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El mundo de Peñita Opinión

El mundo de Peñita

Peñita se siente distinto, una sensación de poder va inundando su alma, es un poder moral, su corazón palpita agitado, sus manos comienzan a sudar, siente su cuello tenso. Es la misma sensación que lo invade cada vez que contempla esa obra maestra del Greco que tanto lo perturba y que vuelve una y otra vez a su agotada memoria: el retrato del Cardenal de la Inquisición don Fernando Niño de Guevara.


Peñita escribe en un diario. Peñita también dirige una importante universidad privada… sí, privada, de esas que son el demonio encarnado del lucro… sí, pero al parecer Peñita no tiene problemas con eso.

Peñita llega todas las mañanas a su elegante oficina. Saluda gentilmente al señor de los estacionamientos y después, con mirada paternal, acoge a los estudiantes que se cruzan en su camino. Una vez en su oficina, le da un saludo afectuoso a la secretaria de Rectoría y raudo entra a su despacho para sentarse en su cómodo sofá.

Como cada mañana, Peñita revisa la prensa y comienza a sentir esos cambios tan inexplicables para él, pero a los que ha terminado por acostumbrarse. El cómodo sofá se va transformando en un asiento de madera noble, con un respaldo ancho de terciopelo. Peñita comienza a sentir que en su cabeza se sostiene un pequeño sombrero de color rojo, ¿será un birrete? No lo sabe bien.

Al instante, se siente mirando a través de unos gruesos anteojos, mientras en su rostro, barba y bigote comienzan a crecer en forma apresurada, pero ordenada. Su chaqueta ha desaparecido y en su lugar se puede ver una elegante capa de seda, de color rojo, amarrada al cuello y ceñida a su pecho mediante diez pequeños botones. Tampoco siente ya la corbata, en su lugar, un almidonado cuello blanco emerge entre sus nuevos atuendos. Peñita mira sus manos y percibe que en cada una de ellas, sus dedos lucen dos gruesos y hermosos anillos. Un paño de seda de color rojo, con grandes ondulaciones y encajes blancos, reemplaza a sus pantalones grises. Cuando su mirada en definitiva choca contra el suelo de mármol tricolor, puede ver que sus calcetines y zapatos han adquirido un intenso tono rojo.

[cita]Sí «Tú» Golborne, que lloriqueabas cuando anunciaste tu retiro de la carrera presidencial… cobarde… sí «Tú» Adolfo Zaldívar que aunque ahora estés muerto, eras un fracasado e inconsecuente… sí «Tú» Carlos Larraín que te amas tanto a ti mismo…. narcisista…, sí «Tú» Fernando Echeverría que elegiste tu profesión en vez de tu cargo de ministro, pequeña rata… sí «Tú»…[/cita]

Peñita se siente distinto, una sensación de poder va inundando su alma, es un poder moral, su corazón palpita agitado, sus manos comienzan a sudar, siente su cuello tenso. Es la misma sensación que lo invade cada vez que contempla esa obra maestra del Greco que tanto lo perturba y que vuelve una y otra vez a su agotada memoria: el retrato del Cardenal de la Inquisición don Fernando Niño de Guevara.

Peñita toma su pluma y la moja en un pequeño frasco de tinta negra, mientras alcanza un pedazo de papel grueso que encuentra a sus pies. Peñita siente una fuerza misteriosa que lo lleva a escribir con suma rapidez.

Por momentos la escritura se detiene y Peñita apunta con el dedo a seres imaginarios que revolotean por las paredes de su oficina. «Tú», dice Peñita, mientras cierra lentamente los ojos, sí, «Tú», inmundo, asqueroso ser, repugnante alimaña, nauseabundo líder, sí tú, impuro, sucio, obsceno, depravado, alma inconfesable, sí «Tú»… Cheyre asesino de niños, sí tú, Guzmán, ser diabólico de la dictadura…

Peñita siente un fuerte dolor en su sien y levanta nuevamente la mirada, debe hilar más fino, debe actuar con mayor precisión, sí «Tú»… ministra de Educación que elegiste celebrar tu aniversario de matrimonio antes de estar en una protesta estudiantil…. horror, sí «Tú» ministro de Hacienda, que al comentar que ciertas medidas podrían traer incertidumbre en la economía destruiste el diálogo democrático… bestiaa… sí «Tú» Golborne, que lloriqueabas cuando anunciaste tu retiro de la carrera presidencial… cobarde… sí «Tú» Adolfo Zaldívar que aunque ahora estés muerto, eras un fracasado e inconsecuente… sí «Tú» Carlos Larraín que te amas tanto a ti mismo… narcisista…, sí «Tú» Fernando Echeverría que elegiste tu profesión en vez de tu cargo de ministro, pequeña rata… sí «Tú»….

Peñita dobla la cabeza. Está cansado, pero se complace en su vicio solitario: la búsqueda de herejes. Apuntar con el dedo a los que él, en su infinita sabiduría y altura moral, considera inferiores.

Peñita está en contra de lo que él llama la «moralidad de contable». Los herejes no pueden ser condenados por una vida o una trayectoria, deben serlo por cada uno de sus actos… (un pequeño destello se le aparece a Peñita, recordando las maniobras que lo llevaron a la rectoría de esa universidad privada, pero rápidamente desecha ese pensamiento). Tentaciones del demonio para que no cumpla su sagrada misión, reflexiona Peñita.

Peñita intenta recobrar el control. Respira profundo… Peñita es implacable. Es el mundo de Peñita, pequeño, odioso y lleno de contradicciones. Cierra los ojos y escucha una voz: Serpentes, geníma viperarum, quómodo fugietis a iudicio gehennae? Una pequeña sonrisa nace en el rostro extasiado de Peñita.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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