Publicidad

El mea culpa de la derecha que no llega

Carlos Parker
Por : Carlos Parker Instituto Igualdad
Ver Más

Imposible suponer que tanta ignorancia e inocencia sean ciertas. Más bien, lo que hemos de creer es que la contumacia derechista demuestra que, colocada en circunstancias políticas y sociales semejantes, en que sus intereses más queridos se vieran amenazados, con toda probabilidad volvería a actuar de modo semejante al que se condujo bajo la dictadura. Es decir, mandando al frente a otros, para quedarse con los beneficios queriendo evitar asumir ningún costo. Ni material ni judicial, ni siquiera moral. En todo caso, muy lejos de Punta Peuco, que es donde fueron a parar algunos de quienes hicieron el trabajo sucio en su nombre y beneficio.


Nunca he creído en la sinceridad de la derecha, de sus personeros más relevantes y en edad de comparecer,  de quienes hoy fungen como altos funcionarios de gobierno, dirigentes políticos, parlamentarios, alcaldes, concejales y votantes anónimos, cuando afirman  lamentar,  repudiar y hasta  condenar las violaciones a los derechos humanos perpetrados bajo la dictadura militar que ellos mismos prohijaron.  Esa dictadura feroz  que hasta hoy ni siquiera se atreven o no quieren designar por su nombre, prefiriendo  nombrarla con eufemismos mentirosos, de aquellos que son tan adictos a utilizar cuando les conviene.

No les creo ni por un momento si reclaman inocencia de complicidad, por acción u omisión, cuando argumentan con cara de circunstancia  que nunca jamás supieron lo que estaba ocurriendo en Chile para entonces, y frente a sus propias y culpables barbas y narices.

Lo lamento, seria tranquilizador creerles, pero no puedo. No les doy crédito alguno a los Piñera, a los Longueira, los Matthei, los Lavín, a los Chadwick, a los Allamand, a los Novoa, los Moreira, o a los Golborne. Ni a ningún otro sujeto, hombre o mujer  de la especie.

No les compro a ningún precio, ni siquiera regalada,  la ignorancia y candidez  que pretenden esgrimir como coartada. Cuando lo que se les imputa haber tenido forzosamente que conocer, lo  que no podían dejar de saber y no hicieron absolutamente  nada por detener,  no ocurrió en un día,  ni siquiera  en el transcurso del fatídico 11 de septiembre de 1973.  No aconteció el horror   en una noche oscura cualquiera, ni en una semana, ni en un mes ni en  una localidad aislada y única   destinada por obra del destino a servir de escarmiento aquello pasó cada día con sus noches, y a lo largo y ancho de todo el país.

[cita]Imposible suponer que tanta ignorancia e inocencia sean ciertas. Más bien, lo que hemos de creer es que la contumacia derechista demuestra que,  colocada en circunstancias políticas y sociales semejantes,  en que sus intereses más queridos se vieran amenazados, con toda probabilidad  volvería a actuar de modo semejante al que se condujo bajo la dictadura. Es decir, mandando al frente a otros, para quedarse con los beneficios queriendo evitar asumir ningún costo. Ni material ni judicial, ni siquiera moral. En todo caso, muy lejos de Punta Peuco, que es donde fueron a parar algunos de quienes hicieron el trabajo sucio en su nombre y beneficio.[/cita]

No hay como creerles en lo más mínimo  a quienes alegan inocencia por desconocimiento  cuando además, siempre que se les interpela sobre este baldón que pesará por siempre sobre la derecha chilena, coinciden como en un libreto bien aprendido  en catalogar e interpretar  las masivas, sistemáticas y generalizadas violaciones a los derechos humanos como la resultante de una especie de desgraciado episodio de locura aislada, puntual y deliberadamente oculta a sus cristianas e impolutas conciencias. Excesos desconectados unos de los otros, jamás una política deliberada y consciente,  nos dicen muy convencidos. Desmanes criminales admiten, pero obra de grupos aislados e incontrolables obrando por cuenta propia.  Episodios  de los cuales nunca tuvieron ni el más mínimo conocimiento, ni siquiera de oídas. Es lo que pretenden hacernos creer para que los exculpemos.

Claro que lo supieron todo, evidente que siempre estuvieron al tanto, de principio a fin y hasta en sus detalles más escabrosos, y lo avalaron de modo consciente y deliberado. Por la sencilla y terrible razón que todo aquel salvajismo lo estimaron como bueno, necesario e inevitable. Más todavía,  considerando que esas tropelias tuvieron como victimas preferentes, aunque no exclusivas,  a ciudadanos anónimos, modestos trabajadores, personas casi siempre  pobres e indefensas ante los abusos perpetrados. El tipo de seres a los que la derecha estaba íntimamente convencida de que era necesario castigar severamente, con ánimo de escarmentar, para que nunca más se les olvidara quien mandaba en el país.

Lo supieron todo siempre, lo instigaron y hasta lo celebraron y  aplaudieron en secreto en sus comidillos palaciegos, en los cenáculos de poder conquistados con mano ajena y en sus círculos de negocios y placer.

Con un poco de vergüenza, no mucha,  y otro poquito de temor por lo que podría pasar más adelante, se esmeraron  por ocultarlo todo. Por negarlo de plano primero y por disfrazarlo, manipularlo  y tergiversarlo después. Por intentar barrer los crímenes debajo de la alfombra, con la siempre eficiente colaboración de los serviciales medios de comunicación y los tribunales de justicia. Como ellos mismos, también cómplices por acción u omisión,  y reos convictos de cobardía moral.

Supieron y saben perfectamente de qué hablamos cuando mencionamos nuestro dolor todavía fresco e inacabable y de nuestra indignación que se no amilana con el paso del tiempo.  Otra cosa muy distinta es que haciéndose los desentendidos, tanto ayer como hoy, opten por arriscar la nariz y mirar para otro lado. Los más, para no mancharse las manos y los trajes.

Quizás hasta imaginaron que nunca se sabría todo. O hasta creyeron que llegado el caso, bastaría con sus interesadas invocaciones a “dejar atrás el pasado”, a “dar vuelta la página” o  a “no seguir atizando los odios”. Ni lo suenen, eso nunca jamás. No mientras no sean capaces de asumir sus responsabilidades de cara a las víctimas y al país.

Solo alguien con la más deliberada voluntad de ignorar lo evidente pudo dejar de saber de la brutal y masiva represión desatada, por meses, inmediatamente después del Golpe de Estado. No se podía dejar de saber, incluso queriendo deliberadamente ignorarlo, de los campos de concentración, de las torturas, de los juicios amañados ni de las ejecuciones sumarias.

¿Es que la derecha no supo tampoco de los asesinatos de Bachelet, de Prats o Letelier, ni dejar de  suponer que manos estuvieron  detrás de esos crímenes alevosos?

Y qué decir de los detenidos desaparecidos, de los Hornos de Lonquen, de los falsos enfrentamientos, de los recintos ilegales de detención de la DINA y la CNI, de sus métodos criminales, de los allanamientos masivos a las poblaciones, de las relegaciones,  de los exilios forzados, de la censura, de los estados de sitio, los toques de queda. Ni menos de los saqueos de los bienes y empresas del Estado, por demás protagonizados por los mismos desmemoriados.

¿Es que la derecha que hoy presume de democrática, y no exhibe vergüenza ni arrepentimiento  genuino,  tampoco supo nada de nada de todo aquello, a pesar que ocurrió  por tantos años, a la vista de todos y de modo tan escandaloso y manifiesto?

¿Es acaso que la derecha todavía no se atreve a darle siquiera una ojeada a los Informes Rettig y Valech?

Más les creo, lo confieso, a los militares presos en sus alegatos de haber creído haber estado librando una guerra contra el enemigo al que le indicaron que debían combatir. O en sus argumentos de haber cumplido ordenes que no podían desconocer. Aunque este aspecto represente un capítulo aparte, aunque derivado.

Imposible suponer que tanta ignorancia e inocencia sean ciertas. Más bien, lo que hemos de creer es que la contumacia derechista demuestra que,  colocada en circunstancias políticas y sociales semejantes,  en que sus intereses más queridos se vieran amenazados, con toda probabilidad  volvería a actuar de modo semejante al que se condujo bajo la dictadura. Es decir, mandando al frente a otros, para quedarse con los beneficios queriendo evitar asumir ningún costo. Ni material ni judicial, ni siquiera moral. En todo caso, muy lejos de Punta Peuco, que es donde fueron a parar algunos de quienes hicieron el trabajo sucio en su nombre y beneficio.

Hay que mencionar que en contraste, la izquierda chilena, de modo incluso despiadado consigo misma, ya se hizo la autocrítica respecto de sus propias responsabilidades sobre la crisis politica y social que desemboco en los sucesos de septiembre de 1073. La izquierda ha reconocido sus errores, y lo que  corresponde que la derecha por su parte  reconozca sus horrores.

En más de una ocasión he escuchado a derechistas decir que el peor error de Pinochet, ese que de no haber cometido le hubiese ahorrado muchos problemas, habría consistido en no haber querido eliminar a todos sus enemigos, y no solo a unos cuantos miles, en lugar de haber optado como hizo, por encarcelarlos y/o   mandarlos al exilio.  Un razonamiento directamente emparentado, aunque proveniente de “personas de bien”, con el consejo que el siniestro personaje conocido como “Guatón Romo” dijo haber entregado al no menos siniestro General Manuel Contreras, cuando en plena dictadura le hablo de la necesidad de no dejar “periquito con cabeza”, o más tarde tendría que lamentarlo.

Y en cuanto a lamentaciones, y pensando que Chile requiere de una derecha de autentica vocación democrática, ahora que se van a cumplir 40 años del Golpe Militar y cuando ya llevamos 23 desde la reconquista de la democracia, hay que deplorar la renuencia derechista a asumir sus culpas y responsabilidades sobre semejantes horrores que siguen latiendo y doliendo en el alma de Chile.

Seamos optimistas, algún día tal mea culpa habrá de llegar.  Por lo pronto, lo que corresponde es no dejar nunca de refrescarles la memoria ni de enrostrarle sus culpas a esta derecha cavernaria, cínica e hipócrita.  Especialmente en época de elecciones, que es cuando  recurre a su bien provisto baúl de disfraces, otra vez con el afán de tratar de embaucarnos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias