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Bachelet: el desafío de pasar de la tecnocracia a la participación

Iván Auger
Por : Iván Auger Abogado y analista político
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Los acuerdos no pueden ser pro cíclicos, el aprovechamiento inmediato de las alzas del precio de productos primarios, como ha sido la historia de Venezuela. Nuestro país se enorgullece de tener un sistema anticíclico similar al famoso de Noruega: un fondo de inversiones en cartera para protegernos. Empero no tenemos comparación. Nuestro PIB per cápita bruto es el 15 % del noruego, nuestra desigualdad más del doble y nuestro gasto gubernamental la mitad como porcentaje de la economía. Los noruegos conocieron primero la democracia y el desarrollo que al petróleo. En nosotros fue al revés, la élite se emborrachó con el salitre, y todavía es premoderna, especializada en productos primarios y comercio, con la agravante de que hicieron desaparecer el Estado.


Bachelet es la figura política más popular al iniciarse el siglo XXI. Apareció, sin ser muy conocida, en la elección presidencial del 2004. Su empatía, en contraste con la tecnocracia de la pospolítica chilena, la transformó en la candidata de la ciudadanía. Se impuso sobre la partidocracia concertacionista, que se aprestaba a coronar al MAPU. Y, aunque tuvo tecnócratas en su gobierno, Velasco por ejemplo, impuso en su relación con la sociedad su modo de ser y los chilenos la sintieron suya. Terminó su mandato con una aprobación del 84 %.

Cuatro años más tarde, cuando se presentó de nuevo a una elección, las encuestas la dieron muy por sobre posibles rivales. Ganó lejos, y sus partidarios en el Congreso lograron la mayoría de cuatro séptimos, por primera vez en el pospinochetismo, una de las barreras que nos legó la dictadura para controlarnos. Ahora podemos finalmente modificar las leyes orgánicas.

Nubarrones

Las elecciones son indicadores que van más allá de quien saca más votos. También indican el sentir popular. Y en estas últimas también hay nubarrones. Bachelet, con su base en las encuestas hizo campaña para ser elegida en primera vuelta, pero no lo logró. El obstáculo no fue la rival derechista, sino los candidatos disidentes, en su mayoría centroizquierdistas, y la abstención. Además, sacó menos sufragios en ambas vueltas que hace ocho años y votaciones inferiores a las que prometían las encuestas.

No captó en la segunda vuelta a la mayor parte de los votos de los presidenciables disidentes, al igual que Frei, el único candidato concertacionista que perdió una elección presidencial. Y sus candidatos a diputados, a pesar de aumentar sus bancas, perdieron un séptimo de sus votos populares, unos 500 mil sufragios.

El colapso  de la derecha

La derecha por su parte colapsó, al igual que después del gobierno de Jorge Alessandri, a pesar de sus cifras económicas. La razón, en Chile no ha habido modernización capitalista, somos un caso de desarrollo frustrado y muy desigual, un Gini por sobre 0,50, gracias a la fronda aristocrática. Y cuando la derecha gobierna se hacen más notorios los abusos de las élites, y el capital social, una cohesión fundada en la confianza, se deconstruye al hacerse más notoria la desigualdad.

[cita]Los acuerdos no pueden ser pro cíclicos, el aprovechamiento inmediato de las alzas del precio de productos primarios, como ha sido la historia de Venezuela. Nuestro país se enorgullece de tener un sistema anticíclico similar al famoso de Noruega: un fondo de inversiones en cartera para protegernos. Empero no tenemos comparación. Nuestro PIB per cápita bruto es el 15 % del noruego, nuestra desigualdad más del doble y nuestro gasto gubernamental la mitad como porcentaje de la economía. Los noruegos conocieron primero la democracia y el desarrollo que al petróleo. En nosotros fue al revés, la élite se emborrachó con el salitre, y todavía es premoderna, especializada en productos primarios y comercio, con la agravante de que hicieron desaparecer el Estado.[/cita]

Ese supuesto libre mercado, que es oligopólico, no está en nuestro ADN. Las pocas victorias electorales que logra la derecha con mercadotecnia y dinero duran poco. Y se terminan reduciendo a su base, el barrio alto de Santiago.

Las nuevas clases medias

A lo que se suma que hay una gran brecha entre la dirigencia y la base potencial de la centroderecha. La mayoría que así se declara –encuestas CEP y de La Tercera– está de acuerdo con elevar los tributos a las empresas, despenalizar el aborto, suprimir el binominal, crear una nueva Constitución, priorizar la educación universitaria gratuita, etc.

Por ello, en las comunas con mayoría de la clase media  emergente, tales como Antofagasta, Calama, Maipú, Puente Alto y 20 similares, los candidatos alternativos superaron un tercio de los votos en la última elección, una protesta contra ambas coaliciones, pero más contra la derecha. En sólo dos de ellas, esta última los superó, pero en las otras perdieron ante los terceristas por más de 10 puntos porcentuales (Daniel Brieba, El Festival de la Urna).

Ese contexto indica que las presiones sociales aumentaron. Y lo confirma el que los sucesores en la Confech sean más radicales que Camila y Jackson. Llegó el momento de cambiar, pasar de las soluciones tecnocráticas a la negociación con los movimientos sociales, es decir, dar participación en la elaboración de las soluciones a los interesados, estudiantes, mapuches, sindicatos, ecologistas, regionalistas, etc.

Los acuerdos no pueden ser pro cíclicos, el aprovechamiento inmediato de las alzas del precio de productos primarios, como ha sido la historia de Venezuela. Nuestro país se enorgullece de tener un sistema anticíclico similar al famoso de Noruega: un fondo de inversiones en cartera para protegernos. Empero no tenemos comparación. Nuestro PIB per cápita bruto es el 15 % del noruego, nuestra desigualdad más del doble y nuestro gasto gubernamental la mitad como porcentaje de la economía.

Los noruegos conocieron primero la democracia y el desarrollo que al petróleo. En nosotros fue al revés, la élite se emborrachó con el salitre, y todavía es premoderna, especializada en productos primarios y comercio, con la agravante de que hicieron desaparecer el Estado. Por ello, a pesar de nuestro sol y vientos nortinos, nuestro progreso eléctrico es comprar tecnología instalada en vez de desarrollarla nosotros mismos como lo hace Asia. Primero, tenemos que comenzar a desarrollarnos.

Reformas bacheletistas

Por ello, en la construcción de las reformas educacional y tributaria, por ejemplo, hay que proponer líneas gruesas, escuchar y negociar. La gratuidad puede ser rápida, basta subir impuestos, pero incrementar la calidad de verdad es lento, parte de la formación de profesores. Y es contra cíclica en un país en desarrollo por sus efectos a largo plazo. La gratuidad de una educación de mala calidad, en cambio, es pro cíclica, la desastrosa enfermedad holandesa.

Para actuar así, Bachelet II tendría que descontaminar su gobierno del consenso de Washington, es decir, de economistas acríticos y poco imaginativos. E incentivar que senadores y diputados de la Nueva Mayoría se acerquen a los ciudadanos.

Un buen ejemplo es la iniciativa de las diputadas electas Camila Vallejo y Karol Cariola, junto con los senadores Adriana Muñoz y Carlos Montes, que se entrevistaron con diversos grupos sociales para coordinar acciones que impulsarán los parlamentarios cuando asuman sus cargos el 11 de marzo. Entre los temas tratados se encuentran migración, salud, derechos del niño, discapacidad, así como el desarrollo de pequeñas y medianas empresas.

Si el cambio no se nota desde un comienzo, la designación del gabinete, aumentará la presión social. No hay tiempo que perder.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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