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Elecciones francesas: el original y la copia

Carlos Parker
Por : Carlos Parker Instituto Igualdad
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Hay unas formas hiperventiladas que son casi idénticas, una cierta apostura y un atolondramiento característico y común, un tipo de vestuario incluso, que refiere a una determinada estética. También hay un porte y un talante auto suficiente, y la audacia desmedida del apostador empedernido, como rasgo común a ambos mandatarios.


Dicen los entendidos, que la política francesa suele tornarse aburrida y predecible en el período que media entre una elección presidencial y la otra. Con la salvedad de las elecciones comunales y parlamentarias, que es cuando el ambiente político se calienta y dinamiza por un corto período, para volver a languidecer.

Es que a pesar de todo,  a los franceses como a los chilenos, la política y sus hechos les convocan fuertemente, pese a que de continuo renieguen de sus lógicas y de sus actores individuales e institucionales. No por ello, sin embargo, los franceses se abstendrán de tomar apasionada posición ante cada evento político relevante y sobre todo, no dejarán de tomarse muy en serio sus responsabilidades cívicas. Como concurrir a sufragar, tal y como ha quedado nuevamente demostrado el domingo recién pasado en que un 80% de los ciudadanos franceses habilitados lo hizo. Lo que representa un guarismo considerable, teniendo en cuenta que en Francia el voto es voluntario, tal y como lo es ahora en Chile.

[cita]Pese a que no pocos puedan estimar, con sólidos argumentos, que el presidente francés con tal de ganar, es capaz de hacer y decir cualquier cosa, su desafío electoral es muy mayor. Pues consiste en tratar de conquistar al menos el 80% de los votos de la populista-nacionalista-ultraderechista  Marine Le Pen, quién a la cabeza del FN obtuvo la friolera de 6,4 millones de votos. Para lograr esta proeza, Sarkozy requiere, al menos conceder a la xenofobia e incluso hacer guiños al anti europeísmo y hasta al populismo.[/cita]

Las elecciones presidenciales francesas son siempre observadas con especial interés desde el exterior porque casi siempre suelen anticipar tendencias, las que en plazos relativamente cortos suelen manifestarse en otros países europeos, e incluso en otros continentes. Como en efecto más de alguna vez ha ocurrido en América Latina y puntualmente en Chile.

Francia ha inspirado la política a escala universal en todos los tiempos, primero que todo, al concebir la división ya clásica entre derecha e izquierda y luego, al consagrar los valores de la igualdad, la libertad y la fraternidad, como valores imprescindibles de una visión política progresista.

De modo explícito o implícito, desde hace muchos años el proceso político francés viene influyendo en el chileno. La izquierda chilena muchas veces se ha mirado e inspirado en la izquierda francesa y por lo mismo, ha seguido muy de cerca sus debates ideológicos y doctrinarios, de los cuales ha sacado conclusiones que se han traducido en hechos políticos decisivos. Por ejemplo, en la llamada renovación socialista.

El ex presidente Ricardo Lagos nunca ocultó su admiración por el mandatario francés Francois Mitterand, a quien no pocas veces imitó en sus contenidos, sus modos  discursivos, sus ampulosas formas republicanas  y hasta en la puesta en escena de más de alguna de sus más célebres y recordadas comparecencias públicas.

Nuestra derecha,  que es poco proclive a mirar a cualquier parte que no sea su propio ombligo e interés de corto plazo,  las pocas veces que observa más allá de nuestras fronteras para buscar ideas e inspiración,  o mira hacia  España y al PP de Rajoy o lo hace en dirección a Francia y La Unión del Movimiento Popular (UMP). Denominación  engañosa que suena a izquierda, pero que se corresponde a la creación original de Nicolás Sarkozy, un derechista de tomo y lomo.

El presidente Sebastián Piñera admira a Nicolás Sarkozy y le trata de imitar, con relativo éxito. Sarkozy representa uno de sus más claros referentes, razón más que suficiente para no mencionarlo casi nunca como modelo, para que la inclinación no sea todavía más evidente.

El presidente Sarkozy se quita aparatosamente su preciado reloj mientras saluda de mano a sus partidarios, seguramente para evitar que lo hurten. Mucho antes, nuestro Presidente sube la apuesta de una modo tal y con una reiteración que da hasta para un compilado de anécdotas recogidas en un libro cuyas páginas no terminan por acabarse.

Hay unas formas hiperventiladas que son casi idénticas, una cierta apostura y un atolondramiento característico y común, un tipo de vestuario incluso, que refiere a una determinada estética. También hay un porte y un talante auto suficiente, y la audacia  desmedida del apostador empedernido, como rasgo común a ambos mandatarios. Inteligencia indudable de una y otra parte, pero también, baja o inexistente capacidad de empatizar. Una tendencia a   especular con las ideas y a tomarlas de cualquier parte donde estén disponibles sin más consideración. Y una pretensión a pasar a la historia a como dé lugar, sin considerar un presente adverso y aún hasta catastrófico.

El presidente Piñera, al igual que hizo Sarkozy, trató al comienzo de su mandato de cooptar a sus  adversarios. Intentó penetrar en el centro político atrayendo a su gabinete y en un experimento fallido, a Jaime Ravinet como su Ministro de Defensa. Antes, Sarkozy había intentado lo mismo y con resultados también breves y penosos al convocar al socialista  Bernard Kourcher para ser su ministro de Relaciones Exteriores. Hoy los tentados de entonces son  sendos cadáveres políticos, pero sus casos ilustran unos ciertos modos peculiares de  entender la política y sus limites no escritos.

¿Existirá acaso un futuro también semejante para Sarkozy y Piñera?

El presidente Sarkozy acaba de perder la primera vuelta frente a un contendiente socialista, haciendo efectivamente historia,  pero no en la forma en que hubiese querido.  Es la primera vez  que un presidente francés  en ejercicio  no logra imponerse en primera vuelta.

Nicolás Sarkozi logró 9,6 millones de votos, pero casi 2 millones de votantes le quitaron su apoyo en vista de sus errores e inconsistencias. Pero   también debido a rasgos de personalidad, entre ellos la frivolidad, que a decir de muchos terminaron por erosionar  gravemente la majestad del cargo presidencial. Para intentar ganar, Nicolás Sarkozy necesita hacer un ejercicio de contorcionismo político virtualmente imposible,  para intentar cortejar  y atraer a los votantes del ultra derechista Frente Nacional de Marine Le Pen.

Pese a que no pocos puedan estimar, con sólidos argumentos,  que el presidente francés con tal de ganar, es capaz de hacer y decir cualquier cosa, su desafío electoral es muy mayor. Pues consiste en tratar de conquistar al menos el 80% de los votos de la populista-nacionalista-ultraderechista  Marine Le Pen, quién a la cabeza del FN  obtuvo la friolera de 6,4 millones de votos. Para lograr esta proeza, Sarkozy requiere, al menos conceder a la xenofobia e incluso hacer guiños al anti europeismo y hasta al populismo. Todo eso, sin espantar demasiado a sus propios votantes duros y, mucho menos,  ahuyentar a los votantes del centrista y moderado Francois Bayrou que siendo uno de los grandes derrotados, obtuvo sin embargo 3 millones de votos, por lo que representa una potencial cantera de votos nuevos.

Marine Le Pen  ya anunció que  dejará que sus votantes en segunda vuelta procedan como estimen conveniente, pues no se propone apoyar explícitamente ni a Nicolás Sarkozy ni a Franciois Hollande, dado que estima que ambos representan de igual modo a las elites y al sistema. Un planteamiento que, dicho sea de paso, esta íntimamente emparentado con un cierto segmento de la izquierda chilena, el que majaderamente insiste en postular que la Concertación y la Alianza por Chile son más o menos lo mismo.

A quienes puedan creer que los votantes de Le Pen se volcarán automáticamente por la opción de Sarkozy, hay que recordarles  que durante su campaña,  la candidata de la ultra derecha acusó  a Sarkozy de ser el responsable de la degradación de Francia y de poner al país al servicio de los intereses financieros y de una pequeña elite que profita del sistema. Y señaló, como señal de anti europeismo,  su intención de hacer que las leyes francesas sean votadas en Paris y no en Bruselas, para que, en sus palabras,  los burócratas y banqueros dejen de gobernar Francia y el país pueda recuperar su independencia diplomática, su poderío militar, el carácter laico del Estado francés y Francia logre  salir de la tutela de los EE.UU.

Es muy dudoso, aunque no imposible, que Sarkozy pueda hacer suyo siquiera parte de este programa, de claro corte populista, xenófobo, racista y antieuropeo. Pero tendrá que intentarlo, tal vez como han augurado algunos analistas, probablemente  haciendo un llamado al Frente Nacional para  coludirse para hacer una Francia cerrada y para los franceses, con todo lo que este concepto conlleva. Tanto hacia el interior del propio país como en cuanto a su pertenencia a la UE.

El socialista Francois Hollande ha obtenido 10,1 millones de votos y  tiene la primera opción para alzarse con la presidencia. Si acaso aquello llega efectivamente a ocurrir, representará un momento de inflexión para el desenvolvimiento de la social democracia europea, actualmente sometida a una profunda crisis de identidad, liderazgo y  proyecto.

Esta circunstancia probable, también tendrá sus efectos en el contexto de la Unión Europea actualmente en crisis. Por lo pronto, la relación entre Alemania y Francia no volverá a ser la misma, y con ello, muchas cuestiones, especialmente económicas y financieras, deberán reconsiderarse. Para empezar, serán puestas sobre la mesa otras  opciones  disponibles para superar el momento crítico que vive la UE,  y a partir de  aquello, disipar todas  las arduas dudas prevalecientes sobre el presente y el futuro de la entidad.

Diez candidatos, que cubrieron todo el espectro político francés,  y que por lo mismo permitieron que todas las opciones  pudieran concursar libre y democráticamente, representan un ejercicio democrático y electoral valioso y digno de ser imitado.

En Francia como en Chile, ninguna fuerza, por sí sola, es capaz de imponerse sobre las otras opciones en primera vuelta. Por lo mismo, se hace necesario construir  alianzas amplias y plurales dentro de un determinado marco político, lo cual exige visión política de largo plazo y generosidad.

Mirar con anticipación las alianzas que necesariamente será preciso concordar en segunda vuelta, implica cuidar en todo momento la relación con los futuros aliados. Así lo hicieron los socialistas franceses,  quienes teniendo claro que tenían la primera opción para enfrentar a Sarkozy, no escatimaron en gestos conciliatorios y de unidad, hacia Jean Luc Melenchón el candidato de la izquierda más radical que convocó a “tomarse el poder ahora”, hacia Eva Joly, la  candidata ecologista que propuso “el cambio verdadero”,  y hacia Philippe Poutou, el candidato obrero, quién proclamó como lema que “nuestras vidas valen más que vuestros beneficios”. De la confluencia de todas esas fuerzas debiera salir el triunfo de la opción opositora que eligieron colocar en esa posición privilegiada  los propios ciudadanos. No la voluntad de unos pocos.

Sarkozy  debiera ser derrotado. Y otro tanto debiera ocurrir, lógicamente, a quién desde la derecha  se proponga ser el sucesor de Sebastián Piñera. Eso, si acaso en la oposición, Concertación incluida, se logra imponer la cordura política  y la generosidad necesarias para construir una unidad opositora de amplio espectro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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