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Bachelet: ¿Bastará con el piloto automático? Opinión

Bachelet: ¿Bastará con el piloto automático?

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Los partidos están en caída libre, la Nueva Mayoría ya no cuenta con un relato unificador –Pinochet y el No– y el Presidente Piñera terminó, con sus acciones de septiembre, por empatarlos en aquello que aún los diferenciaba. Por otra parte, Michelle definitivamente no se arriesgó para revitalizar los colectivos que la apoyan y más bien los dejó desangrarse; en segundo lugar, ha reemplazado el ethos colectivo de coalición por una adhesión más bien personal a su figura.


Los diferentes candidatos presidenciales han comenzado a explicitar sus programas o ideas fuerza de campaña. La semana pasada fue el turno de Michelle Bachelet, quien —incólume en las más diversas encuestas— se aproxima a paso firme en su viaje de regreso a La Moneda. Ha llegado hasta allí sacando ventaja de su enorme popularidad y de una buena aprobación anterior, de su trayectoria y conducta en los temas de Derechos Humanos, así como de una crisis institucional de liderazgos y representación que sacude a la sociedad chilena. Seguramente las 50 medidas son su respuesta más rápida a la presión que ha recibido sobre la falta de propuestas de su candidatura. Una solución que puede postergar su indefinición programática y que, por ello, puede terminar leyéndose como sinónimo de improvisación o inercia.

La apuesta por la inercia

Recurriendo a su ya tradicional método, ha lanzado un paquete de medidas que serán implementadas en sus primeros cien  días de gobierno. Llama la atención que ninguna de ellas apunte al corazón del crudo diagnóstico que hizo en su discurso en El Bosque, cuando manifestó que “debemos repensar nuestro modelo de desarrollo”. Entre ellas están los anuncios de creación de agencias gubernamentales; otras, como las de educación,  no abordan el problema central que afecta hoy a la cartera: una sociedad que quiere más regulación del Estado con un Mineduc que sólo opera como un Banco de recursos. Otras parecen más bien regresivas y es así como del anuncio de elección de intendentes pasamos a la instalación de comisiones regionales; ante la crítica al sistema de AFPs, se propone la formación de una AFP estatal, que tampoco satisface a los especialistas. Respecto de la tan esperada agenda laboral sólo se postula eliminar el multirut. En salud, si bien hay un ambicioso plan con recursos fiscales, se dice poco sobre las Isapres –con excepción de una comisión de expertos– que han estado en el centro del debate y que ella misma criticó en su discurso: “Hablamos de la letra chica que afecta a millones de consumidores endeudados… De los cambios unilaterales de planes de salud”. También abundan la preparación de informes y “diagnósticos”, así como la promesa del envío de un proyecto de reforma constitucional. Por cierto, y esto era esperable, se pregona que, apenas asuma el nuevo gobierno, se enviará al Parlamento una serie de iniciativas de ley que permita concretizar las medidas. Seguramente, ella misma y su equipo programático apostarán por inundar el Congreso con proyectos que pongan de manifiesto un gobierno dinámico y a tono con la ciudadanía y que, además, si los cambios no pudieren alcanzarse, encontrar en el Congreso un buen chivo expiatorio a quien responsabilizar por la postergación de las medidas. Dicha institución, lo hemos vuelto a comprobar estas semanas, en constante pérdida de prestigio, puede ser una perfecta razón que explique aquello que por distintas razones no se pudo ejecutar. Por lo demás, la derecha chilena en franca guerra civil, será presa fácil de los objetivos gubernamentales.

[cita]Se hace evidente que en calle Tegualda han concluido por gobernar confiando en la tesis del «piloto automático». Es decir, reemplazar la voluntad de cambios, que muy bien se expresó en el discurso inaugural de la candidata allá por marzo y que ella representó en la Primaria, y confiar en la inercia de las  cosas.[/cita]

Por cierto, a estas alturas, el tono conservador y la mantención del statu quo que se apoderó del comando no puede achacársele sólo al  tradicionalismo DC que, con un 8% de representación, estaría controlando el espíritu que se impone en calle Tegualda, a pesar de que el senador Zaldívar se esforzó en hacer aflorar esta alma. Tampoco se puede seguir responsabilizando por ello sólo a los neoliberales que encabeza Velasco, y que por allí abundan, ni menos a Alberto Arenas, a quien superficialmente se le atribuye toda la lentitud programática. El estilo, donde impera el secretismo y la obediencia jerárquica, pone en evidencia el papel preponderante que la propia Michelle desempeña en la redacción de su programa, donde las emotivas palabras pronunciadas en El Bosque no logran pasar el cedazo de la “prudencia, la responsabilidad y la seriedad”. Como dice el viejo refrán, “otra cosa es con guitarra”. Michelle, a través de las 50 medidas, y aún sin presentar su programa, ha dejado de manifiesto su apuesta por que en el próximo gobierno se conserven las reglas del juego. Distanciándose de su inicial discurso del cambio, apostó finalmente por el piloto automático.

Era fines de 2004 e inicios del 2005 cuando la reafirmación de Michelle Bachelet y Soledad Alvear como las dos figuras más relevantes de la Concertación puso en discusión, en una versión con un tono machista y elitista, la tesis del “piloto automático” al interior de la máxima dirigencia de la Concertación. El piloto automático hacía alusión, en la jerga política del oficialismo, a que, quienquiera que fuese el candidato –a propósito de la novedad del liderazgo que representaban ambas mujeres–, la coalición gobernante contaba con un capital que permitiría que el país, y la obra del gobierno, se extendiese por otro periodo: Lagos se reunía habitualmente con los presidentes de los partidos, éstos últimos aún mostraban cierta solidez institucional, y aportaban con buenos elencos al ejecutivo y, como contraparte, La Moneda reconocía su aporte al desempeño de la administración otorgándoles cargos de primer nivel en la dirección del Estado. Por lo tanto, independiente de quien resultase ungido como presidenciable, el gobierno continuaría funcionando bien, incluso si se imponía una mujer, de allí el cierto machismo de aquel debate. Era la tesis del «piloto automático» que, eso sí, funcionaba sobre dos supuestos que en la época no estaban en discusión: la fortaleza de los partidos y de la coalición gobernante y la existencia de una ciudadanía adormecida, aquella que hacía vida pública en el mall, como tan bien sintetizó Moulián.

Es por ello que apostar todo o nada a la virtud del “piloto automático” puede, hoy, resultar peligroso. Los partidos están en caída libre, la Nueva Mayoría ya no cuenta con un relato unificador –Pinochet y el No– y el presidente Piñera terminó, con sus acciones de septiembre, por empatarlos en aquello que aún los diferenciaba. Por otra parte, Michelle definitivamente no se arriesgó para revitalizar los colectivos que la apoyan y más bien los dejó desangrarse; en segundo lugar, ha reemplazado el ethos colectivo de coalición por una adhesión más bien personal a su figura: ha concluido la operación por instalar transversalmente al bacheletismo. Refrenda este concepto, a propósito de las 50 medidas, la ausencia de una visión colectiva del conglomerado, cuya disparidad de criterios y opiniones –lo hemos vuelto a observar esta semana– termina siempre por imponer, en las definiciones gruesas, la voz de la candidata, cuya enorme popularidad resuelve hasta hoy la confusión programática de la Nueva Mayoría.

Se hace evidente que en calle Tegualda han concluido por gobernar confiando en la tesis del «piloto automático». Es decir, reemplazar la voluntad de cambios, que muy bien se expresó en el discurso inaugural de la candidata allá por marzo y que ella representó en la Primaria, y confiar en la inercia de las cosas. La próxima Presidenta de Chile ha hecho suya aquella famosa frase atribuida a Barros Luco: “No hay sino dos clases de problemas en política: los que se resuelven solos y los que no tienen solución”. La pregunta que entonces hacemos resulta obvia: ¿bastará, al igual que en 2005, sólo con la activación del piloto automático para que el gobierno tenga éxito, habida consideración de que los dos supuestos sobre los que funcionaba ese axioma han sido rotos?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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