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The Economist y Chile: lo que la izquierda no vio y lo que la derecha no quiso ver

Iván Weissman S
Por : Iván Weissman S Editor El Mostrador Semanal
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Lo sorprendente de las reacciones de ambos lados es que el reportaje de la revista no fue un ataque al Presidente y su Gobierno. No, el autor del reportaje fue mucho más severo: su artículo es una cruda y durísima crítica a todo el «establishment» político del país. Pero admitir eso para los políticos chilenos parece estar más allá de sus capacidades.


Así como no hay peor sordo que el que no quiere escuchar, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y eso es parece ser lo que le pasó tanto a la izquierda como a la derecha con el reportaje que publicó la revista The Economist acerca de lo que está pasando en Chile.

Lo que volvió locos a todos fue que la revista británica describiera al Presidente Sebastián Piñera como un político «inepto» y «arrogante».

Para la izquierda, que una publicación tan prestigiosa —¡y además neoliberal!— emita tan fuerte sentencia, fue la confirmación de que el primer Gobierno de derecha elegido democráticamente en décadas, es un fracaso.

Para el Gobierno y sus aliados, el reportaje fue «una falta de respeto», como dijo el vocero de La Moneda, Andrés Chadwick. «Yo le pregunto a esa revista si considera o no un buen gobernante a quien hoy día en Latinoamérica pueda exhibir un país que crece al 6 por ciento, que tiene pleno empleo, que se va desarrollando en los distintos ámbitos logrando los mejores calificaciones dentro de Latinoamérica sino que además con la OCDE», aseveró Chadwick.

El Presidente, en una entrevista en la cadena CNN durante el fin de semana, calificó las críticas como «injustas». Añadió que “nosotros hemos logrado, en dos años, garantizar el acceso a las becas a la educación superior a todos los jóvenes con mérito del 60 por ciento de los hogares más vulnerables. Eso no había existido nunca antes en Chile”, sostuvo. Además mencionó que “hemos aumentado sustancialmente la cobertura de la educación preescolar, porque mientras antes lleguemos con educación a los niños más vulnerables, antes vamos a lograr corregir las desigualdades de origen. Y, por tanto, hemos avanzado de una enormidad, mucho más que nunca antes”.

[cita]Lo que la derecha no quiso ver en lo que publicó The Economist es que los números duros ya no son suficientes. La ciudadanía quiere más y espera más de sus políticos. Y mientras antes lo entiendan, mejores serán las posibilidades de que un candidato de la Alianza reemplace a Sebastián Piñera en La Moneda. Escuchando a la derecha, esta sigue pensando que todos los problemas se solucionan con algún programa basado en teorías aprendidas en Chicago.[/cita]

Lo sorprendente de las reacciones de ambos lados es que el reportaje de la revista no fue un ataque al Presidente y su Gobierno. No, el autor del reportaje fue mucho más severo: su artículo es una cruda y durísima crítica a todo el «establishment» político del país. Sin embargo, admitir eso para los políticos chilenos parece estar más allá de sus capacidades.

El reportaje, titulado «Chile: el progreso y sus descontentos», no dice nada nuevo para aquellos que siguen con atención la realidad chilena. Lo original del reportaje de The Economist es que explica en forma despiadada cómo la clase política chilena ha sido incapaz de manejar el evidente progreso económico y social que el país ha experimentado desde el regreso a la democracia. «En las dos décadas desde que el General Augusto Pinochet fue forzado democráticamente a dejar el poder, Chile se ha destacado en Latinoamérica por su rápido crecimiento, progreso social, estabilidad política y la relativa robustez de sus instituciones», pero ahora sus ciudadanos quieren más. Quieren un Estado que les garantice una sociedad más justa. Y hasta ahora la clase política no ha tenido respuestas para eso.

Por otra parte, lo que la izquierda no vio en ese reportaje es que junto con alabar los logros de los 20 años de la Concertación, hay ahí un abierto ataque a lo que no hicieron como Gobierno en los 20 años que estuvieron en La Moneda. Y no se ve nada en el horizonte que nos haga pensar que tienen ideas nuevas. Su carta más fuerte para volver al poder es la ex Presidenta Michelle Bachellet, como si ella sola tuviese la varita mágica. El gran estadista, y también ex presidente, Ricardo Lagos, sigue hablando de la necesidad de lograr grandes acuerdos, ignorando que el eje de poder no está más en La Moneda o el Congreso. Todos hablan de representar a los movimientos sociales, pero ninguno de esos movimientos los acepta como representantes válidos. Y he ahí el dilema. Entre los gritos más escuchados en Aysén y las marchas estudiantiles estaba «el pueblo, unido, avanza sin partidos».

Lo que la derecha no quiso ver en lo que publicó The Economist es que los números duros ya no son suficientes. La ciudadanía quiere más y espera más de sus políticos. Y mientras antes lo entiendan, mejores serán las posibilidades de que un candidato de la Alianza reemplace a Sebastián Piñera en La Moneda. Escuchando a la derecha, esta sigue pensando que todos los problemas se solucionan con algún programa basado en teorías aprendidas en Chicago.

Lo más triste quizás es que en medio de todos estos debates, las piezas con más posibilidades de ser el próximo presidente de Chile están completamente ausentes. La Concertación pone todas sus fichas en Bachelet, y ella no dice nada. Por la Alianza, Andrés Allamand parece haberse convertido en el Ministro de los desastres y Laurence Golborne sigue viviendo del éxito del rescate minero. Las dos excepciones son el ministro de Economía, Pablo Longueira y el ex ministro de Hacienda de Bachelet, Andrés Velasco. Ambos están constantemente saltando al ruedo y tratan de definir los términos del debate, pero Longueira causa urticaria en mucha gente en ambos conglomerados políticos para ser una alternativa viable; y para Velasco, a pesar de que está haciendo la pega dura de ir a provincias y adquirir «más calle», luchar como independiente contra su ex jefa es una tarea quijotesca.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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