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Fondart: distinguir lo indistinguible

Giorgio Varas
Por : Giorgio Varas Músico & Agente cultural
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Un menguado pero aventajado ejemplo de rigurosidad intelectual para enfrentar una política cultural de Estado lo constituye la elección mediante sistema de Alta Dirección Pública del nuevo director del Museo Nacional de Bellas Artes, el artista visual y académico Roberto Farriol


¿Cómo traducir una expresión, un sentimiento intrínseco del individuo, un impulso espiritual y creador, un conocimiento empírico o científico, en un producto o proyecto cultural digno, además, de ser considerado política cultural de Estado?

La paradoja de intentar sistematizar proyectos, productos y procesos creativos procurando absorber el “sistema del arte y la cultura” desde una plataforma administrativa , se abstrae —entre otras muchas— de una discusión elemental al desconsiderar la cultura y las artes en su naturaleza primaria de bienes simbólicos, inmateriales; vale a decir, se avala un absurdo paralelismo al propiciar confundir arte, cultura y gestión, desconociendo la realidad misma de los proyectos culturales, su origen, sus posibilidades y necesarias mutaciones y —lo que es más grave— confundiendo frecuentemente contenido y forma.

El embrollo está articulado en normas contradictorias reunidas en la rigidez de reglamentos basados en una lógica de procedimiento administrativo: un conjunto de criterios, plantillas y módulos inflexibles. Y aunque la reciente versión (2012) del Fondart reveló su inconsistencia mediante la implementación de un software ineficiente, no se trata ni se debe reducir un problema de torpeza y voluntad política a la mera responsabilidad de una penosa plataforma tecnológica. Es fundamental distinguir las industrias creativas y culturales con la lógica de la creación artística: si bien son interdependientes, las primeras —las industrias de las ideas y los contenidos— están definidas en términos contemporáneos por países altamente desarrollados como un factor estratégico del siglo XXI. Aportan al crecimiento del PIB de sus respectivas economías y crecen mundialmente en la última década —según datos de Naciones Unidas— la espectacularidad del 14.15% al año.

[cita]Un menguado pero aventajado ejemplo de rigurosidad intelectual para enfrentar una política cultural de Estado lo constituye la elección mediante sistema de Alta Dirección Pública del nuevo director del Museo Nacional de Bellas Artes, el artista visual y académico Roberto Farriol.[/cita]

Hablar —en cambio y a la vez— de la cultura y de las artes, y de sus múltiples y simultáneos aspectos, es hablar del misterio de las catacumbas, de la historia de la humanidad, de la subjetividad, de lo hermoso y de lo feo (o de lo bello y lo horrible); y del espectador, del crítico, de la angustia y la alegría de la creación artística nuevamente y, muchas veces, también hablar de la realidad. No existiendo ningún contenido fuera de la realidad, la realidad es cultura y no necesariamente forma, ni automáticamente arte, ni menos formularios burocráticos.

Nuestra realidad, la del cuoteo político y las malas prácticas culturales, ha caracterizado indistintamente el duopolio Concertación-Alianza y constituye un  nefasto antecedente para enfrentar no solo la discusión sobre los fondos de fomento de la cultura y las artes, sino que el  contenido del anuncio del 21 de mayo del Presidente Piñera en cuanto a transitar desde el actual  Consejo —compuesto por representantes sectoriales y gremiales— a la creación de un Ministerio de Cultura.

La ex ministra del ramo Paulina Urrutia declaró en su momento: “Yo soy la persona que más sabe de política pública cultural en este país”…Y terminó yendo en un vehículo fiscal a un acto político-cultural del entonces candidato Frei Ruiz-Tagle. Lo mismo hizo su otrora ex subsecretario, el dirigente socialista Arturo Barrios, quien sumó al uso indebido de un vehículo fiscal, cobros de gastos de representación y viáticos, según informes y sanciones aplicadas por la Contraloría General de la República.

El mismo ente fiscalizador atribuye contratación directa de productos, servicios y exuberantes pagos de honorarios por asesorías al reciente ex sub secretario de Cultura Gonzalo Martin, experto en implementación de plataformas tecnológicas (sic). En tanto, la primera baja del gobierno de Sebastián Piñera correspondió al ultra UDI Nicolás Bar, a quien el actual Ministro Cruz-Coke le pidiera la renuncia por diferencias ideológicas y a quien —¡cómo no!— le fue asignado un “cupo” como agregado cultural de Chile en Washington.

A más de 20 años de existencia, el principal instrumento de fomento del CNCA ha hecho un aporte significativo al panorama cultural del país, pero —al igual que la actual crisis de representatividad política de coaliciones indistinguibles— se ha vuelto obsoleto y es absolutamente insuficiente.

El instrumento se ha convertido en una fórmula autovalente que —amparado en la activa participación de artistas, gremios y creadores— procura validarse a sí mismo, legitimarse frente a la opinión pública, llegando a la completa desfachatez de considerarse como “un premio” por el sistema del arte en general, aquello que a todas luces no es más que una herramienta de transferencia de recursos (escasos) que beneficia indistintamente a medios de comunicación, pescadores artesanales, juntas de vecinos, gestores, artistas, municipios, pequeñas y grandes empresas, universidades públicas y privadas, instituciones, museos, fundaciones o corporaciones —algunas dependientes del propio estado y presidida por el propio ministro de turno, como el caso de M100 o Balmaceda 1215, en otra muestra del entrampamiento administrativo en que está inmerso el procedimiento y de la perversión que significa para el 90% de los proyectos que no son “premiados” concurriendo en “igualdad de condiciones”.

Posiblemente en otros sectores de la economía, esta práctica sería considerada una anomalía, una competencia desleal, incluso cobrando una cierta idea de “dumping ilustrado” en los casos de cineastas del prestigio mundial de Patricio Guzmán o Miguel Littin, rechazados por el fondo concursable.

Conciente de los indicadores macroeconómicos, y probablemente guiado por esa  intuición tan propia de la era neoliberal, el Programa de gobierno del actual presidente Sebastián Piñera proponía en su página 57 “Avanzar en la creación de una verdadera industria cultural y artística, a la sustentabilidad, a la creación de empleos y a la penetración en mercados internacionales”.

Pero avanzar de manera responsable con estas afirmaciones requiere de algo más que los cambios cosméticos o la instrumentalización política y propagandística al que nos tiene acostumbrado indistintamente el duopolio Concertación-Alianza. No basta armonizar conceptos individuales con la universalidad de sus significados corriendo el irresistible riesgo de pensar en la cultura solo en cuanto «post» de índices economicistas. No basta pasar de consumidores culturales a clientes. No basta sumar la expresión “industrias creativas” a la nomenclatura de un “Nuevo Consejo”, ni es suficiente saldar el retraso histórico que sólo hoy  incorpora subsectores como la moda, el diseño, la artesanía, nuevos medios  o arquitectura —este último calificado absurdamente junto a la sección de “arte en vía de industrialización”.

Un menguado pero aventajado ejemplo de rigurosidad intelectual para enfrentar una política cultural de Estado lo constituye la elección mediante sistema de Alta Dirección Pública del nuevo director del Museo Nacional de Bellas Artes, el artista visual y académico Roberto Farriol, aunque en otra extravagancia sistémica, tanto la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos como el Consejo de Monumentos Nacionales y el propio CNCA, conformen una institucionalidad cultural que  —desde su génesis como división de cultura— permanece al alero del Ministerio de Educación .

Una “cartera suicida”, (bien lo sabe el flamante embajador de Chile en Estados Unidos, Felipe Bulnes) un “bien de consumo» según explícita declaración presidencial y cuya profunda crisis es fiel reflejo del “estado del arte” de las discusiones que conforman la retórica de la economía de la cultura, que dificulta cimentar reflexiones cosmogónicas, fenomenológicas, intuitivas, materia prima de las industrias creativas y culturales en su conjunto.

Hay que combatir las lógicas vulgares, la falta perspectiva crítica, la politiquería, la incompetencia, la ignorancia y el desconocimiento con una discusión profunda que requiere disponer de muchísimos más recursos y por sobre todo requiere mayor franqueza y coraje intelectual, entereza espiritual y análisis, especificidad, tesis y antítesis para intentar profundizar en el complejo pero necesario ejercicio de distinguir lo indistinguible, cultural  e institucionalmente.

Se trata de un espiral sin recetas, de un ejercicio  permanente que probablemente tuvo sus comienzos en la década del 50, cuando Theodor Adorno —el célebre filosofo Alemán— señalara con aguda inteligencia que “la industria cultural tiene la tendencia a convertirse en un conjunto de protocolos y, por esa misma razón, de volverse irrefutable profeta de lo existente”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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