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La lección del «Loco»

Mauricio Rojas Alcayaga
Por : Mauricio Rojas Alcayaga Antropólogo Universidad Alberto Hurtado
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La locura del profe Marcelo está en no someterse a ningún poder contrario a sus principios y valores. En exigir un trato digno y humanitario para todos los trabajadores, ya sean futbolistas o auxiliares y en ver el fútbol como una cuestión de amor y honor, y no como un espectáculo publicitario. Siente este deporte más ligado al territorio (como su querido Newell’s en Rosario y hoy el Bilbao) que al poder del dinero.


Cuando Michel Foucault escribió su célebre obra “Historia de la Locura”, donde describía la lógica moderna de encerrar a los locos, desterrando la locura de la escena pública, seguro no tenía en mente el caso de un grupo de políticos neoliberales y empresarios del fútbol chileno organizados en torno a sociedades anónimas, expulsando de la dirigencia técnica del fútbol local a Marcelo Bielsa por considerarlo un “loco”. Un personaje idealista, que se negaba a trabajar bajo las ordenes de empresarios, y leal a un dirigente que propugnaba peligrosas ideas igualitarias entre los clubes.

Y así fue. El fútbol chileno, tan pobre en resultados, se dio el lujo de dejar partir a uno de los mejores técnicos del mundo, que proveyó a nuestra selección de un fútbol pocas veces visto, sólo por la excentricidad de ser consecuente a sus valores.

Todos se preguntaron ¿cuál sería el camino escogido por Bielsa? Para sorpresa de nuestros exitistas compatriotas, el destino escogido no fue uno de los clubes empresas como el Real Madrid o el Chelsea, sino el casi desconocido Athletic Bilbao, club vasco que sólo juega con futbolistas de esa nacionalidad, por ende ajeno a los vaivenes del mercado.

[cita]Menos entienden que no escogiera dirigir uno de esos clubes que se pavonean de sus contrataciones bombásticas sin ninguna ligazón con sus barrios o ciudades, o aquellos que rompen su historia para entregarse a un empresario sin ningún vínculo afectivo por la camiseta.[/cita]

Más sorprendente para los defensores de la industria del fútbol (entiéndase desamor a la camiseta y al territorio) es que el “Loco” esgrimiera como argumento para elegir ese destino tan poco glamoroso, que era uno de los pocos clubes que se representaba como una selección nacional. Una basada en el orgullo y la identidad cultural, más que en la caza de trofeos, los que sólo llegarían producto del trabajo (y ,yo agregaría, no del comercio).

Pero permítanme distanciarme de aquellos que sostienen que es el rigor, casi obsesivo, por la disciplina, lo que marcaría el sesgo de locura de Bielsa. Si bien, es parte de su práctica cotidiana, creo que eso no lo distingue como un “Loco”. Por el contrario, lo acercaría a la figura de un sujeto monofuncional de la eficiencia y la efectividad, lenguaje tan defendido por nuestros tecnócratas criollos.

La locura del profe Marcelo está en no someterse a ningún poder contrario a sus principios y valores. En exigir un trato digno y humanitario para todos los trabajadores, ya sean futbolistas o auxiliares y en ver el fútbol como una cuestión de amor y honor, y no como un espectáculo publicitario. Siente este deporte más ligado al territorio (como su querido Newell’s en Rosario y hoy el Bilbao) que al poder del dinero.

Este hecho tan simple y profundo es incomprensible para muchos chilenos, acostumbrados a que el sentido de la vida sea el consumo y el lucro. No logran descifrar a este “Loco” que abandonó Chile (o más bien lo hicieron abandonar) por defender sus ideas anti empresariales y a sus amigos. Menos entienden que no escogiera dirigir uno de esos clubes que se pavonean de sus contrataciones bombásticas sin ninguna ligazón con sus barrios o ciudades, o aquellos que rompen su historia para entregarse a un empresario sin ningún vínculo afectivo por la camiseta.

Por eso, en estos momentos de gloria del Athletic Bilbao, que tanto escozor debe causar en sus detractores y tanta melancolía en sus seguidores expropiados de su presencia, vaya mi modesto homenaje al “Loco” Bielsa por darnos esta lección no sólo de fútbol, sino esencialmente de vida. Una forma diferente de ver el mundo, en definitiva de otra cultura futbolística, de aquella que nació en los barrios proletarios de Londres. Una apuesta tan añeja —dirían los modernos— que sólo puede ser producto de la locura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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