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Un septiembre negro Opinión

Un septiembre negro

El dolor de muchos no se acaba. A veces aflora y otras se inhibe, y que conmemoraciones como la ocurrida tras 40 años del Golpe son catarsis para unos y duelos para otros. Por lo mismo, se siente una impotencia, no menor, toda vez que los culpables de lo ocurrido no son quienes actuaron de una u otra manera, sino que definitivamente aquellos que crearon las condiciones para que ello ocurriera y que se aprovechan hasta hoy día de réditos espurios.


No fue sino hasta que Miguel A. Fernández G. hubo comenzado su alegato ante la I. Corte de Apelaciones de Santiago, en repudio por haber excluido la “Comision Valech” mi caso, que no había logrado dimensionar los efectos y alcances del secuestro del que fui objeto por parte del FPMR cuando tenía tan sólo 11 años. Fue la brillantez de la exposición y la candidez de sus palabras, unidas a la excelencia jurídica del mismo, que iba despertando, íntimamente, un sentimiento de profunda tristeza que por años había tenido retraído, más por ignorancia que por fortaleza.

Pero dimensionar ese dolor no significa necesariamente entenderlo, porque son infinitos los elementos que están relacionados en torno a un hecho en sí mismo pero que aislados necesitan un nexo causal que no solamente les una sino que vayan un poco más allá y le den sentido. De ahí en más uno comprende, antes sólo sospechaba o intuía.

Ese punto de inflexión se dio con ocasión de la inscripción de mi hijo al colegio del cual fui alumno, el “Tabancura”. Terminando la entrevista de apoderados y saliendo en compañía de mi señora a la capilla, se nos acercó Hernán Cavero, amigo y profesor de infancia. Junto con saludarnos, nos preguntó qué estábamos haciendo. “Qué bueno”, murmuraba, “supongo que no es colo-colino, como tú”, y se reía. En fin, todo iba en regla, hasta que me toma del brazo y comenta, con mucho cariño, afecto y hasta con nostalgia, mirándome fijamente a los ojos, “cómo ha pasado el tiempo, Gonzalo, y pensar que fui tu Profesor Jefe en 1984…”.

[cita]No había logrado dimensionar los efectos y alcances del secuestro del que fui objeto por parte del FPMR cuando tenía tan solo 11 años. Fue la brillantez de la exposición y la candidez de sus palabras, unidas a la excelencia jurídica del mismo, que iba despertando, íntimamente, un sentimiento de profunda tristeza que por años había tenido retraído, más por ignorancia que por fortaleza.[/cita]

Una simple alusión, por pequeña que fuera, provocó un remezón muy fuerte, generándome un profundo pesar y una angustia indescriptible. Las lágrimas afloraron con una fuerza interior brutal, no por minutos, sino que de manera permanente.

No soy psicólogo, ni nunca fui a uno, pero despertó un sentimiento paternal ciertamente oculto, y entendí en ese minuto lo que todo padre lleva inmerso en la naturaleza humana que nos relaciona a nuestros seres queridos y que en mi caso era, la dualidad hijo-padre. Antes fui un simple niño, ahora soy padre, y comprendí, a Dios gracias, ese nexo que faltaba. En otras palabras, me puse en el lugar de un padre que sufre la desaparición de su hijo, de mi hijo Gonzalo en ese minuto, y la angustia que los míos debieron haber sentido cuando supieron lo ocurrido o bien cuando se dilataba sin fundamento alguno mi regreso.

De ahí que entiendo que las verdaderas víctimas de lo ocurrido en aquel período de nuestra historia no son necesariamente los que sufrieron las privaciones, como uno en particular, sino que los padres y aquellos que estaban más cerca del amor filial. Valga a ellos el reconocimiento. Asimismo, todo lo anterior ayuda a comprender el dolor en aquellas familias que sufrieron la pérdida de seres queridos. La empatía no es casual.

Sin embargo, cabe reflexionar en que el dolor de muchos no se acaba. A veces aflora y otras se inhibe, y que conmemoraciones como la ocurrida tras 40 años del Golpe son catarsis para unos y duelos para otros. Por lo mismo se siente una impotencia, no menor, toda vez que los culpables de lo ocurrido no son quienes actuaron de una u otra manera, sino que definitivamente aquellos que crearon las condiciones para que ello ocurriera y que se aprovechan hasta hoy día de réditos espurios, muchas veces, a costa de quienes quisieren llevar, silenciosamente, su pesar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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