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¡Evelyn!, ¡hay malos y buenos! O la incomprensible incapacidad de definir el mal

Jonatan Valenzuela
Por : Jonatan Valenzuela Abogado y Académico U. de Chile
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Los males cometidos por la dictadura, en cambio, carecen de nombre en el derecho penal de la época, eran males desconocidos los que se expresaban en las fuerzas armadas dispuestas a torturar, matar y desaparecer a miles de chilenos.


Este mes convivimos con el recuerdo de 40 años desde el golpe militar que dio lugar a la cruenta dictadura liderada por Pinochet en Chile.

Uno de los puntos en que la sociedad chilena parece cada vez más sorprendida es en la capacidad de hacer el mal de parte de miembros de la comunidad en contra de otros miembros de la misma.

Existen cientos de enfoques disponibles para explicar este punto: algunos historiógrafos sostendrán que se trata de una manera de ver al mundo a través de las ideologías circunscritas a la década de los 70s, los juristas tenderán a responder con modos de comprensión de los denominados “crímenes de lesa humanidad”, entre un largo etcétera salpicado de dilemas políticas aparentes y reales.

Quisiera llamar la atención acerca de un punto que ha tendido a quedar en el olvido en las discusiones sobre las atrocidades perpetradas por los agentes del régimen de Pinochet: la imposibilidad de dar ese mal por compartido.

El derecho penal se ocupa de muchas conductas dándoles una etiqueta que en alguna medida les estabiliza. El homicidio es un acto grave pero que conocemos de sobra; el robo es un acto perseguido y comprensible por medio del sólo uso de la etiqueta que le designa. Cuando esto ocurre, el mal imbricado en el delito es susceptible de ser compartido por la comunidad. La comunidad comparte una intuición acerca del mal de ciertos actos y puede entender la posición de autor y de víctima.

Los males cometidos por la dictadura, en cambio, carecen de nombre en el derecho penal de la época, eran males desconocidos los que se expresaban en las fuerzas armadas dispuestas a torturar, matar y desaparecer a miles de chilenos.

Frente a este aparato argumentativo deben ser puestas las recientes declaraciones de la candidata derechista Evelyn Matthei quien sostuvo: “Hace un mes estamos promoviendo odiosidades y desencuentros, apuntando con el dedo a quienes son los buenos y los malos. Si Estados Unidos con Irán logran ponerse de acuerdo, espero que nosotros también lo logremos”.

La incapacidad para comprender lo que ocurrió en Chile a propósito de la dictadura militar es precisamente un evento de tal brutalidad que se niega a ser contenido en una etiqueta jurídica. ¿No notó la candidata que Pinochet es considerado un dictador asesino a pesar de que gozó de la presunción de inocencia hasta su muerte? ¿niega en algún punto su carácter de responsable de una matanza indecente el hecho de haber muerto probatoriamente “inocente”?

La odiosidad acusada por la candidata de la UDI tiene toda la lógica. Es obvio que ante males que no encuentran una respuesta predefinida en el derecho no queda más que el desconcierto y luego el odio. El odio pues es un mal que se produce sobre víctimas que son relevantes para la vida de la comunidad y que no encuentran un modo de verbalización en el reproche estable del derecho.

Un punto crucial para una correcta comprensión del derecho penal queda denotado por los denominados “crímenes de la dictadura”. No nos encontramos en realidad ante “crímenes” o “delitos” como aparecen designadas las acciones u omisiones penadas por la ley, lo que los militares hicieron como práctica generalizada (y no particularmente) no es tan sólo una suma de delitos, es algo mucho peor que eso.

Como no tenemos al derecho, con su arsenal de modos de verbalización para poder entender la clase de “mal” que se encuentra atado a los actos que acaecieron violentamente no podemos encontrar una respuesta estabilizadora del tipo: “se ha cometido un homicidio”.

Es por ello que el modo en que se ha ido instalando en Chile una cierta noción de verdad en torno a los males de la dictadura, comporta enfrentar el odio, el repudio, y toda el arsenal de etiquetas morales para comprender lo que nos pasa.

Es por eso Evelyn, que hay malos y buenos y dedos con el deber de señalarles. Hay malos que han portado en sus actos al mal y buenos que se han defendido y muerto en su contra.

El dilema es moralmente sencillo, la tortura, la muerte, la desaparición, la mentira, son algo más que un crimen, son algo más que un número finito de secuestros homicidas.

Aquí el futuro no tiene cabida, el mal sólo tiene sentido retrospectivo en su búsqueda desesperada por alguna clase de reproche. En eso nos encontramos, reprochando, armando un tipo de reproche político para males imposibles de ser compartidos.

(*) Texto publicado en Red Seca.cl

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