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Los males del Mol

Carlos Trujillo
Por : Carlos Trujillo Doctor en Literatura por la Universidad de Pensilvania, catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Villanova, EEUU.
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Quien diga que todo el que se opone al Mol de Castro se opone al desarrollo creo que está totalmente equivocado, principalmente porque tampoco entiende lo que significa desarrollo. Desarrollo, según entendemos, significa crecimiento, pero un crecimiento progresivo, pensado en el contexto económico, histórico y cultural en el que se va a realizar.


Verdaderamente debería haber titulado “Los Bemoles del Mol” o “Los Males del Centro Comercial,” pero he optado por “Los Males del Mol” dado que a mis compatriotas, incluso aquellos que se ufanan y afanan en encontrar malo todo lo que tenga olor a Estados Unidos, les encanta meter en su lenguaje palabrejas del inglés que al ser usadas en nuestro castellano suenan tan ridículas como la ridiculez misma. Por lo tanto, en un inocente intento de evitar eso de escribir MALL y leer MOL, he preferido hacer lo que ha sido tradición en nuestro lenguaje, es decir, castellanizar la palabra. Así como escribimos fútbol, en vez de football, básquetbol, en vez de basketball, déjemonos de agringadurías que suenan tan snobs como falsas, y si no quieren decir “Centro Comercial” como correspondería en nuestro hermoso castellano o español; castellanicemos la palabreja y sin temores estúpidos digamos MOL, pero escribamos MOL como correspondería en nuestro idioma si es que le damos rango y cabida dicho término.

Siguiendo ligeramente con este tema que requiere mucho más que ligereza y superficialidad, debo decir que en Chiloé ya no son los árboles los que no dejan ver el bosque sino que el omnipresente MOL el que no deja ver el MOLO, a la vez que desde el MOLO, y desde cualquier punto de la bahía y de los lugares que se ubican frente a la ciudad de Castro, una de las más antiguas de Chile, ésta ha desaparecido por completo y el único panorama que se ofrece a la vista es el ubicuo MOL. Es decir, que desde hace un buen tiempo, aunque todo Chile y los propios castreños sólo parezcan haberlo percibido al ver las fotografías en diarios santiaguinos, mirar Castro desde Ten Ten, Tey, Quento, Tongoy y toda esa hermosa costa interior, es ver un monstruo que surgió “de un día para otro” igual que un gigantesco hongo, y nadie lo vio levantarse, crecer y posar sus miles de  toneladas de fierro y concreto sobre la explanada de la ciudad, borrando de un plumazo casi cinco siglos de historia. Mirar Castro desde cualquier lugar cercano o desde el mismísimo Millantuy será mirar el MOL.

[cita]Quien diga que todo el que se opone al Mol de Castro se opone al desarrollo creo que está totalmente equivocado, principalmente porque tampoco entiende lo que significa desarrollo. Desarrollo, según entendemos, significa crecimiento, pero un crecimiento progresivo, pensado en el contexto económico, histórico y cultural en el que se va a realizar.[/cita]

Castreño de toda la vida, porque mudarse a otro lugar por trabajo, desarrollo profesional o lo que sea, no significa dejar de ser lo que uno es, he visto con horror las fotografías publicadas en los medios de comunicación del país. Cuando digo horror no hiperbolizo absolutamente nada. El horror al que me refiero es ese horror descrito con precisión por el Diccionario de la Real Academia Española, en sus acepciones 1 y 3: “Sentimiento intenso causado por algo terrible y espantoso” y “Aversión profunda hacia alguien o algo,” respectivamente.

Algo horrible y espantoso, claro, no tiene por qué ser algo horrible y espantoso por su propia condición, puesto que ese edificio con las mismas características con que está siendo construido no sería ni horrible ni mucho menos espantoso si estuviera erigiéndose en un lugar apropiado para un edificio de tal envergadura. ¿Se imaginan ustedes lo que se diría si alguien erigiera un monumento ecuestre de Bernardo O”Higgins en un lugar completamente inaccesible en medio de la Cordillera de Piuché? Por supuesto que no diríamos que ese monumento es ni horrible ni espantoso, pero nadie podría negar que quien lo erigió allí estaba bastante chalado debido a una razón sumamente simple: su desubicación. Un monumento de tales características debe estar ubicado en un paseo público donde todo el mundo lo vea y al verlo recuerde la obra y figura del prócer. Porque no se requiere de una inteligencia demasiado privilegiada para ver que así como decimos “cada oveja con su pareja,” también sabemos que una construcción debe tener cierta armonía con su entorno.

Hace más de dos décadas vivo en los Estados Unidos, donde a mediados del siglo anterior, se inició la idea del Mall, y donde hay muchísimos de todos los rangos y tamaños a lo largo y ancho del país. Sin embargo, en este país con tantos millones de compradores a nadie se le ha ocurrido construir un edificio gigantesco en un lugar donde rompa con la armonía de su entorno. Por decir algo, la universidad donde trabajo está ubicada en un hermoso suburbio de Filadelfia y cualquier visitante extranjero se preguntará por qué esa institución que tiene tanto dinero y varios miles de estudiantes no construye edificios altos. La respuesta es una sola: “La municipalidad de Radnor no permite construir edificios de más de cuatro pisos.” Y, por supuesto, nadie intentará sobrepasar ese límite, porque no se le autorizará hacerlo.

Yo vivo en Havertown, otro bello suburbio de la ciudad donde se fundó este país, y si mi esposa o yo necesitamos ir a un Mall, tenemos que movilizarnos en automóvil por 20 ó 25 minutos. Y, por supuesto, a todo el mundo le parece que es lo más correcto, porque un Mall dentro de cualquier suburbio de Filadelfia (todos mucho más grandes que la ciudad de Castro) entorpecería el tráfico y perturbaría la vida normal del vecindario. Es decir, que en este país que ha impuesto a rajatabla un modelo económico que vemos derrumbarse día a día, a pesar del derrumbe no se pasan a llevar las reglamentaciones de la ciudad, aunque el señor dinero intente comprar conciencias e imponer sus siempre injustas reglas.

Como una palabra trae otra y todo el mundo tiene su opinión, aunque no sepa ni siquiera de qué va el asunto, quiero dejar claro que nunca se me pasaría por la cabeza oponerme a la construcción de un gran centro comercial en Castro, ni mucho menos al desarrollo y al bienestar de mi provincia. Quien diga que todo el que se opone al Mol de Castro se opone al desarrollo creo que está totalmente equivocado, principalmente porque tampoco entiende lo que significa desarrollo. Desarrollo, según entendemos, significa crecimiento, pero un crecimiento progresivo, pensado en el contexto económico, histórico y cultural en el que se va a realizar.

No me opondría y, muy por el contrario, aplaudiría la iniciativa de un gran centro comercial en los alrededores de Castro. Ciertamente, no tiene por qué ubicarse a una gran distancia de la ciudad, pero su ubicación no debe perturbar la vida de la comunidad que allí reside. Pensado así no sólo sería una buena idea, porque no perturbaría a los vecinos de una ciudad establecida, sino que además se transformaría en un polo de atracción, razón por la cual todo el mundo saldría ganando. Los terrenos cercanos subirían su valor, puesto que los alrededores de dicho centro comercial muy pronto comenzarían a urbanizarse dando lugar a una ciudad satélite de características propias. Un pueblo o ciudad de características modernas cuya arquitectura no entorpecería la arquitectura tradicional de la región, bien conocida y apreciada en todas las latitudes. Ubicarse en las afueras de la ciudad significaría también construir, mejorar y/o ampliar los lugares de acceso. Por lo tanto, ese centro comercial que atraerá clientes de todo el archipiélago no se encontrará con los horribles e insuperables problemas de tráfico que creará en una ciudad de calles estrechas, abundancia de vehículos, escasez de estacionamientos y ya abarrotada de gente a ciertas horas del día.

No me cabe duda que los dueños de la constructora o del edificio en cuestión saben muy bien que tendrán un flujo diario de miles de vehículos y para atraer y tentar a sus clientes tendrán varios pisos de estacionamientos. Por supuesto que sí. Pero ¿ellos mismos y la Ilustre Municipalidad habrán pensado que esos miles de vehículos que llegarán hasta allá y se estacionarán con toda comodidad dentro del gigante de cemento deberán tener vías (así en plural) para llegar y para salir? Cada día, en particular en los meses que sigan a la inauguración de las grandes tiendas, el flujo de vehículos les habrá de recordar a mis coterráneos el que se produce en El Parque Municipal los días del Festival Costumbrista. Pero el Festival Consumista que se les viene no ocurrirá dos días al año, sino el año corrido, y la multitud festivalera no tendrá que ir hasta la punta del cerro liberando a la ciudad de ese enorme flujo vehicular y peatonal, porque esta vez el festival de gangas y regateos ocurrirá en el mismísimo centro histórico de una de las ciudades más antiguas y más maltratadas del país por la indiferencia de las autoridades nacionales.

Nos guste o no nos guste, la metida de pata ya está hecha y no sé cuánto se podrá hacer para disminuir sus costos. Eso no lo sabemos ni lo sospechamos todavía. Tal vez eso fue lo que quiso decir el autor del Himno a Chiloé cuando escribió esos versos un tanto imprecisos que dicen: “Tus hermanas del norte te admiran/ por tu clima, tu cielo y tu mol.”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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