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Resistir al neoliberalismo, resistir al SIMCE

Ximena Catalán y Manuela Mendoza
Por : Ximena Catalán y Manuela Mendoza Investigadoras en Educación – UC/ Ximena Catalán es socióloga y estudiante de Magíster en Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile e investigadora en temas de política educativa y educación superior; y, Manuela Mendoza: Antropóloga y estudiante del Magíster en Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Investigadora en Educación.
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Y es que el profesor de presencia seria y pausada lo sabe bien: la crítica al SIMCE no es un reproche técnico a un instrumento aislado, sino un cuestionamiento general a las políticas públicas que han dado forma a un sistema educativo neoliberal ad hoc al modelo de sociedad promovido desde los años ochenta. Un sistema naturalizado, profundamente exitoso en cuanto ha logrado atravesar el horizonte de las ‘buenas intenciones’ de la política pública e instalarse no sólo a nivel económico, sino también social, gracias a la potencia de una serie de dispositivos y herramientas planteados desde el saber técnico bajo un aparente manto de neutralidad.


En su breve paso por Chile, el reconocido sociólogo inglés Stephen Ball dejó muy en claro su apoyo  a la campaña «Alto al SIMCE», como parte de su crítica generalizada al uso abusivo de instrumentos de medición educativa. Para sorpresa (y disgusto) de muchos, el académico del Institute of Education de la Universidad de Londres (IOE) realizó su conferencia en la Facultad de Educación de la UC el pasado martes con la chapa de la campaña en su camisa y, previamente, había señalado:

Vengo de un sistema que también está usando la medición y el desempeño para reemplazar los valores educacionales. Me parece que el SIMCE es antieducacional. Empobrece la sala de clases, focaliza a los estudiantes y profesores en cosas que pueden ser medibles más que en cosas que son valiosas. Es importante que tratemos de pensar para qué es la educación, y no simplemente dedicarnos a medir aquello que creemos que los estudiantes deben hacer. En este sentido, apoyo a «Alto al SIMCE».

Pero esta no es la primera vez que Ball demuestra públicamente su postura hacia las problemáticas educativas chilenas. Ya en 2011 participó en un video de apoyo a los movimientos sociales, donde afirmó:

[cita]Y es que el profesor de presencia seria y pausada lo sabe bien: la crítica al SIMCE no es un reproche técnico a un instrumento aislado, sino un cuestionamiento general a las políticas públicas que han dado forma a un sistema educativo neoliberal ad hoc al modelo de sociedad promovido desde los años ochenta. Un sistema naturalizado, profundamente exitoso en cuanto ha logrado atravesar el horizonte de las «buenas intenciones» de la política pública e instalarse no sólo a nivel económico, sino también social, gracias a la potencia de una serie de dispositivos y herramientas planteados desde el saber técnico bajo un aparente manto de neutralidad. [/cita]

Es muy importante lo que está pasando en Chile. Chile es, por una parte, un modelo, un arquetipo de políticas neoliberales en educación; pero también es un foco de respuesta, un foco de resistencia, un foco de lucha. Y, por ello, es algo, un lugar al que la gente debiera poner atención, que la gente debiera mirar.

Y es que el profesor de presencia seria y pausada lo sabe bien: la crítica al SIMCE no es un reproche técnico a un instrumento aislado, sino un cuestionamiento general a las políticas públicas que han dado forma a un sistema educativo neoliberal ad hoc al modelo de sociedad promovido desde los años ochenta. Un sistema naturalizado, profundamente exitoso en cuanto ha logrado atravesar el horizonte de las «buenas intenciones» de la política pública e instalarse no sólo a nivel económico, sino también social, gracias a la potencia de una serie de dispositivos y herramientas planteados desde el saber técnico, bajo un aparente manto de neutralidad.

De esta forma, a través de la hegemonía de las evaluaciones estandarizadas y su uso con fines comparativos, competitivos y de responsabilización interna de las escuelas, se ha generado una infraestructura que promueve con éxito el incremento de los motivos financieros en la definición de los objetivos y del operar de la educación, reemplazando así una educación basada en valores por una basada en el valor (económico). Dicho de otro modo: herramientas como el SIMCE dejan de ser meros instrumentos de evaluación y pasan a convertirse en mecanismos definitorios de las «normas del juego» de la educación, un juego de mercado en que «los resultados son priorizados antes que los procesos, los números antes que las experiencias, los procedimientos antes que las ideas, la productividad antes que la creatividad[1]«.

Pero pese a este desalentador panorama hay esperanza. Ese es el mensaje que con aires de compromiso traía Ball y que machacó con calmada insistencia en los tres seminarios en que participó durante su visita al país. Asiéndose a un prolijo análisis de Michel Foucault, el investigador nos alienta a abrir una vía de pensamiento para cuestionar y resistir ante lo que, a primera vista, se nos presenta como dado, partiendo de la base de que las políticas no se absorben e internalizan automáticamente en las prácticas cotidianas de los sujetos, sino que estos tienen capacidad de ejercer su subjetividad. Lo explica a través de la relación entre lo que llama neoliberalismo de N grande (nivel de políticas) y neoliberalismo de n chica (nivel de las personas): las políticas restringen y rodean persistentemente nuestro día a día, pero no nos someten por completo.

Y como dice Ball, en el marco de las políticas educativas, «no todo es malo, pero todo es peligroso», frente a lo cual tenemos la posibilidad de contestar a estas políticas, de reinterpretarlas y ponerlas en tensión. Se trata de un llamado a la acción en lo cotidiano, desde un lugar propio y no desde la interpelación que las políticas hacen de nosotros a través de, por ejemplo, las clasificaciones de escuela o de profesores que hace la Evaluación Docente.

Entonces, ¿para qué el SIMCE? ¿Y para quién? ¿Qué lugar queremos darle a este instrumento que ha devenido en la herramienta por excelencia para identificar a las «buenas» y «malas» escuelas y, por ende, para definir qué es la «buena» y «mala» educación? ¿Queremos que nuestros sistemas de evaluación educacional sigan operando como instrumentos moduladores de un sistema educativo neoliberal, o queremos resignificarlos como herramientas para que las escuelas se observen y aprendan de sus propias prácticas? Estas son algunas de las preguntas que hoy en día docentes, estudiantes, familias, investigadores y ciudadanos chilenos en general nos estamos haciendo y cuya evaluación en perspectiva, la perspectiva de otros que nos observan a la distancia, como Ball, contribuye a la comprensión de que, lejos de ser locuras, son expresión de nuestra condición más humana.

 


[1] Stephen J. Ball & Antonio Olmedo (2013): Care of the self, resistance and subjectivity under neoliberal governmentalities, Critical Studies in Education, 54:1, 85-96.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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