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Lamento decirlo, pero la desigualdad no es un problema

Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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La desigualdad no es un problema y me atrevo a decir más: en principio, es un buen síntoma. Síntoma inequívoco de libertad y de que en un país existen las condiciones y los incentivos necesarios como para que esforzarse tenga algún sentido; incentivo que, por lo demás, es el único capaz de garantizar que las cosas anden bien y que no dependamos (como de hecho lo hacemos) del precio del cobre.


La desigualdad no es un problema: por sí sola y en sí misma no es un problema; y es lamentable que me vea obligada a recordárselo a la gente de derecha que —cual socialista— alza los ojos al cielo y llama ‘inaceptable’ lo que no pasa de ser un dato.

Un dato que habla de un país libre donde las cualidades personales, la educación recibida, el trabajo y el esfuerzo propio e incluso la suerte, le permiten a alguien situarse en una posición mejor que la de los demás. Interpretación que avala el hecho de que EE.UU. —el país llamado ‘de las oportunidades’— lleve la delantera en materia de desigualdad, al menos respecto de Europa que está en plena decadencia con su famoso Estado de Bienestar.

[cita]La desigualdad no es un problema y me atrevo a decir más: en principio, es un buen síntoma. Síntoma inequívoco de libertad y de que en un país existen las condiciones y los incentivos necesarios como para que esforzarse tenga algún sentido; incentivo que, por lo demás, es el único capaz de garantizar que las cosas anden bien y que no dependamos (como de hecho lo hacemos) del precio del cobre.[/cita]

La desigualdad no es un problema y me atrevo a decir más: en principio, es un buen síntoma. Síntoma inequívoco de libertad y de que en un país existen las condiciones y los incentivos necesarios como para que esforzarse tenga algún sentido; incentivo que, por lo demás, es el único capaz de garantizar que las cosas anden bien y que no dependamos (como de hecho lo hacemos) del precio del cobre.

La conclusión práctica es obvia: si la desigualdad no es un problema, ella no es nada a lo que haya que darle solución. Nada, por tanto, que justifique hacer repartijas de la torta en términos distintos. Eso ya trató de hacerlo Allende con la tierra y ahora Piñera con los impuestos, y el resultado no cambiará la vida de nadie. Entre 1967 y 1973 una sociedad muy ideologizada creyó que la razón de la pobreza, de la inequidad y del subdesarrollo estaba en la propiedad agrícola. Cuarenta y cinco años después, esa misma sociedad cree que las cosas cambiarán radicalmente por una reforma de la estructura tributaria.

La desigualdad no es un problema, pero si en su medición uno se encuentra con que el número de los que viven en la pobreza extrema es muy alto; o si constata que los más ricos son siempre los mismos, es evidente que hay uno más o menos serio. Un problema que, en todo caso, se llama inequidad y que no tiene nada que ver con la desigualdad. “Inequidad” —repita conmigo si es de derecha— “inequidad” y no “desigualdad”. Inequidad bastante relativa, en todo caso, si se piensa que muchas de las grandes fortunas de este país pertenecen a inmigrantes que llegaron con una mano por delante y otra por detrás.

Inequidad que, por lo demás, tiene su origen en la existencia de privilegios garantizados por ley o, lo que es lo mismo, en regulaciones mal hechas que impiden el funcionamiento natural del mercado… como la prohibición de la venta de remedios en los supermercados o el congelamiento del parque de taxis. En lo que usted considera injusto, entérese de una vez por todas, mucha más responsabilidad tienen los políticos que el empresariado.

Por eso, si algo tiene que hacer el Estado con la inequidad, es garantizar la libertad; y no borrar los resultados evidentes que de ella se derivan, que son, por definición, “desigualdades”; o si prefiere, diferencias asociadas a la forma en que la libertad se ejerce.

Claudio Sapelli lo dijo hace algunos días y lo demuestra con números en su libro: tenemos diagnósticos equivocados que inducen a preguntas y respuestas equivocadas. Por eso me permito insistir: la desigualdad no es un problema y de serlo, es insoluble. Bueno es que los políticos de derecha se den por enterados para tratar de resolver los que sí existen.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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