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El indecible recuento de los hechos

Mónica Maureira
Por : Mónica Maureira Periodista, diplomada en Derechos Humanos
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Este 2013, el nefasto recuento de los casos de violencia contra mujeres y niñas, conocidos públicamente, parece indicar que el Estado de Chile se terminó de rebasar. Y no estamos en dictadura, sino en plena democracia. Ante la atónita presencia de miles de mujeres, y pese a su protesta y a la coyuntura de las elecciones, sobre este balance sólo se escuchan liviandades teñidas de estereotipos, justificaciones, la nada en boca de los actores públicos.


Han pasado 20 años desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamara el 25 de noviembre como el Día Internacional de la No Violencia contra las Mujeres. Lo hizo conmemorando a las hermanas Mirabal. Patria, Minerva y María Teresa fueron torturadas y asesinadas por la dictadura de Rafael Trujillo, en República Dominicana, en 1960. En una dictadura como Chile, donde también hubo mujeres asesinadas, torturadas y desaparecidas, algunas de ellas embarazadas.

Que Naciones Unidas les recuerde a los Estados que cada 25 de noviembre deben conmemorar el derecho de las mujeres a vivir una vida sin violencia, no es poca cosa, aun cuando parezca inaudito que las mujeres deban pedir no ser violentadas ni maltratadas. Este mandato que rige para las “democracias” los 365 días, es un recordatorio que se plasma en una serie de acuerdos internacionales vinculantes para los gobiernos, obligados a maximizar sus esfuerzos en prevenir y sancionar la discriminación y violencia contra las mujeres.

La vasta experiencia de las organizaciones feministas, parte de ella plasmada en centenares de investigaciones, sostiene que cuando los niveles de discriminación y violencia aumentan, incluso más allá del conteo, el Estado corre el riesgo de desbordarse. Este 2013, el nefasto recuento de los casos de violencia contra mujeres y niñas, conocidos públicamente, parece indicar que el Estado de Chile se terminó de rebasar.

[cita]Este 2013, el nefasto recuento de los casos de violencia contra mujeres y niñas, conocidos públicamente, parece indicar que el Estado de Chile se terminó de rebasar. Y no estamos en dictadura, sino en plena democracia. Ante la atónita presencia de miles de mujeres, y pese a su protesta y a la coyuntura de las elecciones, sobre este balance sólo se escuchan liviandades teñidas de estereotipos, justificaciones, la nada en boca de los actores públicos.[/cita]

Y no estamos en dictadura, sino en plena democracia. Ante la atónita presencia de miles de mujeres, y pese a su protesta y a la coyuntura de las elecciones, sobre este balance sólo se escuchan liviandades teñidas de estereotipos, justificaciones, la nada en boca de los actores públicos.

Durante este año, la crueldad en escalada contra las mujeres ha pasado a vista y paciencia de la clase política, terminando por erradicar del debate esta feroz discriminación, volviéndose intrascendente y, con ello, naturalizando aún más la violencia en contra de las mujeres y niñas. La condena pública sobre estos delincuentes no existe. En el crimen siempre media el impulso, lo irracional, el alcohol, la droga, los celos, la infidelidad, la patología, el amor en exceso. Nunca el poder ni la dominación.

Mónica y Alejandra fueron asesinadas por su padre, en Lumaco, “porque su esposa lo dejó”. A Karla, en Valparaíso, y a Nancy, en San Ramón, sus ex parejas las asesinaron pese a la denuncias de violencia previa. En medio, Chile y el mundo, se enteraron de Belén, una niña violada sistemáticamente por su padrastro, con un embarazo en ciernes y, hoy, de otra niña abusada desde los 6 años por quien se decía su abuelo. También está forzadamente embarazada.

Carolina se libró de la muerte; su ex pareja se suicidó después de arrancarle los globos oculares. El cuerpo de Marta lo encontraron mutilado y calcinado; el de Ruth, tirado en un basural tras la confesión de su pareja, “triste confesión”, según el pasquín de turno. A Ornella Moroni, su femicida la acuchilló hasta matarla. Maira del Carmen y varias más fueron víctimas de femicidios frustrados.

Este es parte del indecible recuento de los hechos que no se quieren ver, sobre los que no hay que hablar porque no hay nada que escuchar. Estos y otros asesinatos de mujeres por razones de género son consecuencia de un Estado que no ha logrado desmontar la naturalización de la violencia contra las mujeres.

Son el resultado de instituciones que no operan, que siguen investigando la discriminación, el maltrato y los crímenes contra mujeres como cualquier delito menor. Son secuela de una sociedad que aún no asume el real y profundo daño de la violencia patriarcal impune.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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