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Los políticos de la República del Binominal

Osvaldo Torres
Por : Osvaldo Torres Antropólogo, director Ejecutivo La Casa Común
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El razonamiento de la clase política solo parece “entrar en razón” cuando la gente pierde la paciencia, se cansa de dar argumentos, entra a movilizarse y presiona socialmente para que su razonamiento sea considerado. En otras palabras, habrá reformas en Chile no cuando los políticos entren en razón sino cuando los hagan razonar.


Es del todo equivocado el razonamiento según el cual las reformas políticas que Chile necesita se producirán por la sola compresión lógica que nos acercamos a un potencial quiebre del orden institucional producto de la inflexibilidad de éste para dar cuenta de los cambios producidos en el país y sobre todo en los ciudadanos y ciudadanas. La política es también pasión, intereses particulares y económicos y no solo grandeza de programas de gobierno.

En política los cambios no se producen espontáneamente pero tampoco porque algunos dirigentes políticos se iluminan repentinamente. Estamos frente al siguiente problema: la clase política de izquierda y centro izquierda constituida formalmente en los cargos parlamentarios y gubernamentales de estos últimos 20 años, tiene sus raíces sea en la década del sesenta o de los ochenta en la oposición a la dictadura, en tanto los de derecha se politizaron como los delfines de ésta. Ambas tendencias se han podido consolidar como clase política que maneja los asuntos del Estado, bajo un esquema de socialización en los marcos institucionales que permitía la transición y la Constitución autoritaria.

[cita]El razonamiento de la clase política solo parece “entrar en razón” cuando la gente pierde la paciencia, se cansa de dar argumentos, entra a movilizarse y presiona socialmente para que su razonamiento sea considerado. En otras palabras, habrá reformas en Chile no cuando los políticos entren en razón sino cuando los hagan razonar.[/cita]

Lo anterior ha implicado que su modo de hacer, en el campo de la política, está marcado por ser un estamento cerrado en sí mismo, que vive en su propia burbuja. La política es pensada y realizada como un asunto de especialistas que no deben ser molestados por el bullicio de la gente. El sistema de reproducción de la institucionalidad político representativa (gobierno y parlamento) para el caso chileno no requiere escuchar la voz de las mayorías pues basta distribuir cupos en acuerdos cupulares entre los partidos y luego los dirigentes seleccionados –pero no electos- negocian en el marco de lo posible otorgado por una institucionalidad que todos y todas respetan.

Esto ha ocurrido por diversos motivos, pero los más importantes han sido la inviabilidad del cambio de la Constitución por la vía legislativa y la existencia del sistema electoral binominal que impide la competencia efectiva por los cargos de representación popular. Así, se ha consolidado a “representantes” que solo lo son justamente por no representar el sentir, la voluntad y las esperanzas  de las mayorías de los potenciales electores. Esta afirmación, considerando las excepciones de algunos políticos que confirman la regla, se verificaba hasta la reciente reforma a la inscripción electoral, en la baja proporción de inscritos en los registros como por el incremento de quiénes no iban a las urnas y por aquellos que votaban nulo y blanco.

Con políticos de escaso prestigio, una palabra mágica para entrar a la clase política en el país, es que a uno le reconozcan ser “un hombre de Estado”, un “político republicano” que está a la altura de sus responsabilidades. Así tenemos políticos de izquierdas y derechas alzándose contra el desorden, el griterío en la sala de sesiones del Congreso, las irrupciones en lo que sería la majestad del edificio que los alberga o reclamando contra los bloqueos de caminos y desmanes callejeros producidos por la ineptitud de escuchar el clamor de la ciudadanía.

En Chile se ha consolidado un tipo de político que podríamos conceptualizar como el político de la república del binominal. Este no tiene necesidad de representar a los electores de acuerdo al distrito o circunscripción, más bien debe negociar con los partidos aliados el que no le pongan competencia efectiva. Debe saber negociar el interés propio haciendo como si fuese el interés general. Cuando negocia con sus pares el interés general, en realidad el resultado termina siendo la suma de los intereses particulares que generalmente no cuadran con el interés general.

De esto está jalonado el relato transicional que hoy queda al desnudo: la reforma educacional del gobierno pasado es lo más notorio, pero también se inscribe la reforma previsional que consolidó el sistema de capitalización individual, sin AFP estatal y con lamonopolización del mercado; estuvo la reforma de la salud que logró el AUGE, pero no el fondo solidario ni el fortalecimiento de la salud pública, incrementando el gasto público a través de las Isapres; está el royalty minero pero no un gravamen que salvara al país del saqueo y la destrucción ambiental. En fin, las negociaciones –en el marco de lo posible- se definen no de cara a la ciudadanía sino entre los políticos de la república del binominal y lo que éstos consideran lo más adecuado según la situación actual.

La lógica sistémica de un equipo de gobierno que fue electo con el apoyo de un electorado que no alcanza la mitad de los ciudadanos mayores de 18 años y de un parlamento que no expresa las mayorías reales, no lleva a la estabilidad sino al desorden social y político; lleva al desacoplamiento entre ese sistema auto referenciado y la voluntad de quienes son los soberanos para darle continuidad a su existencia. La tendencia reiterada en la última encuesta Adimark es elocuente de lo que afirmamos.

En definitiva: el razonamiento de la clase política solo parece “entrar en razón” cuando la gente pierde la paciencia, se cansa de dar argumentos, entra a movilizarse y presiona socialmente para que su razonamiento sea considerado. En otras palabras, habrá reformas en Chile no cuando los políticos entren en razón sino cuando los hagan razonar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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