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Maternidad política (los casos de Bachelet y Merkel)

Fernando Mires
Por : Fernando Mires Historiador. Profesor de Política Internacional y Teoría Política en la Universidad de Oldenburg, Alemania.
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Las similitudes, dejando a un lado anatomías, son asombrosas. Mientras Bachelet representando un bloque con predominio socialdemócrata mantiene el apoyo de los demócratas cristianos, Merkel, representando un bloque demócrata cristiano obtiene el apoyo de los socialdemócratas. El objetivo, sin embargo, es el mismo. Unir y no dividir. Eso explica por qué ninguna de las dos señoras se deja seducir por visiones apocalípticas.


Nunca he escrito un artículo de pasatiempo ni será esta la ocasión de hacerlo. Establecer un paralelo –no comparación– entre Michelle Bachelet y Angela Merkel obedece sólo al propósito de buscar una relación entre el principio de maternidad con el de la paternidad en la política.

Aclaro que las palabras maternidad o paternidad no tienen aquí ninguna connotación sexual, no obviando que la maternidad puede ser –no sólo en la política– mejor representada por una mujer que por un hombre.

Pero un presidente puede ser maternal y una presidenta, paternal. Para poner ejemplos, Cristina Fernández, una mujer muy femenina, representa una política paternal; así como indiscutidos varones –pienso en Nelson Mandela–, una política maternal. Margareth Thatcher era también una política paternal; David Cameron corporiza, en cambio, la versión maternal del conservadurismo británico.

Maternidad, he de resaltar, no tiene nada que ver con matriarcado ni paternidad con patriarcado. De modo que, amigas y enemigas feministas, sépanlo, no estoy tocando un tema de ustedes. Maternidad (y, por lo tanto, paternidad) es usado aquí como un término proveniente de la psicología analítica de Donald Winicott, para quien padre y madre, desde la perspectiva del recién nacido, no son dos personas sino dos ambientes diferentes.

Existen, según Winicott, ambientes maternales y ambientes paternales. Los primeros son protectores, los segundos, riesgosos. Los primeros tienen más que ver con lo interno (el individuo, la familia, la nación) y los segundos con lo externo (el espacio internacional, el universo, el más allá); los primeros, con el orden, la tranquilidad y la preservación de la vida; los segundos, con el conflicto y la agresión, incluyendo la posibilidad de la muerte; los primeros estimulan la inmanencia del ser; los segundos, su trascendencia.

No es de extrañar entonces que los ciudadanos tiendan a elegir candidatos maternales cuando en sus naciones imperan miedos que vienen del pasado. Porque, aparte de todas las enormes diferencias que tienen entre sí, Alemania y Chile son dos naciones históricamente traumatizadas. Alemania más que Chile.

Haberse criminalizado con el nazismo y el holocausto, y con la parte oriental después ocupada por el estalinismo, son cargas históricas demasiado grandes para cualquier nación. Los chilenos, por su parte, tampoco se pueden liberar de los fantasmas que dejó la maldad pinochetista detrás de sí. Todavía una gran parte de ellos cuando vota, vota en contra del pasado. Bajo esas circunstancias, la búsqueda del regazo protector, aun en política, es un fenómeno comprensible.

¿Por qué los argentinos, habiendo vivido lo que vivieron, no eligen también gobernantes maternales? Habría que preguntarles a ellos. Quizás la razón es que después de Eva ya no hay lugar para una segunda madre. Es sólo una hipótesis.

Más interesante es constatar que tanto Bachelet como Merkel, a pesar de haber vivido bajo dictaduras, no usan el poder como medio de venganza. Por el contrario, ambas representan el principio de reconciliación. De acuerdo a la lógica maternal que las guía, no escarban en el pasado. Sus razones tendrán. Bachelet padeció bajo la dictadura militar chilena, pero gozó privilegios bajo la de la RDA. Merkel, formada en la RDA, no colaboró con el régimen, pero tampoco fue una heroína de la resistencia.

Cuando gobiernan, ambas lo hacen en nombre de todos. Como buenas madres políticas no hay para ellas ciudadanos de primera y de segunda clase. Lo importante es que el país esté tranquilo, que las divisiones no sean demasiado grandes y los conflictos cada vez menores. Esa es la razón por la cual ninguna de las dos muestra demasiado interés por la política internacional. Lo que les interesa es que haya paz dentro de la casa, aunque la calle esté convertida en un infierno.

Las similitudes, dejando a un lado anatomías, son asombrosas. Mientras Bachelet, representando un bloque con predominio socialdemócrata, mantiene el apoyo de los democratacristianos, Merkel, representando un bloque democratacristiano, obtiene el apoyo de los socialdemócratas. El objetivo, sin embargo, es el mismo. Unir y no dividir. Eso explica por qué ninguna de las dos señoras se deja seducir por visiones apocalípticas.

Ninguna quiere cambiar el mundo. No pronuncian discursos grandilocuentes, no están ideológicamente intoxicadas. Y en vez de acariciar programas utópicos se fijan tareas inmediatas, como toda buena ama de casa.

Merkel ofreció salvar la economía alemana de la crisis, manteniendo la vigencia del euro, y disminuir el paro (la cesantía). Y cumplió. Bachelet ofrece una reforma tributaria, una reforma en el sistema educacional y, de modo simbólico, una nueva Constitución. Y también cumplirá. Prometer poco y cumplir es una divisa maternal. Es quizás también la razón por la cual ambas son elegidas por aplastantes mayorías.

Hay seguramente quienes piensan que elegir figuras maternales como Bachelet o Merkel trae consigo efectos negativos, pues la política –de acuerdo a los más importantes filósofos políticos desde Maquiavelo a Arendt– vive de las diferencias y de los conflictos. Bachelet y Merkel representarían en cambio una política de la despolitización. Y, en efecto, así es. Sin embargo, este hecho no debe ser computado como negativo. Afirmación que trataré de fundamentar con dos razones.

La primera es que, si bien el ser humano –de acuerdo a Aristóteles– es una entidad política, no sólo es un ser político. Es también familiar, cultural, hipersexual, religioso y lúdico.

La sobrepolitización de la vida puede llevar y ha llevado a su unidimensionalización o, lo que es igual, al empobrecimiento existencial. Una limitada despolitización del gobierno puede ser, en determinadas condiciones, políticamente necesaria para la vida ciudadana.

La segunda razón es que, de los segmentos que conforman el todo político, el de la gobernabilidad es el menos político. Pues gobernar significa en gran medida unir. Tarea muy diferente para un representante de un partido, ya que el partido, al ser «parte», debe estar orientado hacia la confrontación con el adversario. Por lo mismo, un gobernante que confunde a su gobierno con su partido debe ser sacado lo más pronto posible de su puesto.

La misma palabra presidente significa, en sentido literal, sentarse adelante de todos. Pero no significa sentarse encima de alguien. Es lo que jamás han hecho Bachelet ni Merkel. Por eso están donde están.

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