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Cortémosla de frivolidades Opinión

Cortémosla de frivolidades

Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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Un Presidente de la República no tiene, en suma, derecho a la frivolidad. No puede ser —como lo era Bachelet— la última en irse de la fiesta. Ni puede como Piñera, prestarse para hacer las veces de bufón (no, al menos, con la frecuencia con que acostumbra a hacerlo).


No es una moda reciente. Su precursora fue Bachelet, cuando transformó La Moneda en una pasarela de celebridades. Recuerdo las Visitas de Estado que Shakira y Bosé hicieron a Palacio; el tiro de penal que la entonces mandataria lanzó en Juan Pinto Durán. Su falta de premura en reuniones de poca relevancia para el país; y para qué decir su reconocida afición por el canto y por el baile, de la que hizo gala con frecuencia en ceremonias y cócteles oficiales…

No es una moda reciente. Saltarse el protocolo, perder la compostura, ignorar la dignidad del cargo, se ha vuelto norma; con el agravante de que cuando es Piñera el que protagoniza un episodio de esta naturaleza, lo que podría tener visos de anecdótico resulta meramente ridículo.

Porque todos podemos entender que el Presidente haya querido incluir en el álbum familiar una foto suya en el despacho oval, pero no podemos aceptar que lo haga a cualquier costo y mientras actúa en su calidad de representante de Chile.

[cita] Un Presidente de la República no tiene, en suma, derecho a la frivolidad. No puede ser —como lo era Bachelet— la última en irse de la fiesta. Ni puede como Piñera, prestarse para hacer las veces de bufón (no, al menos, con la frecuencia con que acostumbra a hacerlo).[/cita]

No es una moda reciente, pero es de esperar que a la brevedad se declare obsoleta. Porque la más alta autoridad de un país simplemente no puede ignorar que cuando es investido de autoridad, pierde muchas de sus libertades.

Pierde, para empezar, el derecho de actuar a título personal (particularmente cuando realiza visitas de estado). Y no puede, por tanto, comportarse con Obama como japonés en la Torre Eiffel, por más que eso le imponga el penoso sacrificio de renunciar a una gran imagen.

Pierde también el derecho de hacer uso de su tiempo de manera caprichosa. La admiración que en su momento Bachelet pudiera haber sentido por Shakira no justifica, en absoluto, el tiempo que la ex Presidenta le dedicó a la colombiana en horas que debió haber consagrado al trabajo.

Un Presidente de la República pierde derechos esenciales y hasta cierto punto, pierde incluso su identidad. No puede decir ni hacer lo que se le antoja, y mucho menos utilizar su cargo en vistas a la obtención de pequeños intereses personales, por más que el interés en cuestión sea una foto en el salón oval o con la artista pop del momento.

Un Presidente de la República no tiene, en suma, derecho a la frivolidad. No puede ser —como lo era Bachelet— la última en irse de la fiesta. Ni puede como Piñera, prestarse para hacer las veces de bufón (no, al menos, con la frecuencia con que acostumbra a hacerlo).

Un Presidente debe comprender que el respeto por la forma es el respeto por la institucionalidad y debe comprender que su persona es también la institucionalidad misma.

No es una moda reciente, pero es una moda frívola, porque el cuidado de la forma no es el cuidado de algo accesorio a lo principal, sino el cuidado de aquello que hace patente una verdad esencial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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