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Educación, la vivencia compartida

Andrés Colque
Por : Andrés Colque Director social fundación educacional Súmate
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Los esfuerzos por favorecer ambientes escolares que faciliten la inclusión de los alumnos sólo se han limitado a iniciativas formales y mecanismos de control de conductas no deseadas.


La actual discusión en nuestro país sobre la calidad y rol de la educación transita por consideraciones respecto a la calidad de los aprendizajes, la calidad de los profesores, la importancia de la etapa preescolar y la participación de los sectores vulnerables en la educación superior.

Si bien, todos estos aspectos son importantísimos y deben ser abordados en el marco de una política país, se nos olvida que la convivencia escolar, es decir, la vivencia al interior de la escuela es un factor no menos relevante en la deserción escolar, más aún cuando tenemos a 40 mil niños vulnerables que no están estudiando.

Al respecto, innumerable bibliografía señala que el ambiente, clima o marco de convivencia en que se desarrolla la experiencia educativa de los niños y niñas, así como los vínculos que se generan, son relevantes para favorecer su mantención.

[cita]Los esfuerzos por favorecer ambientes escolares que faciliten la inclusión de los alumnos sólo se han limitado a iniciativas formales y mecanismos de control de conductas no deseadas.[/cita]

Así, la percepción que los directivos y profesores de una unidad educativa tienen sobre la posibilidad de éxito de sus alumnos, el reconocimiento de sus talentos, el respeto y consistencia en la aplicación de normas son elementos básicos en la creación de un ambiente de acogida; el cual favorece las habilidades, actitudes y comportamientos sociales deseados y reduce de manera progresiva los desajustes que los niños puedan presentar.

En este sentido, la participación de profesores, alumnos y apoderados en la elaboración de un proyecto educativo compartido favorece la identificación, propiciando la confianza de la comunidad hacia la unidad educativa.

Ahora bien, en los últimos años se han realizado esfuerzos por mejorar nuestra educación, a través de transformaciones curriculares, incorporación tecnológica y didáctica, medición de aprendizajes, extensión de la carga horaria, inversión en infraestructura, entre otros.

Sin embargo, los esfuerzos por favorecer ambientes escolares que faciliten la inclusión de los alumnos sólo se han limitado a iniciativas formales y mecanismos de control de conductas no deseadas.

Quizá ya es tiempo de preocuparnos y ocuparnos de pensar en cómo queremos que sea vivida la vida al interior de las escuelas y liceos. Debemos educar en el respeto, lo que significa actuar desde el respeto; educar en solidaridad, operando desde la valoración del otro como un igual; educar en la participación, con una escuela o liceo abierto en constante diálogo y relación a su comunidad.

En fin, educar parece ser en el fondo… la expresión de cómo nos vemos, vemos al otro y como aspiramos a vivir en comunidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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