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Capitalismo académico y desmemoria: ¿cómo andamos por casa? Opinión

Capitalismo académico y desmemoria: ¿cómo andamos por casa?

Eduardo Sabrovsky
Por : Eduardo Sabrovsky Doctor en Filosofía. Profesor Titular, Universidad Diego Portales
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En Arcis, en cambio, y por misteriosas y de nuevo lamentables circunstancias, jamás se le informó a la comunidad académica de todos los tejemanejes de los cuales nos estamos enterando hoy; menos se le preguntó su opinión, quizás porque es difícil que los profesores-taxi se puedan hacer de tiempo para asistir a reuniones (cuando las cosas se hacen mal, los “detalles triviales” pasan a primer plano). De hecho, en la UDP cada año el rector da una cuenta pública.


Me refiero a “Desmemoria institucional y capitalismo académico: respuesta a Eduardo Sabrovsky”, columna publicada en este mismo medio como respuesta a un texto anterior de mi autoría.

Si nos sacamos de encima la espesa cortina de humo que las argumentaciones especiosas intentan tender, podemos constatar que Arcis, precisamente en estos años, ha hecho el muy legítimo intento de insertarse en el “capitalismo académico”. De otra manera no se entienden sus esfuerzos por obtener acreditación institucional. Esfuerzos que no han logrado su objetivo: Arcis sólo está acreditada por dos años, prontos a caducar. Y la causa de este fracaso es, por desgracia, más simple y menos gloriosa que lo que el Prof. Salazar intrincadamente elabora: Arcis carece de profesores de jornada completa, se mantiene sobre la base de la sobreexplotación de un proletariado académico, los profesores-taxi que llevan años, incluso décadas, con contratos a honorarios. Así no se puede hacer universidad, ni en condiciones del capitalismo, ni bajo ningún otro sistema social que pudiese estar en el horizonte. Porque, que se sepa, socialismo académico o comunismo académico no existe; a lo más, podría existir como proyecto. Pero que, como todo proyecto, tendría que partir por hacerse cargo de las condiciones iniciales, y partir desde ahí. ¿Desde cuándo, como el Prof. Salazar parece pensar, reconocer las condiciones objetivas es sinónimo de sumisión acrítica y del bloqueo de propuestas que sean genuinas alternativas –genuinas, y no meramente imaginarias–?

En estos términos, y hasta fines de la década de los noventa, por establecer un hito temporal que no pretende ser exacto, Arcis lo había hecho notablemente bien. La larga lista de méritos y figuras académicas que el Prof. Mauro Salazar evoca era, por esos tiempos, reconocida incluso por “Artes y Letras” de El Mercurio, (reportaje titulado “Luces de la República”). De hecho, en una columna publicada en este mismo medio hace pocos meses («Desalojos: una cuestión de límites«), y en relación a las tomas que han desangrado a Arcis (y a la complacencia de algunos académicos con esta autodestrucción), escribí: “Durante ya casi veinticinco años, la Universidad ARCIS se ha esforzado por establecer en Chile un polo de pensamiento crítico, ligado a la tradición de la izquierda. En áreas como Artes Visuales, Ciencias Sociales, Filosofía, Estudios Culturales, muy castigadas por la dictadura, ARCIS desempeñó un rol pionero. Y fue capaz de mantener, en condiciones que no siempre fueron fáciles, estándares intelectuales elevados. Por sus aulas y salones de conferencias desfilaron personalidades del mundo intelectual como Jacques Derrida, Felix Guattari, Jacques Rancière y Eric Hobsbawn, por sólo nombrar algunos). Su Área de Estudios Culturales, dirigida por Nelly Richard, abrió un espacio privilegiado para la reflexión y el pensamiento crítico”.

Pero no es posible ni recomendable pasarse la vida haciendo reverencias a lo que fue sin hacerse cargo de explicar, sin echarle la culpa al empedrado, qué anduvo mal. Allí, yo apunto a la cultura aristocrático-decadente que Arcis, y buena parte de la izquierda a nivel global, ha comprado en las últimas décadas. De hecho, en mi columna de junio ya lo hice, en términos que me permito citar in extenso:

[cita]Lo que escoge ignorar es, de nuevo, un punto álgido. Porque lo que determinó la salida de Cuadra fue un movimiento de la comunidad académica organizada. Movimiento posibilitado por la existencia de una comunidad académica que, ya entonces, había logrado vivir bajo condiciones materiales de producción académica que hacían posible su autonomía. Me refiero a la existencia, ya por esos años, de profesores con jornadas completas, y con trayectorias académicas que los avalaban: ello, sumado al repudio a su impresentable trayectoria política, hizo insostenible la permanencia de Cuadra en la Rectoría. Hay una cierta simetría en esto, por cierto, sólo formal. Cuadra, al igual en esto, y solamente en esto, a Jorge Insunza y a Juan Andrés Lagos, era un político, desconocedor, en cuanto tal, de la lógica del mundo académico.[/cita]

“Desde hace algo así como una década, se han sucedido en Arcis sucesivas tomas –algunas propiciadas por conspicuos académicos de la misma institución– que, al menos para mí, que observo desde afuera, no podrían sino desarticular cualquier proyecto académico. Quizás, especulo, la ‘cultura ARCIS’, al menos en una de sus componentes, ha tenido algo que ver, desgraciadamente con esto. Me refiero a esa cultura de izquierda que considera a priori que toda autoridad es ilegítima; que es incapaz por ello de mirar de frente lo que fue la experiencia del socialismo del siglo XX, la de aquellos lugares donde el socialismo tuvo que hacerse real, y enfrentar la realidad del ejercicio poder, de la autoridad. No hay espacio aquí para analizar más a fondo las causas de esta amnesia, de esta ceguera, la cual, por cierto, tampoco afecta de la misma manera a toda la cultura de izquierda. Pero aquí esa cultura, su lado anárquico, entra en resonancia con un componente importante del pensamiento neoliberal (su ala llamada ‘libertaria’): lo que ambas comparten es el sueño de una sociedad sin reglas, sin autoridad: una sociedad autorregulada, sea por el mercado; sea porque todos los antagonismos entre los seres humanos han desaparecido, y estamos de vuelta al paraíso. ¿No será que, a través del bombardeo de los medios –recomiendo ver el último spot de Movistar–, la juventud chilena se ha tragado la píldora libertaria?”.

Como estas líneas –y la misma columna que el Prof. Salazar comenta– lo muestran, no culpo a profesores ni a estudiantes, sino que pongo la mirada sobre algo que un sociólogo debiera estar en condiciones de entender: una cultura (quizás, siguiendo a Pierre Bourdieu, habría que pensar en un “habitus”) que opera sin necesidad del consentimiento explícito de los sujetos (al poner la mirada sobre esto, estoy diciendo algo más, que seguramente el Prof. Salazar enseña a sus alumnos, pero en su  afán defensivo ahora olvida: los fenómenos sociales no se explican por las conductas individuales de los sujetos). Una cultura del laissez faire, laissez passer que pasa hoy por ser de izquierda, y con la cual el PC tropezó, de modo que le impidió desarrollar su muy válido proyecto (lea bien, Prof. Salazar). Y que ha terminado envolviendo a estudiantes, profesores y directivos (excepciones, por cierto, siempre hay).

El Prof. Salazar insinúa obscuras explicaciones psicológicas para mi reflexión sobre Arcis (“vértigos biográficos con el Partido Comunista”, escribe). Mala práctica: el Prof. Salazar no tiene cómo tener la menor idea de eso, de modo que lo que termina haciendo es psicología-pop, al estilo de las revistas del corazón. Y, de nuevo, se precisa leer bien. Porque, comentando mi afirmación de que en Arcis sólo hay y ha habido profesores de izquierda –ésta es, por mi parte, sólo una constatación empírica, que debiera empezar por ser analizada en esos términos, para sólo después entrar a especulaciones más de fondo–, el Prof. Salazar concluye que yo estaría denunciando “un proceso de indoctrinamiento a los alumnos bajo la matriz marxista-leninista”.

Yo, por cierto, no he escrito nada de eso. No me cabe duda alguna de que aquello que en Arcis se enseña –mal o bien, ese es otro asunto– no es, en absoluto, “marxismo-leninismo” ni nada que remotamente se le parezca, sino el último grito de la moda que viene de la theory de la academia US-americana (una amalgama de filosofía, teoría literaria, psicoanálisis, entre otras disciplinas), a la cual alegremente están adscritos los autores que el Prof. Salazar menciona, y que algo tiene de Marx, pero nada en absoluto de Lenin.

Y aquí desembocamos en la verdadera cuestión del capitalismo académico, que se refiere menos a las cuestiones institucionales, y mucho más a la hegemonía que tal theory ejerce a nivel global. Por cierto, la hegemonía es un hecho duro (tan duro, que tiende a  invisibilizarse, la respuesta del Prof. Salazar lo demuestra), que no es posible ignorar a voluntad. Por otra parte, no se trata tampoco que todo en la tal theory ande mal, por el contrario. Lo único que anda mal –pero esto es fatal, y da cuenta de su carácter de ciega emanación del capitalismo académico– es la pretensión, de la cual buena parte de esta theory es portadora, de que sería posible hacer política directamente desde la academia, ignorando precisamente lo que Lenin sabía muy bien: que el tiempo de la política (o de lo político, si se prefiere) es el tiempo de la decisión, del “ahora”. La temporalidad de la academia, en cambio, es muy otra: es la eternidad del claustro, de la biblioteca, del seminario. Transcurrido siglo y medio, aún es posible seguir discutiendo El Capital de Marx y Engels; dos milenios y medio, y aún es válido escrutar los textos de Platón o de Aristóteles. Lo mismo con Spinosa, con Leibniz, con Kant, con Hegel, y un larguísimo etcétera. La relectura de estos clásicos permite advertir que quedaron allí cabos sueltos, posibilidades que el autor mismo no exploró. Pero lo que la theory falazmente hace es extraer de ahí conclusiones que pretenden ser directamente políticas, y medidas desde las cuales cualquier intento de hacer política real aparece como desviación, traición, etc. De hecho, el PC sufre y ha sufrido por las críticas que provienen de esta falacia, mediante la cual los académicos –y los estudiantes que no tienen aún la madurez intelectual para advertirlo– se apoderan espuriamente de los oropeles, heroicos en el caso de Chile, de la política de izquierda.

O sea, lo que yo le critico a Arcis no es “un proceso de indoctrinamiento a los alumnos bajo la matriz marxista-leninista”; más bien, llamo la atención sobre su sumisión acrítica –la de muchos de sus académicos, no todos por cierto– a la theory –es decir, al horizonte intelectual del capitalismo académico– y su nula consideración de pensadores de la política real, como Lenin. Por cierto, no estoy abogando a favor de ningún adoctrinamiento, sino de relecturas que permitan, por ejemplo, entender, más allá de la demonización o del simple olvido, cuáles fueron las decisiones que, en condiciones de una lucha real, trazaron el curso de los socialismos reales; también, más profundamente, cuál es la concepción de la temporalidad de la política en Lenin; cómo se relaciona ella con la temporalidad en la tradición de Marx, del idealismo alemán y sus antecedentes, etc.

“Para que nosotros seamos inocentes, la UDP debe ser culpable”: ése parece ser el lema bajo el cual el Prof. Salazar escribe. La UDP, y Sabrovsky (otros comentarios, surgidos de fuentes similares, pero escritos en lenguaje menos académico, se han encargado de recordar que Sabrovsky es un judío). El Prof. Salazar me enrostra la genealogía de la UDP y mi, según él, complacencia con la rectoría de Francisco Javier Cuadra (“No recuerdo que Eduardo Sabrovsky haya escrito el año 2005 alguna columna que llevara por título ‘El retiro del pinochetismo de la UDP, el fracaso de una universidad comprometida’”, escribe). Lo que escoge ignorar es, de nuevo, un punto álgido. Porque lo que determinó la salida de Cuadra fue un movimiento de la comunidad académica organizada. Movimiento posibilitado por la existencia de una comunidad académica que, ya entonces, había logrado vivir bajo condiciones materiales de producción académica que hacían posible su autonomía. Me refiero a la existencia, ya por esos años, de profesores con jornadas completas, y con trayectorias académicas que los avalaban: ello, sumado al repudio a su impresentable trayectoria política, hizo insostenible la permanencia de Cuadra en la Rectoría. Hay una cierta simetría en esto, por cierto, sólo formal. Cuadra, al igual en esto, y solamente en esto, a Jorge Insunza y a Juan Andrés Lagos, era un político, desconocedor, en cuanto tal, de la lógica del mundo académico. En el caso de estos últimos, entonces, mi crítica no tiene nada que ver con que sean dirigentes del PC (y, por cierto, dirigentes que pueden exhibir trayectorias de vida que yo al menos respeto profundamente). Pero, como escribió en alguna parte Bertold Brecht, «la única virtud de un comunista es ser un buen comunista». Con esto Brecht enfatizaba la novedad del comunismo: su «virtud» no sería medible mediante ningún criterio moral preexistente. Pero, además, se sigue de esa frase que ser comunista no garantiza ser ni buen papá, ni buen estudiante, ni buen nada.

Ni, menos, conocer el mundo académico y estar en condiciones de dirigir una universidad. Y saber por tanto reconocer en ella la presencia del “capitalismo académico”: de esa ideología emanada de la theory y emparentada con la cultura del hedonismo, del «antiautoritarismo» contemporáneo; una ideología que condensa lo peor del liberalismo y que hizo fracasar el muy válido proyecto de una universidad comprometida (válido no significa que todas las universidades y todos los académicos debieran adherir a él).

Todo el dinero que recibe la UDP corresponde a ingresos por matrículas; AFI –la UDP es hoy por hoy la universidad privada que recibe la mayor proporción de estudiantes de altos puntajes–; proyectos ganados en fondos concursables. A diferencia de aquello que los Max Marambio y similares pudieron y debieron hacer por Arcis, carecemos de donantes. La UDP es una Fundación efectivamente sin fines de lucro, en la cual la institución está obligada a ser propietaria de sus instalaciones y no puede ni enajenar sus activos sin el visto bueno de la comunidad. Todos los excedentes se reinvierten; hay transparencia total en el tema platas. De este modo, la UDP ha logrado contar con una excelente infraestructura, y con una Editorial que es, a estas alturas, una de las mejores editoriales universitarias del mundo de habla hispana. En Arcis, en cambio, y por misteriosas y de nuevo lamentables circunstancias, jamás se le informó a la comunidad académica de todos los tejemanejes de los cuales nos estamos enterando hoy; menos se le preguntó su opinión, quizás porque es difícil que los profesores-taxi se puedan hacer de tiempo para asistir a reuniones (cuando las cosas se hacen mal, los “detalles triviales” pasan a primer plano). De hecho, en la UDP cada año el rector da una cuenta pública; este año está programada para el viernes 17 en la Casa Central, Ejército con Gorbea. Si aún es tiempo, extiendo al Prof. Salazar una invitación, para que tenga la oportunidad de hacerse de una opinión informada.

Tengo la enorme satisfacción de ser parte de este proyecto, que coincide con mi proyecto de vida. Sabrovsky es un judío sin plata, sin herencia; he logrado, con esfuerzo, dedicar mi vida a lo que siempre soñé: leer, pensar, escribir, enseñar. Soy Profesor Titular, jerarquizado por profesores titulares de la U. de Chile: en la UDP la jerarquía académica significa que no es necesario caerle bien al jefe o tener una determinada adscripción política –por ejemplo, a la ideología del capitalismo académico disfrazado de pensamiento de izquierda– para conservar la pega; tengo total libertad de cátedra al igual que la totalidad de mis colegas. Soy profesor del Instituto de Humanidades, enseño, junto a casi una decena de colegas, todos con jornada completa, en un Magíster y un Doctorado, ambos acreditados. Del orden de la mitad de los estudiantes de Magíster son becados por la universidad; en el caso del Doctorado, son todos becados, y la beca incluye un sueldo, de modo que puedan dedicarse plenamente al estudio.

Todo esto no cayó del cielo. Los que estamos aquí convertimos este lugar, que en su origen era un fundo dirigido por un terrateniente benevolente, en una genuina universidad. La genealogía, por la que alega el Prof. Salazar, no es un destino mítico. Tenemos una Asociación de Académicos poderosa, de la cual me precio de haber sido uno de sus impulsores y fundadores. Podemos ser todo lo críticos que queramos, porque estamos verdaderamente jerarquizados. Y tenemos del orden de cuatrocientas jornadas completas: la UDP no se sostiene en la vergonzosa y académicamente nociva explotación de profesores-taxi.

Además: aquí, aunque parezca trivial, a un profesor jamás se le ocurriría no llegar a la hora a su clase; todas las actividades comienzan a la hora programada, y terminan a la hora programada. Tampoco se le ocurriría no entregar, al menos con tres meses de anticipación, un  programa detallado, sesión por sesión, de cada curso que va a dictar. Tampoco, demorarse más de un par de semanas en entregar notas; tampoco, no dedicarle tiempo, semana a semana, a sus tesistas. Como digo en la columna que suscita tan airados comentarios del Prof. Salazar, la vida no es más que tiempo, y el respeto empieza por estas cuestiones. Cuestiones sin duda “burguesas”, menores, ante la mirada aristocratizante que Lenin, en este caso, lamentablemente no logró parar.

Es todo lo que puedo decir por ahora. Buenas vacaciones a todos los lectores.

PD: El Prof. Mauro Salazar termina su diatriba recomendando un libro de mi autoría, publicado hace ya 25 años. Como yo, en buena parte gracias al alero académico que la UDP me otorga, no he dejado de pensar y escribir, me permito agregar un ítem más reciente a dicha recomendación: Chile, tiempos interesantes. A 40 años del Golpe Militar, Ediciones Universidad Diego Portales, 2013. En venta en la mejores librerías.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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