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No ganó el abstencionismo, sigue ganando el neoliberalismo

El período de reformas neoliberales de los 80 y los 90 trajeron consigo, en primer lugar, estabilidad política y progreso económico a nuestro país, como diría Manuel Antonio Garretón un “neoliberalismo corregido y un progresismo limitado”, sin embargo, no se han logrado solucionar las profundas desigualdades que ya todos sabemos. Esta última situación, según mi parecer, ha llevado a que la ciudadanía chilena desconfíe cada vez más de sus instituciones políticas: el Estado y la política cada vez más pierden legitimidad.


En Chile cada vez votan menos personas en las elecciones presidenciales. En primer lugar, la abstención de las elecciones del día domingo pasado (52%), puede tener distintos factores. Por un lado una abstención voluntaria: desinterés por la política, crítica al sistema electoral y su efectos, elegir salir de paseo en familia, ejercer el “derecho” de no votar, autoconvencimiento de que nada cambia realmente gane quien gane las elecciones (¡igual hay que trabajar al otro día!), diferencias sustanciales con el régimen político (en muchos casos con la misma democracia), no desear participar de esta forma institucionalizada, sino que por una vía no-institucional, por ejemplo, desde el eslogan: “el cambio no está en La Moneda, sino en las Grandes Alamedas”. Por otro lado, puede ser una abstención no voluntaria: problemas climáticos, de transporte, indisposiciones, por enfermedad, accidentes, viajes no previstos, pérdida de documento de identificación, por estar en el extranjero (un debate que la derecha trabó durante años) o por sucesos personales variados. Probablemente, en el segundo caso el votante hubiera deseado votar, pero se ha visto obstaculizado.

En segundo lugar, con respecto al “voto joven” y la abstención, es interesante señalar un aspecto cultural. Se estimó que este año más del 32% del padrón electoral está compuesto por jóvenes de entre 18 y 34 años, un gran avance comparado con el 6,5% de hace cuatro años, y el número de candidatos jóvenes creció en un 7%. Una mirada sugerente es la de Charles Taylor, que señala que los jóvenes actuales estamos marcados por la época de la autenticidad: un narcisismo exacerbado; el eclipse de los fines y el predominio de la razón instrumental; y la progresiva pérdida de la libertad por medio de un “despotismo blando». Le agrego el sustrato neoliberal, que valora sobre todo la expresividad individual y en el cual existe una especie de concentración en lo privado, con un distanciamiento de la polis, pero cercano a la representación ideal del yo (cultura de la imagen, el ícono). Hay también lejanía respecto de los modos tradicionales de ejercicio de la autoridad y alta valoración de las dimensiones emotivas y afectivas de la vida humana. Señalo esto, para extremar el punto de que es muy difícil señalar que la abstención, sobre todo en los jóvenes, sea una abstención voluntaria crítica y movilizada, como se lee en la prensa o en las redes sociales. Pudiendo concluir que la expresión “ganó la abstención” es una falacia; esta no compite.

[cita]El período de reformas neoliberales de los 80 y en los 90 trajeron consigo, en primer lugar, estabilidad política y progreso económico a nuestro país, como diría Manuel Antonio Garretón un “neoliberalismo corregido y un progresismo limitado”, sin embargo, no se han logrado solucionar las profundas desigualdades que ya todos sabemos. Esta última situación, según mi parecer, ha llevado a que la ciudadanía chilena desconfíe cada vez más de sus instituciones políticas: el Estado y la política cada vez más pierden legitimidad.[/cita]

No existe el “abstencionismo” que reúna y acoja la pluralidad de acciones o intenciones con respecto a la elección misma. No hay un parámetro común, que se utilice para medir e interpretar la abstención electoral. Pese a que había nueve candidatos presidenciales, de diversas orientaciones, carismas e ideologías, un poco más de la mitad de los chilenos el domingo pasado no votó. ¿Qué es lo que pasó entonces? Nada nuevo bajo el sol. Sigue ganando el neoliberalismo.

El período de reformas neoliberales de los 80 y en los 90 trajeron consigo, en primer lugar, estabilidad política y progreso económico a nuestro país, como diría Manuel Antonio Garretón un “neoliberalismo corregido y un progresismo limitado”, sin embargo, no se han logrado solucionar las profundas desigualdades que ya todos sabemos. Esta última situación, según mi parecer, ha llevado a que la ciudadanía chilena desconfíe cada vez más de sus instituciones políticas: el Estado y la política cada vez más pierden legitimidad.

Las reformas políticas son urgentes y deben ser muy profundas en pro de la igualdad. Pero éstas no serán fáciles. Ya que ineludiblemente afectará a intereses poderosamente creados, siendo uno de los más grandes el de los parlamentarios (de ambos bloques) que se sienten cómodos en que el sistema con todas sus fallas les favorece. Debemos recordar que las reformas políticas en nuestro país siempre han sido una lucha contra la derecha. La derecha es la que se opuso al sufragio universal, al sufragio femenino, a las leyes anticohecho, a la regulación del dinero en política y también al término de las Cámaras fundadas no en la elección sino en el linaje. Es obvio que la reforma política no vendrá de ahí, sino de una exigencia de los partidos que hoy conforman la Nueva Mayoría, también RD y la IA y, por supuesto, los Movimientos Sociales. Si ellos-nosotros no la exigen con enorme decisión, la embrionaria crisis política y de representación se agudizará.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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