se nos aparecen de otra forma, a través de los nombres de cuatro ciudadanos ejecutados por sus ideas. Ante el riesgo de que su historia, que es la nuestra, la de todos nosotros, sea reinterpretada, nos ocuparemos de que nuestros hijos sepan que en su barrio Chile tiene una deuda pendiente con la justicia.

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