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¿Sistema integrado? ¿Hasta cuándo con la tontera?

Sergio Fernández Figueroa
Por : Sergio Fernández Figueroa Ingeniero comercial de la Universidad de Chile. Ha ocupado cargos gerenciales en el área de Administración, Contabilidad y Finanzas, y se ha desempeñado como consultor tributario y contable en el ámbito de la Pyme.
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Nuestro aberrante sistema de “impuestos integrados” a la renta es indefendible. Es tan burdo, que no resiste el menor análisis. Es como una casa Copeva: basta una pequeña llovizna, para que se inunde por completo.

Pero, preguntará usted, ¿por qué se ha mantenido en el tiempo, entonces? Si lleva ya 30 años de vigencia, y ha sobrevivido a una dictadura, a 4 gobiernos de centro-izquierda (no estoy contando un chiste; así se han definido ellos) y a uno de (¿centro? ¿extrema?) derecha.

Para contestar esa interrogante, lo invito primero a ver a quién beneficia con él.

Cherchez la femme, dicen los franceses cuando se trata de encontrar la causa de algo. La expresión, pese a su traducción literal (“busca a la mujer”), se interpreta en la práctica como “busca quién se beneficia”. Si quieres saber el motivo de algún determinado suceso (una reforma tributaria, por ejemplo), identifica a quienes obtienen provecho de él y, más que seguro, podrás averiguarlo. Hoy en la red están los antecedentes necesarios, así que, estimado lector, lo invito a hacer la pesquisa. Es muy simple: basta comparar el sistema de impuesto a la renta vigente en 1983 con su modificación de 1984 (que es la que, con cambios menores, ha llegado hasta nuestros días), y determinar qué fue lo que cambió entre uno y otro.

Veamos: ¿dejaron de pagar aunque fuera un peso las empresas por concepto de impuesto de primera categoría? No; ellas siguieron pagando lo mismo. ¿Dejaron de pagar impuestos los empleados y profesionales? Tampoco. No hubo variación a ese respecto. ¿Qué fue entonces lo que cambió? Salta a la vista: el único cambio de relevancia fue que los dueños de las empresas, los empresarios, dejaron, casi por completo, de pagar impuestos personales.

Las cifras que comprueban lo señalado están, disponibles para todo quien quiera revisarlas, en la página web del SII. En una de mis anteriores columnas expliqué cómo acceder a ellas. ¿Qué nos dicen? La verdad es que son impresionantes. De los últimos 10 años, sólo en los tres primeros (2003 a 2005) se pagaron mínimas cantidades de Global Complementario (casi cero, de hecho, en el 2004 y el 2005). En los últimos 7 (2006 a 2012) no sólo no hubo pago adicional por este concepto, sino que hubo devolución. Nuestros empresarios no sólo no pagaron impuestos personales de su bolsillo, sino que, además, el Fisco les devolvió parte de lo que habían pagado sus empresas.

Entonces, amigo lector, ¿quiénes son los beneficiados (los únicos, habría que decir) por este sistema de “impuestos integrados”? Parece obvio, ¿verdad? Son nuestros empresarios. Este sistema fue creado para que ellos no pagaran impuestos. En Chile, estimado lector, en promedio ―hay empresarios que, por desconocimiento o porque sus sólidos principios se lo impiden, no recurren a martingalas para eludir o evadir los tributos―, los empresarios NO pagan impuestos. ¿Le quedó claro?

Pero, preguntará usted, ¿cómo puede ocurrir una cosa semejante? ¿Acaso los empresarios no retiran utilidades de sus empresas?

Está usted bromeando, ¿verdad? Por supuesto que lo hacen, y en enormes cantidades. Y me anticipo a su siguiente pregunta: no pagan Global Complementario porque descubrieron la(s) manera(s) de efectuar retiros y no quedar afectos a ese tributo.

Le describo una, quizás la más usada, para que se entere y se horrorice (si no la conoce, desde luego, porque entre los empresarios y contadores, y en el SII imagino, es vox pópuli). Usted necesita una sociedad de responsabilidad limitada que concentre la propiedad en uno o más socios, pero que deje un porcentaje ínfimo, un 1% o menor, en manos de alguien de confianza (la esposa, los hijos, los padres). Se lo explico con un ejemplo:

Suponga que la sociedad A tiene dos socios, uno (X) con el 99% y el otro (Y) con el 1%, y que presenta una utilidad después de impuestos de $ 1.600 millones, de los cuales le corresponden a X $ 1.584 millones y a Y $ 16 millones. Supongamos además que el socio mayoritario no puede retirar utilidades, porque tiene otros ingresos que le complican su global complementario. ¿Cómo se retiran entonces para evitar el pago de global complementario? Muy simple: las retira Y.

Supongamos que Y retira $ 1.000 millones (tiene derecho a retirar $ 16 millones, ya vimos, pero supongamos que X lo autoriza, ya que no tiene que pedirle permiso a nadie más). ¿Cuánto impuesto paga? ¿Está sentado? Le respondo entonces. Paga cero. Pero no sólo eso, además el Fisco le devuelve parte del impuesto de primera categoría pagado por su empresa (casi $ 3,5 millones, si ésos son los únicos ingresos que tiene).

OK. Ya sé cuál es la siguiente pregunta: ¿cómo puede algo así ser posible? Vaya usted al artículo 14 A, inciso 1°, letra B de la ley de la Renta, y encontrará la explicación. Es algo completamente legal, la ley lo permite, pero es evidentemente ajeno al espíritu de la misma. Le dejo planteadas dos preguntas al respecto: este sistema de retiro de utilidades, ¿es elusión o evasión? Y si es vox pópuli, ¿por qué ni el gobierno (me resulta difícil de creer que Piñera, Carlos Larraín, Golborne o Ruiz Tagle no lo conozcan) ni el Parlamento han hecho nada para corregirlo?

En consecuencia, tenemos un sistema de impuesto a la renta brutalmente inequitativo (se lo repito de nuevo: los empresarios no pagan impuestos), que no cumple con ninguno de los principios que deben estar presentes en un buen sistema tributario, que permite elusiones (¿evasiones?) gigantescas. ¿Es ése un sistema ejemplar, como dicen algunos? Para los sinvergüenzas, tal vez. ¿O revolucionario, como dicen otros? Bueno, esto último podría ser: que algo sea revolucionario, no significa que no pueda ser una sinvergüenzura.

¿Y esa característica de pro-empleo y pro-inversión que le asignan algunos para oponerse a su modificación? Es interesante constatar cómo la historia se repite, una y otra vez. Porque esos argumentos son los mismos que se vertieron (en inglés, desde luego) en el Congreso de Estados Unidos, y se expusieron en sesudos editoriales de los más importantes diarios de Luisiana (está en español, para que no me critiquen por el idioma) antes de la Guerra de la Secesión, para oponerse a la abolición de la esclavitud. La eliminación de tan inhumana actividad era económicamente inconveniente. Mantenerla, favorecía el crecimiento, el empleo y la inversión. Argumentos económicos para oponerse al respeto, a la equidad y a la justicia, y para favorecer el abuso, ¡qué vergüenza! Creía yo, y cuán equivocado estaba, que en pleno siglo XXI la equidad era lo primero; que antes de analizar si un sistema “favorece el empleo y la inversión” hay que preocuparse de que sea justo, de que cumpla el principio de la equidad y también el del beneficio (“the benefits principle”, de los gringos: todos (personas e instituciones) deben pagar impuestos en proporción a los servicios públicos que reciben).

La verdad es que son demasiados los argumentos en contra de un sistema tan falaz, inequitativo y vulnerable. No es posible detallarlos todos en el limitado espacio de una columna. Sin embargo, permítame terminar con una constatación.

Si usted desea dirigirse a un destino determinado, lo natural es que elija para ello el camino que todos siguen con tal propósito. Ahora, si usted comprueba que hay personas que, siguiéndolo, llegaron ya al lugar en cuestión, elegir la misma ruta no sólo es lo adecuado, sino lo conveniente y lo único razonable.

De manera que si alguien le propone una vía alternativa que se interna por lugares inexplorados y cuyo destino es incierto (nadie ha usado ese camino en el pasado), usted debería mandarlo a buena parte. Las aventuras son para los aventureros.

Aplique ahora eso a nuestro tema. Ningún país ha alcanzado el desarrollo con el sistema de “impuestos integrados”. Peor que eso: ninguno se ha acercado siquiera. Todos los que lo han logrado, lo han hecho con un sistema donde empresas y empresarios pagan impuestos por separado. De hecho, todos los países de la OECD, de la que Chile se ufana de formar parte, con la sola excepción de México y Chile, usan dicho mecanismo tributario (la salvedad es que en México, más del 50% de la estructura de ingresos del Fisco proviene de la venta de petróleo). ¿Estarán tan equivocados los economistas de esos países? ¿Serán tan limitados que no son capaces de visualizar los enormes beneficios potenciales de nuestro sistema? Y los empresarios, ¿serán tan retardados que permiten que los esquilmen con un sistema “no integrado”?

30 años de aventuras irresponsables ya son suficientes, estimado lector. Para vivir ese tipo de vida, recurramos mejor a Indiana Jones o a Quintín el Aventurero, pero no sigamos perjudicando a la inmensa mayoría de los chilenos. ¡Hasta cuándo! ¿Qué se creen nuestros políticos? ¿Que aún somos inquilinos y pueden hacer con nosotros lo que les dé la gana?

Lo repito, por si alguien me escucha, ¿hasta cuándo con la tontera?

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