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Educación Media Técnico-Profesional: ¿Crónica de una muerte anunciada?

Javier Núñez
Por : Javier Núñez Profesor de Estado en Filosofía. Candidato a Doctor en Ciencias de la Educación Université de Toulouse.
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Mientras nos sigamos contentando con entregar materiales de modo disperso, abrir y cerrar especialidades según el ánimo de los tiempos, montar cursos de perfeccionamiento para profesores de manera aleatoria, contratar a profesionales como profesores sin pasar por una formación inicial o de poner a profesores que no conocen nada del mundo productivo, Pedro y Pablo Vicario se seguirán acercando por la espalda de nuestra maltratada educación técnico-profesional.


La archiconocida novela de Gabriel García Márquez “Crónica de una muerte anunciada” narra la historia de Santiago Nasar, el habitante de un pueblo en dónde todos sabían que lo iban a matar… ¡todos excepto él!

El drama comienza cuando Ángela Vicario es devuelta a su familia la mismísima noche de bodas dado a que su honor había sido mancillado. Santiago, quién curiosamente lleva el nombre de nuestra capital, es sindicado como el culpable de arrebatarle la virginidad a la joven y, según lo deciden los hermanos de la muchacha Pedro y Pablo Vicario, éste debe aceptar su responsabilidad y morir.

Nuestra educación lleva mancillada mucho tiempo. Mancillada por algunos políticos que la han vendido al mejor postor y que la han desatendido al punto de la aniquilación de su calidad; por algunos empresarios que solo la ven como una moneda de cambio, como un negocio donde se debe invertir el mínimo para obtener el máximo; por todos y cada uno de nosotros quienes hemos guardado silencio durante años.

No es desconocido que la educación técnico-profesional de nivel medio es la que se lleva la peor parte. El Estado la asume a medias o aún menos debido a los costos de mantención adicionales asociados (materiales e insumos, renovación de las maquinarias…), los políticos son, en su mayoría, ciegos e insensibles a su condición, los empresarios rara vez invierten en ella de modo serio porque no es buen negocio (la casi nula cantidad de colegios particulares pagados técnico-profesionales es un indicador), la imagen social que hemos creado es desastrosa.

[cita]Mientras nos sigamos contentando con entregar materiales de modo disperso, abrir y cerrar especialidades según el ánimo de los tiempos, montar cursos de perfeccionamiento para profesores de manera aleatoria, contratar a profesionales como profesores sin pasar por una formación inicial o de poner a profesores que no conocen nada del mundo productivo, Pedro y Pablo Vicario se seguirán acercando por la espalda de nuestra maltratada educación técnico-profesional.[/cita]

Desde su origen, los liceos técnico-profesionales han tenido por objetivo procurar una llegada rápida al mercado del trabajo, atendiendo los intereses vocacionales de los jóvenes y, más recientemente, abriendo la posibilidad a la prosecución de estudios. No es ningún secreto que la modalidad técnico profesional atiende en su inmensa mayoría a jóvenes de los llamados “quintiles más desfavorecidos”. La administración de los liceos ha seguido la misma lógica de la educación científico humanista: un paulatino retiro del estado y un avance de los establecimientos particular-subvencionados, con la sola diferencia, como ya lo he dicho, que no hay sino escasos establecimientos particulares. Muchos establecimientos, en su mayoría públicos, trabajan con la tecnología del paleolítico, con insumos vencidos, escasos y, sobretodo, con el ingenio de profesores y alumnos y, por qué no decirlo, cruzando los dedos para que, a pesar de todo, se logren los aprendizajes significativos.

En este complejo cuadro destacan dos agravantes:

    1. El avance-retroceso, donde su rostro concreto es la manía de quienes dirigen el país de volver a inventar la rueda mil veces, en un ánimo más de ser percibidos como los que realmente hacen bien las cosas que como los que simplemente aportan o consolidan mejoras reales. Con cada nuevo gobierno nacen nuevas políticas que abandonan incluso lo que sí estaba funcionando bien. En la educación técnico-profesional el caso emblemático fue la desaparición del programa Chilecalifica bajo el actual gobierno por “razones económicas” y una “falta de resultados concretos” (aunque ha sido, hasta ahora, el proyecto más ambicioso en la materia).

    2. La moda de la gestión, donde dejamos de llamar “equipo directivo” a directores, subdirectores y altos cargos de los establecimientos educacionales, para llamarles “equipo de gestión”, poniéndolos bajo la misma lógica de  cualquier empresa. Hoy no se dirige un colegio, se gestionan los recursos recibidos lo que no es un problema “semántico” si no que quiere decir en buen chileno que le entregamos 100 y que usted debe hacer lo que pueda y, si le falta, arrégleselas para pedir, encontrar, mendigar, hacer aparecer por prestidigitación… (en el caso de la educación pública existe, por si fuera poco, otro elemento: le entregamos 100, pero le daremos 30 en marzo… una cifra aún no estimada en junio y ya veremos cuando le entregamos el resto).

La nueva ministra de la cartera de educación ha anunciado recientemente la eliminación de algunas especialidades como secretariado y la creación de otras como programación, mientras se hacía la entrega oficial de material agrícola a un establecimiento del sur del país por un monto millonario. Y claro, se siguen entregando recursos, se creó la secretaria de educación técnico-profesional (de cuyo trabajo hemos escuchado muy poco) y por cierto que existen establecimientos que son un lujo, pero ¿y la discusión de fondo?

¿Cuál es el lugar de la educación técnico-profesional de nivel medio en nuestro proyecto país y dentro de nuestro sistema educativo global? Y, dependiendo de la respuesta, ¿qué decisiones y planes estratégicos deben ser puestos en marcha?

Aunque al lector le puedan parecer preguntas de sentido común, ni el más habilidoso defensor del buen camino que lleva la educación técnico-profesional podrá responder de forma clara y no solo políticamente correcta, mostrándole en la realidad del terreno que es un hecho. Una respuesta honesta va por el lado de que las finalidades no son claras, que está desfasada de los nuevos tiempos, que lo que se dice no es lo que se hace.

En lugar de pensar la educación técnico-profesional en general como un eje estratégico para el desarrollo del país, de pensar qué especialidades podrían llevar a Chile más allá de ser un exportador de materia prima, de analizar la articulación entre el nivel medio y superior, de hacer un estudio del costo real de las diferentes especialidades y de procurar lo necesario, de refundar el Instituto de Profesores Técnicos cerrado en 1979, de poner en línea la investigación en educación, la formación de profesores y los recursos necesarios, preferimos, con la misma hipocresía de la gente del pueblo de Santiago Nasar, cerrar los ojos.

Mientras nos sigamos contentando con entregar materiales de modo disperso, abrir y cerrar especialidades según el ánimo de los tiempos, montar cursos de perfeccionamiento para profesores de manera aleatoria, contratar a profesionales como profesores sin pasar por una formación inicial o de poner a profesores que no conocen nada del mundo productivo, Pedro y Pablo Vicario se seguirán acercando por la espalda de nuestra maltratada educación técnico-profesional.

No nos engañemos y leamos bien a García Márquez:

“Pero la mayoría de  quienes pudieron hacer algo por impedir el crimen y sin embargo no lo hicieron, se  consolaron con el pretexto de que los asuntos de honor son estancos sagrados a los cuales sólo tienen acceso los dueños del drama”.

En el caso de la educación de nuestro país, somos todos dueños del drama.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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