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El festival según Kenita

Sergio Benavides
Por : Sergio Benavides Periodista. @sbenavidestala
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Luis Miguel hace boleros, sonríe, baila, frasea y vuelve a sonreír. Puede que los lentes de Manuel García respondan a tanta blancura dental. Las redes de inmediato comentan que huele a botox, que está gordo, que quiere matar al sonidista. Pero Luis Miguel sabe lo que hace y revienta el rating con un show extenso y lleno de éxitos.


Quince mil personas repletaron la Quinta Vergara. Entre ellas, pasada la media noche, estaba Kenita Larraín. No en primera fila como se apostaba, sino que más atrás. Periodistas especularon que le quitaron la entrada ultra vip por no hacer un móvil para Primer Plano. Pero ella entra igual, tiene movidas. Perdone, pero esta semana todo lo irrelevante importa. Y María Eugenia lo sabe.

Ella viste de dorado, por si ese tipo al que llaman “Sol” (o sea Luis Miguel es a México lo que Amon Ra fue a Egipto) logra distinguirla en la multitud. Quizás le llegue otra rosa blanca que le permita entrar en su camerino y desnudarse, para luego secarse el sudor con una de las 120 toallas que pidió el músico. Quién sabe. Y en la platea, Larraín demuestra que tiene el cuero duro y soporta estoica que la multitud declame que se vaya, entre otras cosas claro. “Celosas”, declarará Kenita sonriente más tarde.

[cita]Luego aparecen los animadores. El director falla en el switch cuando ellos se van a dar el tradicional beso, no hay toma que calce, ni ambiente sobre el escenario. Eva Gómez trata de hablar lento mientras Araneda grita como barraco. ¡Alguien que le diga, por favor![/cita]

Horas antes, la noche se abría con un homenaje a músicos y animadores chilenos. Sin contar el mal gusto que significa relativizar la presencia de músicos como Roberto Bravo y un ganador de talento chileno, el doblaje en un festival de la canción es impresentable. Sin embargo, hay emoción, porque la muerte siempre emociona. Y Gervasio y Camiroaga ya no están vivos, pero sí en pantalla. (Si es por relativizar, relativicemos todo).

Luego aparecen los animadores. El director falla en el switch cuando ellos se van a dar el tradicional beso, no hay toma que calce, ni ambiente sobre el escenario. Eva Gómez trata de hablar lento mientras Araneda grita como barraco. ¡Alguien que le diga, por favor!

El tema está difícil, pero la gente está emocionada. Maca Pizarro se toma el cuello y Francisca García Huidobro insiste en bailar cuando nadie baila. En fin, le toca a Diego Torres. Un buen tipo, amable, algo oportunista para definir su cancionero, pero sobre todo, con poco carisma. Torres es buena persona, cálido, músico profesional, pero en vivo es fome. No hay mucha vuelta con eso. Tampoco tiene el talento para cautivar sólo con su voz, por eso resulta necesario que se lance con una batería de hits. Cosa que no hizo, y no calentó a nadie (o a casi nadie). De todas formas se llevó dos antorchas.

luis miguelLas competencias débiles. En la internacional y folclórica parece que la fórmula es lanzar un ritmo pegajoso tipo Carlos Vives, o mostrar una propuesta cachonda en inglés. Claro que vemos en el jurado a un Manuel García con lentes llamativos de rock star. ¿Se estará contagiando?

En el palco, Larraín se levanta y baila. Pero Luis Miguel está preocupado de arreglar el retorno que le juega malas pasadas una y otra vez (un profesional de esa talla no puede obviar la prueba de sonido). Quizás amanezca un sonidista muerto en Juárez. Sin embargo, el azteca sortea los inconvenientes con oficio. Luis Miguel hace boleros, sonríe, baila, frasea y vuelve a sonreír. Puede que los lentes de Manuel García respondan a tanta blancura dental. Las redes de inmediato comentan que huele a botox, que está gordo, que quiere matar al sonidista. Pero Luis Miguel sabe lo que hace y revienta el rating con un show extenso y lleno de éxitos. Se lleva las llaves de la ciudad y una inédita gaviota de platino. Y Kenita seguro espera a ver si le cae una cola. Son sólo negocios. Si le llegó la rosa blanca no lo sabemos, pero hoy todos los canales hablan de ella. Y esta columna también. Nada mal María Eugenia. Nada mal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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