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Lamento informar que tengo toda la razón

Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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En uno de sus párrafos, digo claramente también, que a propósito de la desigualdad, uno puede encontrarse con datos que sí representan un problema: “por ejemplo, encontrarse con que el número de los que viven en la pobreza extrema es muy alto” o bien, constatar “que los más ricos son siempre los mismos”. Si esa frase, dicha como al pasar, no es suficiente como para que usted haya entendido el sentido del texto, puede que el problema no sea mío.


Lamento decir que después de leer todas las columnas que se escribieron a propósito de la mía, sigo pensando exactamente lo mismo. No solo porque soy terca, sino fundamentalmente porque tengo la razón.

El hecho es que la columna de la semana pasada resultó particularmente polémica y la verdad, no me sorprende. La izquierda logró instalar el dogma de que la desigualdad es un problema y si alguien se atreve a cuestionarlo, la opinión pública asume instintivamente que el apóstata en cuestión se alegra de que algunos vivan en la miseria.

Permítame entonces preguntarle en qué momento de la historia, el concepto de desigualdad pasó a unirse —en matrimonio indisoluble— con el de pobreza. Y cuál es el razonamiento que le permite a usted concluir que ella es, necesariamente, el resultado de una injusticia. Si un curso entero reprueba un ramo (o, por el contrario, todos lo aprueban con la nota máxima), lo razonable es suponer que algo no anda bien, y no precisamente que el profesor es un perfecto administrador de justicia.

[cita]En uno de sus párrafos, digo claramente también, que a propósito de la desigualdad, uno puede encontrarse con datos que sí representan un problema: “por ejemplo, encontrarse con que el número de los que viven en la pobreza extrema es muy alto” o bien, constatar “que los más ricos son siempre los mismos”. Si esa frase, dicha como al pasar, no es suficiente como para que usted haya entendido el sentido del texto, puede que el problema no sea mío.[/cita]

Por eso, déjeme decírselo de nuevo para que lo entienda de una vez: la desigualdad no es un problema. Y perdone que se lo haga notar, pero la forma en que lo dije al comienzo de la columna introduce un matiz relevante “la desigualdad no es un problema; en sí misma y por sí sola, no es un problema”. Quizá lo subestimé pensando que usted sería capaz de percibirlo, pero me disculpo sinceramente por eso y se lo repito: por sí sola y en sí misma, la desigualdad no es un problema… es un dato. Y aunque decirlo así pueda prestarse a confusiones, tenga presente que en mi oficio es indispensable hacer uso de herramientas retóricas.

Por otra parte (aunque quizá sea mucho pedir), yo hubiera esperado que antes de comentar mi columna, usted hubiera terminado la lectura de la mía. En uno de sus párrafos, digo claramente también, que a propósito de la desigualdad, uno puede encontrarse con datos que sí representan un problema: “por ejemplo, encontrarse con que el número de los que viven en la pobreza extrema es muy alto” o bien, constatar “que los más ricos son siempre los mismos”. Si esa frase, dicha como al pasar, no es suficiente como para que usted haya entendido el sentido del texto, puede que el problema no sea mío.

En todo caso, hay algo en lo que creo que usted tiene toda la razón: hay condiciones de vida que ciertamente hacen imposible salir adelante con el solo ejercicio de la propia libertad; y le concedo que fue un error no decirlo expresamente, justamente el tema de la libertad atraviesa toda la columna ¡Buen punto!

Pero repito: el problema no es la desigualdad, sino que haya chilenos que son verdaderos esclavos de la más absoluta falta de oportunidades ¿Y sabe por qué estoy tan empeñada en que me haga esa concesión? Porque de lo contrario usted seguirá pensando que la redistribución es la solución por excelencia; y eso no resuelve nada, entre otras cosas, porque el problema de este país no es que las arcas fiscales estén vacías.

Y le digo más: la desigualdad no solo no es un problema, también es la condición necesaria de todo suceso: se necesita desigualdad de cargas para la formación de un átomo, desigualdad en la altura del terreno para que corra un río, desigualdad en los intereses de los hombres para se produzca el trueque. Es más, se estima que una de las posibles muertes del universo tendrá que ver con que toda la materia se volverá homogénea y todo movimiento terminará en el frío absoluto.

Ahora bien, lo que usted quizá no quiere aceptar es que la desigualdad (fruto del ejercicio de la libertad) demuestra que hay conductas más exitosas que otras. O probablemente, no se resigna a la idea de que terminar con esta desigualdad por la fuerza es destructivo porque desincentiva e incluso mata las costumbres que producen la riqueza.

Como sea, déjeme decírselo de nuevo a ver si se convence ¡La desigualdad no es un problema!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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