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Se manifestó el Anunciado

Juan Ayala
Por : Juan Ayala Profesor del Departamento de Estudios Humanísticos, Universidad Técnica Federico Santa María.
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La virtud de un mandatario comparece entonces en su capacidad de armonizar las exigencias de unos y de otros, deja de ser embajador de intenciones, para ser gobernante de realidades, deja de ser el Anunciado y comienza el sacrificio que podría conducirlo al Gólgota, simbólico para todo gobernante, con la diferencia de que según sea su habilidad el daño político es más o menos grande.


Cuando comenzaba el otoño de 1963, John F. Kennedy quizás intuyó que no llegaría a ver el invierno septentrional; la blanca noche navideña no llegaría nunca, o quizás comenzaba la más oscura e inconclusa natividad. Por aquel mismo tiempo el Catholic Digest publicaba un artículo titulado “Se manifestó el Anunciado”, sintetizando en tres conclusiones la certeza de la existencia del hijo de Dios.

Aplicando esa metodología, un presidente, un futuro mandatario también se anuncia mediante una embajada, legado plenipotenciario que lo representa, lo simboliza, lo manifiesta permanentemente, no es el mandatario pero actúa en su nombre.

Cabe preguntarse, entonces, ¿cuando un presidente gana una elección y empieza a ejercer sus funciones, no actúa como embajador de los conglomerados empresariales, de las instituciones militares o de centrales sindicales, actuando así acaso no va escribiendo su propio magnicidio? En esa fatídica tarde del 22 de noviembre de 1963, el primer presidente católico de los Estados Unidos murió muy públicamente en Dallas, hecho registrado por la televisión en directo. El asombro, el estupor colectivo, fue también muy mediático. Lo que hasta el día de hoy no lo es, son las verdaderas razones que promovieron tal crimen.

[cita]La virtud de un mandatario comparece entonces en su capacidad de armonizar las exigencias de unos y de otros, deja de ser embajador de intenciones, para ser gobernante de realidades, deja de ser el Anunciado y comienza el sacrificio que podría conducirlo al Gólgota, simbólico para todo gobernante, con la diferencia de que, según sea su habilidad, el daño político es más o menos grande.[/cita]

Lo de Kennedy fue brutal, empero el asesinato de un presidente comienza el mismo día de su asunción, es implícito a la jura, porque desde ese día lo que fueron promesas y acuerdos estratégicos pasan a ser realidades, el “pueblo” exige lo que le prometieron, el “no pueblo” que se cumpla lo que exigió cuando otorgó su apoyo.

Kennedy simbolizaría a los mandatarios que, en la hondura del poder, se ven tensionados por la manera de cumplir con los que lo necesitan, como con los que él necesitó. Tú me pediste, yo te di, dice el no pueblo. Tú me ofreciste, yo te pido, dice el pueblo.

La virtud de un mandatario comparece entonces en su capacidad de armonizar las exigencias de unos y de otros, deja de ser embajador de intenciones, para ser gobernante de realidades, deja de ser el Anunciado y comienza el sacrificio que podría conducirlo al Gólgota, simbólico para todo gobernante, con la diferencia de que, según sea su habilidad, el daño político es más o menos grande.

La navidad siempre es posible, la estrella de Belén viaja por el firmamento de los deseos y los regalos, pero los reyes magos ya entregaron sus regalos al Anunciado; a diferencia de 2000 años atrás, ahora llegarán al pesebre para preguntar cuándo pasan a cobrar, y junto con los pastores que ya conocen la historia, saben que el niño pronto se hará hombre, saben que hará su caminata por el desierto, ¿quiénes lo acompañarán, hasta dónde lo acompañarán? El Anunciado ilumina la noche, pero la Natividad puede ser también muy oscura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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