Publicidad

La democracia representativa como macho Alfa

Egon Montecinos
Por : Egon Montecinos Director Centro de Estudios Regionales, Universidad Austral de Chile
Ver Más

Las principales decisiones estratégicas que toman los representantes políticos a escala regional o local, no necesariamente se vinculan a los procesos participativos. Estos procesos ven reducidos sus impactos –en la mayoría de los casos– a escala barrial, no incidiendo en las políticas públicas de ciudad. La falta de vinculación entre la planificación territorial y la participación ciudadana, termina siendo un factor determinante para reducir el impacto de la participación a actividades no esenciales dentro de la gestión política de gobernantes e instituciones.


Existe consenso, en la literatura y en el ejercicio de la política, en que la complementariedad entre la democracia representativa y la democracia participativa es el cuadro ideal para avanzar en la profundización, legitimidad y perfeccionamiento de nuestras democracias. Ello, porque se supone que combinados los modelos (representativo y participativo), el representante y el representado juegan roles mucho más activos que en el escenario de un modelo exclusivamente representativista, como el que predomina en Chile.

La idea central de la democracia representativa es que, ante la imposibilidad de que los ciudadanos se gobiernen a sí mismos, éstos deben elegir a sus líderes políticos, pues son ellos los que deben ser activos y tomar las decisiones públicas. Bajo este supuesto, es natural que los ciudadanos asuman un rol pasivo durante el mandato del gobernante, situación que se revierte cuando el ciudadano debe elegirlo, ya que ahí se debe volver activo, principalmente participando en elecciones libres y competitivas. Por otra parte, en la idea de la democracia participativa, los ciudadanos asumen un rol mucho más activo que en la democracia representativa, fundamentalmente en la incidencia directa sobre la formulación y el control de las políticas públicas.

¿Qué ha pasado en la práctica de nuestras democracias? A raíz del análisis de diversas experiencias de democracia participativa que he realizado en América Latina, particularmente del presupuesto participativo, se aprecia una relación con la democracia representativa totalmente dispar con la visión idealista de la complementariedad. Esto sucede por el predominio de tres factores que juegan en contra del complemento de ambos modelos, y como consecuencia se provoca una relación subordinada de las expresiones participativas ante las representativas.

[cita]Las principales decisiones estratégicas que toman los representantes políticos a escala regional o local, no necesariamente se vinculan a los procesos participativos. Estos procesos ven reducidos sus impactos –en la mayoría de los casos– a escala barrial, no incidiendo en las políticas públicas de ciudad. La falta de vinculación entre la planificación territorial y la participación ciudadana, termina siendo un factor determinante para reducir el impacto de la participación a actividades no esenciales dentro de la gestión política de gobernantes e instituciones. [/cita]

Primero, las nuevas expresiones participativas no logran permear los clásicos diseños de las instituciones representativas y terminan implementándose por fuera de los circuitos institucionales tradicionales. Como consecuencia, muchas veces no forman parte de la “gestión política” de alcaldes, menos de la estructura burocrática de intendencias, estados o municipalidades, consolidándose como “programas de participación” bajo la coordinación de unidades secundarias dentro de la gestión pública.

Segundo, las principales decisiones estratégicas que toman los representantes políticos a escala regional o local, no necesariamente se vinculan a los procesos participativos. Estos procesos ven reducidos sus impactos –en la mayoría de los casos– a escala barrial, no incidiendo en las políticas públicas de ciudad. La falta de vinculación entre la planificación territorial y la participación ciudadana, termina siendo un factor determinante para reducir el impacto de la participación a actividades no esenciales dentro de la gestión política de gobernantes e instituciones.

Tercero, la falta de una legislación que respalde y sostenga las experiencias participativas, independiente de la voluntad política de los gobernantes de turno, es un factor que contribuye negativamente a sostener en el tiempo las experiencias de democracia participativa. Es cierto que las leyes no garantizan la participación ciudadana, menos la profundidad de los procesos, pero sí pueden ayudar a provocar un contrapeso político entre las experiencias participativas y las instituciones representativas. Los casos de Perú y República Dominicana han demostrado que las leyes no pueden garantizar que por decreto los gobernantes poco democráticos se transformen en participativos. No obstante, sí garantizan la promoción, difusión y masificación de la participación en la ciudadanía y el fortalecimiento de las experiencias previas de participación.

Tal como se han desarrollado las experiencias de democracia participativa en Chile, y en algunos casos de América Latina, la relación no es de complementariedad, es dispar. Si llevamos la relación entre la democracia representativa y la democracia participativa al plano de relaciones entre animales sociales, la primera sería el macho Alfa, ya que es quien se demuestra con mayor rango en la comunidad democrática, a quien el otro modelo sigue y se acomoda de acuerdo al espacio que le ofrece el primero.

El desafío en Chile es abrir espacios de participación, vincularlos a los procesos de planificación, ojalá en un marco legal que asocie la participación ciudadana con “decisión” (no sólo con consulta e información) sobre asuntos políticos y públicos. La clave para que se haga sostenible y complementaria a la democracia representativa es sumar a la sociedad civil con un rol preponderante, con aperturas institucionales pero también con ciudadanos más activos que estén dispuestos a tomar parte en las decisiones a las que son convocados. Creo que Chile hoy cuenta con ciudadanos dispuestos a dejar de ser meros receptores pasivos y pasar a ser importantes protagonistas de las políticas públicas en todos sus niveles. Hay esperanza entonces, para tener una democracia participativa que mire de igual a igual a la democracia representativa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias