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Religión, política y evangélicos: en el nombre de Dios

Gonzalo Bustamante
Por : Gonzalo Bustamante Profesor Escuela de Gobierno Universidad Adolfo Ibáñez
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Se requiere renovar un consenso en torno a la libertad y antidiscriminación y, por cierto, revisar hasta dónde una instancia como “el Te Deum evangélico” y su retórica de agresión a principios democráticos debe contar con transmisión por la televisión pública y la presencia de las más altas autoridades del país. Quizás sea una más de las herencias de Pinochet que valdría la pena terminar.


Hédito Espinoza, secretario general del Concilio Nacional de Iglesias Evangélicas, nos recordó una vez más el papel eminentemente político de la religión. No solo por la capacidad que muestran las Iglesias de seguir ocupando un lugar principal a la hora de reinstaurarse los mitos de la fundación nacional (puesto de privilegio que comparten con las instituciones armadas), sino por la intocabilidad que persiste sobre su discurso. Si lo expuesto por el pastor Espinoza sobre “la decadencia moral” de leyes más inclusivas en nuestra sociedad hubiese sido realizado por un “político laico” no cabe duda que unánimemente concitaría el más absoluto repudio. Sumado a un ataque personalizado contra parlamentarios en una instancia que se supone de unidad nacional como un Te Deum. Lo mínimo habría sido hacerle notar el mal gusto.

Nada de eso ocurrió, salvo las aisladas expresiones de los afectados directos, Saa y Rossi. ¿Qué explica esa falta de reacción? Como bien lo entendió Marx, en sociedades modernas y estados seculares no necesariamente la religión deja de ser un factor social relevante en la configuración de las relaciones y vínculos. Por eso sigue siendo un elemento político de primera importancia.

Tanto la izquierda como la derecha han entendido ese fenómeno. La Teología de la Liberación y las comunidades católicas de izquierda en países como Brasil supieron rescatar el aspecto de rebelión contra las injusticias de los poderosos que el mismo Marx reconocía en ellas. Sin esa base cristiano-izquierdista, Lula y su Partido de los Trabajadores nunca hubiesen llegado al poder.

Por su parte, la derecha norteamericana desde los 80 inició un proceso paulatino de reconocimiento de la capacidad movilizadora de una base evangélica conservadora capaz de generar un voluntariado electoral que, numérica y pasionalmente, se hacían difícil de contrarrestar para sus competidores representantes del “American liberalism” del Partido Demócrata.

[cita]En nuestro país, los evangélicos poseen la misma devoción mesiánica y salvífica. Por eso las amenazas electorales del pastor Espinoza no deben ser tomadas a la ligera. Es un llamado a ser una base activa.[/cita]

Las organizaciones evangélicas del país del norte aceptaron gustosas ese papel de base activa de los republicanos. Es así como el partido Republicano mutará ideológicamente hacia formas de un conservadurismo fundamentalista donde el lobby evangélico hará desaparecer de su interior a su sector más centrista. En el Partido Republicano actual no habría cabida para un hombre del mundo culto de la Costa Este como fue Nelson Rockefeller, quien fuese gobernador de Nueva York y Vicepresidente. Los “republicanos liberales de Rockefeller” empezarán un paulatino declinar con la ascensión de Reagan, quien abrirá las puertas a la llegada de la derecha-religiosa.

Este proceso significará un paulatino alejamiento entre la derecha americana y sus pares europeos. Es así como hoy casi la totalidad de los dirigentes de partidos liberales-conservadores del viejo mundo apoyan a Obama contra Romney. Axel Poniatowski, proveniente de una de las familias conservadoras más prominentes de la derecha francesa, describió la separación como un “abismo creciente en los últimos 15 años entre la derecha de Francia y USA”.

No podría ser de otro modo. La derecha religiosa busca establecer un orden donde la institucionalidad jurídica y la normatividad no descansen en la reflexión racional de los miembros de una comunidad, sino en la Fe que algunos poseen en una verdad revelada.

Es así como uno de sus representantes, Pat Robertson, exclamó con toda convicción: “No me importa lo que los liberales tienen que decir sobre esto. EE.UU. comenzó como una nación cristiana, no se inició como una nación pagana, pertenece a Jesucristo, es suya, es su país”. Es llevar el debate a parámetros que para la cultura política europea, sea de derecha o izquierda, no es comprensible. La incorporación discursiva, como algo habitual, en las convenciones republicanas de demonios, ángeles, Dios, Armagedón y otros, lo transforma en un partido no sólo extremista, también bizarro.

En nuestro país, los evangélicos poseen la misma devoción mesiánica y salvífica. Por eso las amenazas electorales del pastor Espinoza no deben ser tomadas a la ligera. Es un llamado a ser una base activa.

Si el caso norteamericano es un modelo a seguir, las fuerzas políticas de nuestro país no pueden ser pasivas ante él. En primer lugar, es de esperar que la izquierda, católicos centristas y liberales de todo signo, sepan defender con coraje en el espacio público los principios de una sociedad libre, no discriminadora y tolerante, por sobre la amenaza y contraposición de una particular posesión e interpretación de los designios divinos sobre la Humanidad.

Por su parte, la derecha conservadora debería evitar la tentación de considerar a los “Hédito Espinoza” y sus legiones como un aliado estratégico. La lección de Barry Goldwater puede ayudar. Fue un ícono del conservadurismo y uno de los “creadores de Reagan”. Posteriormente juzgará en términos muy duros a su creación. A su juicio el error de Reagan de abrir las puertas a la derecha religiosa traería consecuencias, para su partido y país, nefastas. Públicamente calificó al fundamentalismo religioso derechista de un grupo al cual había que combatir y a uno de sus principales representantes, el pastor evangélico Jerry Falwell, como alguien que todo buen cristiano debería “kick his ass”.

El sano consejo de Goldwater no debería ser olvidado. Se requiere renovar un consenso en torno a la libertad y antidiscriminación y, por cierto, revisar hasta dónde una instancia como “el Te Deum evangélico” y su retórica de agresión a principios democráticos debe contar con transmisión por la televisión pública y la presencia de las más altas autoridades del país. Quizás sea una más de las herencias de Pinochet que valdría la pena terminar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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