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Incitación, odio y Los Tres

Daniel Loewe
Por : Daniel Loewe Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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El punto es si una expresión artística (musical en este caso) debe ser condenada en razón de expresar realidades sociales condenables de un modo acrítico. La evidente respuesta es que, si así fuera, al menos la mitad de las películas debiese ser condenada y –si usted piensa que esta condena moral es razón suficiente para prohibirlas– retirada de cartelera.


El tema despierta controversia. Un grupo musical presenta un videoclip de una de sus últimas creaciones musicales. Trata de un hombre engañado, despechado, que, cuasi víctima de las circunstancias, opta por la tradición: matar a la adúltera. Parece corrido mexicano. ¿Recuerda a La Enterradora?:

“Si la ven quémenla en leña verde /  si la ven mátenla por traición”

Son las evocativas palabras con las que comienza este temazo de Antonio Aguilar. Y luego viene la declaración de intenciones: “ando en busca de la enterradora / de la enterradora de mi corazón”. ¿Incitación al femicidio?

Pero la canción de la que hablamos no es un corrido (aunque mucho les debe). Es la composición de Los Tres: Hey, Hey, Hey. Que carezca de mérito artístico es irrelevante. Lo interesante es que contiene declaraciones de intenciones similares a las del corrido de Aguilar:

Tráeme la escopeta porque le voy a disparar / al amor de mi vida que me acaba de traicionar”

Es decir, la solución tradicional (que podemos leer diariamente en los periódicos) al engaño, a su suposición, o incluso al abandono.

Reconozco que el tema intranquiliza. Siendo mi hijo a los 3 o 4 años amante de los corridos, transmutamos a La Enterradora que cantábamos rumbo al jardín en La Aspiradora. El resultado tenía quizás más gracia que el original. De cualquier modo, lo que esta transmutación denota es que hay algo realmente incómodo en explicarle a un niño las intenciones asesinas de un hombre por la mujer que ama. El engaño duró hasta la operación de amígdalas, adenoides y tímpanos, luego de la cual la realidad bestial se abrió paso en la bondad primitiva, como diría Rousseau. Y entonces hay que empezar a explicar. Bienvenido al mundo.

[cita]El punto es si una expresión artística (musical en este caso) debe ser condenada en razón de expresar realidades sociales condenables de un modo acrítico. La evidente respuesta es que, si así fuera, al menos la mitad de las películas debiese ser condenada y –si usted piensa que esta condena moral es razón suficiente para prohibirlas– retirada de cartelera.[/cita]

Y es que la realidad de nuestro mundo no suele aventajar a las mujeres. Su discriminación es usual en muchas tradiciones. Hay buenas explicaciones. Los órdenes tradicionales tienen sesgos en desmedro de algunos de sus miembros, usualmente los más débiles. Entre otros, mujeres, niños y minorías sexuales. Esto se debe a que no todos los miembros de una cultura o religión participan en los procesos de formación de los entendimientos sociales vinculantes en igual pie, sino que éstos son un destilado de las opiniones de los que históricamente han tenido el poder para hacer sus puntos de vista vinculantes. Y estos suelen ser hombres.

En el caso de las mujeres, es común instituir modos de control de su autonomía, independencia y, por cierto, sexualidad. Entre muchos otros (la imaginación masculina es sorprendente) incluyen la seclusión, la mutilación genital, los asesinatos “de honor”, y la violencia común (“quien te quiere te aporrea”). Aquí se encuentra una explicación de la solución tradicional –el asesinato– y de su expresión en la música popular (naturalmente se puede optar por una explicación biológica neodarwinista, que da para cualquier cosa). Pero, en el caso de estas expresiones musicales, ¿se trata de expresiones profundas de misoginia, de apología o incluso de incitación al femicidio?

La ministra del Sernam no dudó en su respuesta. A su juicio, el video de Los Tres es condenable porque “Naturaliza la violencia y el femicidio como forma de resolver conflictos”. La respuesta de Los Tres es inequívoca. A su juicio, sólo una mente enferma y desviada podría considerar ‘Hey, hey hey’ una apología al femicidio y la violencia contra las mujeres. Es decir, en su lectura creadora, la canción no expresaría lo que la ministra le adjudica.

Evidentemente, mentes perversas y desviadas abundan. El punto es si una expresión artística (musical en este caso) debe ser condenada en razón de expresar realidades sociales condenables de un modo acrítico. La evidente respuesta es que, si así fuera, al menos la mitad de las películas debiese ser condenada y –si usted piensa que esta condena moral es razón suficiente para prohibirlas– retirada de cartelera. Las expresiones artísticas podrían expresar estas realidades sólo en tanto tomasen una posición crítica frente a ella, ya sea mediante la ironía (¿recuerda Corazones Rojos de Los Prisioneros?) o la condena abierta.

Esta estrategia no es atractiva. Primero, dentro de un amplio –no ilimitado– espectro debiésemos velar por la autonomía del arte, aunque sea mediocre, de las fuerzas coactivas del Estado (aunque no necesariamente de la opinión pública). Sabemos bien lo que sucede al dar prioridad a los intereses integristas o moralizadores por sobre la independencia de la creación artística. Acuérdese de Salman Rushdie. Pero esto vale aún en casos en que los intereses en cuestión sean indiscutibles (como el interés fundamental en acabar con el femicidio). Segundo, una expresión artística no puede ser calificada como errada o extraviada porque no condena abiertamente una situación condenable, ya que esto supondría que uno de los fines de la creación artística coincide con un objetivo moral, lo que a todas luces es inviable. Finalmente, las expresiones artísticas recurren –es cierto, unas más y otras menos– a la abstracción y exigen, por tanto, esta capacidad más allá de la literalidad en su decodificación. En una cierta lectura abstracta el video de Los Tres pudiese admitir una posición condenatoria del femicidio (aunque no me quemo las manos por esto).

Pero la autonomía del arte no debiese ser un cheque en blanco. Hay situaciones límites e intolerables en cualquier sociedad decente. Piense en las “expresiones artísticas”, como la del belga Jan Fabre, que consiste en arrojar gatos por las escaleras. Los derechos de los otros (pero no el sentirse ofendido –ya que las susceptibilidades humanas son inmensas, esto da para cualquier cosa–) son un límite evidente. Otro límite se encuentra en las incitaciones a la violencia (también al femicidio, que es violencia letal contra mujeres). El uso de la música en la incitación al odio y violencia es común y ha sido muy estudiado (¿recuerda el cántico de los reclutas de la armada en que mataban argentinos, fusilaban bolivianos y degollaban peruanos?). Piense en los grupos de música neonazi, como –entre muchos otros– Macht und Ehre (Poder y Honor), que en sus letras incitan a asesinar nuevamente judíos («Auschwitz, Dachau, und Buchenwald –da machen wir die Juden auf’s Neue kalt» / «Auschwitz, Dachau, y Buchenwald –ahí vamos a matar de nuevo judíos») o al odio contra musulmanes y extranjeros de piel oscura. Un grupo prohibido en Alemania.

Pero de ahí a afirmar que los límites a la creación artística debiesen coincidir con la condena expresa, por parte de estas creaciones, de situaciones a todas luces condenables, hay un trecho difícilmente transitable si no queremos ahogar el arte en la moral y también en la moralina.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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