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Abstención electoral: La sintonía con la sociedad civil

Miguel Santibáñez
Por : Miguel Santibáñez Secretario ejecutivo Acción AG
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La abstención electoral leída en clave de democracia representativa ciertamente puede ser un problema, sobre todo para la clase política que no ha sabido convencer respecto de las bondades que tendría este ejercicio delegativo. Pero en el nuevo escenario político –instalado desde el histórico año 2011– vemos levantarse un discurso de más y mejor democracia que conlleva, a lo menos, nuevos canales de participación política ya no a nivel procedimental, sino que contengan un verdadero sentido y fundamentos del por qué y para qué es importante incluir a todos los grupos humanos en ella.


Una abstención del 59 por ciento se registró en la última elección presidencial, siendo la más alta desde el regreso a la democracia. Independientemente de las lecturas conspirativas y mezquinas de un minúsculo sector de la derecha derrotada (que buscaron sin éxito desacreditar la legitimidad de quienes ganaron la elección), la alta cifra puso en la agenda no sólo la discusión acerca de la legitimidad de la democracia representativa, sino también la idea en la clase política de dar un paso atrás y reponer el voto obligatorio, el que fue suprimido con acuerdo de la Alianza y la mayoría de los votos de la Concertación.

Los datos respecto del comportamiento electoral de la ciudadanía permiten abrir un análisis tanto en relación a los niveles de entendimiento entre representantes y representados, como respecto del nuevo escenario político que ha puesto bajo las luces la ciudadanía. Esto es, cómo se entiende la democracia y la forma de ejercerla hoy en día.

Tendemos a pensar que cuando la ciudadanía elige enmudecer e inmovilizarse, estando la palabra y el acto disponibles, se está frente a una manifestación de desencanto, reprobación o indiferencia a lo político, la política o la democracia. Sin embargo, las conclusiones toman otra complejidad si se atiende al contexto de una historia larga de luchas ciudadanas que activan una vida democrática más rica: la sociedad chilena –fruto de la movilización social–, cambió y su cambio lo hizo para el bien de todos y todas. La abstención electoral leída en clave de democracia representativa ciertamente puede ser un problema, sobre todo para la clase política que no ha sabido convencer respecto de las bondades que tendría este ejercicio delegativo. Pero en el nuevo escenario político –instalado desde el histórico año 2011– vemos levantarse un  discurso de más y mejor democracia que conlleva, a lo menos, nuevos canales de participación política ya no a nivel procedimental, sino que contengan un verdadero sentido y fundamentos del por qué y para qué es importante  incluir a todos los grupos humanos en ella. Se trata, en definitiva, del desafío de la construcción de un proyecto político que discuta el modelo de desarrollo, cuyo centro sean las personas, en orden a resignificar a todos y todas más que meros partícipes de un diseño conocido, sustancia viva de lo que se desea construir.

La sociedad civil se constituirá en el sujeto político de mayor relevancia en este nuevo ciclo político. Si vemos hoy a personas que rehúsan manifestarse frente a un hito político en calidad de ciudadano/a y eligen vivir el día en su rol de consumidor o espectador, entonces será de alta responsabilidad política poner acento en mejorar la democracia representativa. La principal responsabilidad aquí es de los actores del sistema político institucional y rol de los partidos políticos, del gobierno, del parlamento, de las autoridades locales y del sector privado.

Pero hay más: lo que está pidiendo la ciudadanía son nuevos mecanismos institucionales de democracia participativa o directa, de democracia regional, de mejor democracia local, de cercanía. Mecanismos como elecciones de autoridades regionales, participación en la gestión pública y en el diseño de las políticas públicas que los afectan, revocación de mandato, rendición de cuentas, plebiscitos vinculantes, entre otros cambios urgentes como piso mínimo para perfeccionar la democracia.

Con todo, si se entiende que la mejor noticia de los últimos años viene de la toma de conciencia de que convivimos en una sociedad que se organiza y que se hace escuchar, poniendo en evidencia la crisis de los ámbitos que les afectan –bienes públicos (educación, justicia tributaria, salud, pensiones, trabajo decente, vivienda y ciudad) y bienes comunes (agua, energía, aire, respeto al medio ambiente)–, y de las demandas históricas de un proyecto social y político inclusivo, el escenario se enriquece y el análisis comprensivo debe ser más exigente y profundo.

Conscientes de que la participación ciudadana es consustancial a la democracia y un indicador de su calidad, las OSC hemos sido y seremos un actor con vocación de cambio; avanzaremos en la tarea de asumir un rol crítico, fortaleciendo a un ciudadano informado, reclamando un nuevo marco constitucional a través de un proceso de Asamblea Constituyente que supere al actual, que es ilegítimo e indiferente frente a los derechos de las personas.

El nuevo ciclo que se anuncia no se reduce a contar con nuevas autoridades en el gobierno, ni con una nueva forma de hacer política, sino que se refiere, principalmente, a un ciclo que se oriente desde el entendimiento eficaz y en sintonía con la sociedad civil que se organiza. Sea desde establecimientos educativos, desde recintos industriales, asambleas territoriales, agrupaciones indígenas, de género u otras identidades colectivas, lo que está por venir es una democracia que debe establecer un diálogo con la sociedad civil, la cual puede abstenerse del acto eleccionario, pero que no lo hará cuando tenga algo más que decir y proponer, sobre todo cuando votar sea una más de las acciones relevantes del ejercicio de la democracia.

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