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Opinión: La democracia de los pocos

Opinión: La democracia de los pocos

Claudio Fuentes S.
Por : Claudio Fuentes S. Profesor Escuela Ciencia Política, Universidad Diego Portales. Investigador asociado del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR)
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El problema es que el actual sistema político no logra representar a la gran mayoría de la población. ¿Cómo resolver este dilema de tener una democracia de baja densidad? Primero, se requiere una reforma sustantiva a los partidos políticos –que son instituciones representantes de los intereses sociales–. Segundo, se necesita repensar el sistema de representación para incorporar mecanismos de participación directa, de modo de transferir poder efectivo a la ciudadanía. Tercero, se requiere atender el crítico problema del abstencionismo juvenil. Finalmente, se necesita revisar el sistema electoral que desincentiva la participación en elecciones.


Sabemos cuánta gente votó (5,6 millones), pero no sabemos qué porcentaje representa esta cifra del total de electores. Si nos atenemos al padrón formal (13,5 millones), la participación electoral alcanzó un 41,5%. Si lo hacemos sobre un padrón más real (12,5 millones), la participación llegaría a 44,8%. Debemos insistir que esta incertidumbre no es normal. Una democracia consolidada debiese tener un sistema de registro e inscripción de personas digital, único y centralizado por lo que la primera misión para el nuevo Gobierno debiese ser la transformación del arcaico sistema que tenemos.

El nivel de participación nos devuelve al Chile anterior a 1965, donde menos del 40% de los mayores de 18 años participaban de la elección de representantes. La diferencia, sin embargo, es la siguiente: antes de 1960 Chile era un sistema político oligárquico donde por ley se excluía a un segmento importante de la población de participar del proceso político. Hoy, en cambio, el sistema democrático en teoría garantiza que todos y todas podamos elegir a nuestros representantes. Lo de antes fue una oligarquía donde participaban unos pocos. Hoy tenemos una democracia, pero donde también participan unos pocos.

[cita]El nivel de participación nos devuelve al Chile anterior a 1965, donde menos del 40% de los mayores de 18 años participaban de la elección de representantes. La diferencia, sin embargo, es la siguiente: antes de 1960 Chile era un sistema político oligárquico donde por ley se excluía a un segmento importante de la población de participar del proceso político. Hoy, en cambio, el sistema democrático en teoría garantiza que todos y todas podamos elegir a nuestros representantes. Lo de antes fue una oligarquía donde participaban unos pocos. Hoy tenemos una democracia, pero donde también participan unos pocos. [/cita]

Las nuevas autoridades, entonces, son legítimamente electas pero enfrentan un problema de representación. Una importante mayoría (55%) no concurrió a depositar su voto para elegir una Presidenta en esta segunda vuelta. Pero podríamos ir mucho más allá. Cerca del 60% no fue a votar para elegir a sus representantes en el Congreso. Los parlamentarios de la Nueva Mayoría representan al 23% del electorado, mientras los de la Alianza, representan sólo al 17,6%. Por ejemplo, el senador Andrés Allamand obtuvo 240 mil votos en su circunscripción, representando sólo al 8,9% de su territorio. El senador Guido Girardi en tanto obtuvo 361 mil votos, representando al 13,4% del electorado de su territorio.

El problema es que el actual sistema político no logra representar a la gran mayoría de la población. ¿Cómo resolver este dilema de tener una democracia de baja densidad? Primero, se requiere una reforma sustantiva a los partidos políticos –que son instituciones representantes de los intereses sociales–. Segundo, se necesita repensar el sistema de representación para incorporar mecanismos de participación directa de modo de transferir poder efectivo a la ciudadanía. Tercero, se requiere atender el crítico problema del abstencionismo juvenil. Finalmente, se necesita revisar el sistema electoral que desincentiva la participación en elecciones.

Una democracia sin ciudadanía afectará de modo gravitante al país. Nuestros representantes comenzarán a responder a sus electores, y si aquellos electores son de sectores medios y altos, adultos y adultos-mayores las políticas públicas se orientarán a satisfacer aquellas demandas. La tragedia del voto voluntario es que nuestra democracia se transformará en una “democracia de los pocos” (pocos electores que eligen a sus representantes) y, por lo tanto, estos representantes gobernarán para estos pocos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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