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El Fallo de la Educación

Juan Sebastián Montes
Por : Juan Sebastián Montes Consejero Evopoli y ex intendente de Los Lagos
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La soberbia y el narcisismo parecieran ser la tónica de los críticos y no parecieran querer bajar los brazos en su reclamo de “gratuidad universal ahora”. Todo el mérito que tuvieron en levantar un movimiento estudiantil que hizo cambiar las agendas y puso a la educación en el primer lugar de las prioridades nacionales, pareciera irse depreciando con el paso del tiempo, no en cuanto a sus ideas fundacionales –compartidas por el grueso de la población–, sino en cuanto a la intransigencia de los medios (instalando una suerte de marcha y paros permanentes en las calles, como si eso fuese a mejorar la calidad de la educación) y la irresponsabilidad de forzar fines contra toda evidencia empírica de equidad.


El fallo de la Haya fue importante, pero más lo será en el mediano y largo plazo el fallo de la educación. Fallo en un doble sentido: algo que cruje y no funciona, por un lado; y, por el otro, un resultado complejo que tiene más considerandos que los que la ciudadanía quiere ver.

​¿Cuál es la esperanza de vida de un equipo ministerial en educación? Probablemente la más baja de todos. ¿Cuál es la expectativa de que el equipo que sea pueda cambiar el estado de la situación imperante? La mayoría piensa que poco. Esas son creencias muy malas para un país que necesita urgentemente invertir más, mejorar la calidad y cobertura de su educación, en especial escolar y preescolar, donde está la madre de todas las batallas y la explicación de la mayor parte de las desigualdades. Ese es el fallo de la educación. Un fallo político e institucional, por haber sido incapaces de mantener equipos en educación empoderados para llevar a cabo transformaciones profundas y de largo plazo en el sistema, en especial aquellas que van más allá de los ladrillos, como el estatuto docente o los problemas de la municipalización, ambos por cierto bastante más complejos que la política de educación superior.

​Venimos de cuatro años donde ha habido cuatro ministros de Educación y eso no es bueno. Por eso, incluso estando en la otra orilla política de la dupla Eyzaguirre-Peirano, no puedo sino desearle la mejor de las suertes y resulta frustrante ver la cantidad de críticas que han llovido desde su nombramiento. Chile necesita que lo hagan bien y si este gobierno tiene las mayorías suficientes y consigue los acuerdos transversales para llevar a cabo reformas de mayor envergadura, en buena hora. Pero no la tienen fácil, las jaurías se han cebado y creen tener el derecho a poner las pasiones y el ladrido delante de los razonamientos.

[cita]La soberbia y el narcisismo parecieran ser la tónica de los críticos y no parecieran querer bajar los brazos en su reclamo de “gratuidad universal ahora”. Todo el mérito que tuvieron en levantar un movimiento estudiantil que hizo cambiar las agendas y puso a la educación en el primer lugar de las prioridades nacionales, pareciera irse depreciando con el paso del tiempo, no en cuanto a sus ideas fundacionales –compartidas por el grueso de la población–, sino en cuanto a la intransigencia de los medios (instalando una suerte de marcha y paros permanentes en las calles, como si eso fuese a mejorar la calidad de la educación) y la irresponsabilidad de forzar fines contra toda evidencia empírica de equidad.[/cita]

​Resulta esperable, pero no por ello menos preocupante, que desde los sectores más ultra de la izquierda –una izquierda que ya no es extraparlamentaria, sino que habita y vive dentro de la Nueva Mayoría– se haya criticado tan ácidamente  a ambos nombramientos. El blanco es claro, ambos se han pronunciado contra una gratuidad universal e inmediata de toda la educación superior, tal como lo han hecho prácticamente todas las personas razonables en el país que conocen del tema, desde Mariana Aylwin y José Joaquín Brunner, ambos ex ministros de Educación en gobiernos de la Concertación, hasta el Padre Montes, Educación 2020,  Harald Beyer y prácticamente todos los economistas del país.

Pero la soberbia y el narcisismo parecieran ser la tónica de los críticos y no parecieran querer bajar los brazos en su reclamo de “gratuidad universal ahora”. Todo el mérito que tuvieron en levantar un movimiento estudiantil que hizo cambiar las agendas y puso a la educación en el primer lugar de las prioridades nacionales, pareciera irse depreciando con el paso del tiempo, no en cuanto a sus ideas fundacionales –compartidas por el grueso de la población–, sino en cuanto a la intransigencia de los medios (instalando una suerte de marcha y paros permanentes en las calles, como si eso fuese a mejorar la calidad de la educación) y la irresponsabilidad de forzar fines contra toda evidencia empírica de equidad.

Porque hay que decirlo así, fuerte y claro, una gratuidad universal de la educación superior, si bien suena bien porque es la aspiración de todas las familias y jóvenes del país, no resulta ni justa ni oportuna en este momento en el país. La Sra. Juanita no tiene por qué pagarles los estudios a un ingeniero ni a un médico y menos a personas que tienen bastante más recursos que ella. La política es una cuestión de prioridades y de equidad, no lo olvidemos.

Pero estamos hablando de una generación que ha nacido y vivido en la prosperidad, sin quiebres democráticos y con crecimientos sostenidos que han ido eliminando la pobreza, pero a la vez en un país que se ha ido segregando y centralizando cada vez más. Una generación que no está preocupada de cuidar las instituciones y que cree que cerrar una universidad estatal por meses o pegarle a un carabinero en la calle no tiene consecuencias. Pues las tiene y muchas. China genera 7 millones de egresados de universidades al año y en una economía del conocimiento no hay piedad ni marcha que valga para la fuga de cerebros y empleos de un país a otro. Nuestra productividad y los niveles de bienestar a que nuestra sociedad puede acceder, no van a cambiar porque la Universidad haya sido gratis o no. Esto va a cambiar cuando tengamos preescolar para el 100% de los niños y niveles escolares de calidad, con buenos directores y profesores, que puedan sacar lo mejor de sí mismos y de sus alumnos. Hoy esto no es así.

Paradójicamente, el diagnóstico no cambia mucho entre las personas que conocen y han estudiado el problema de la educación. Lo que se necesita es romper con las capturas que impiden los cambios y sostener el impulso en el tiempo, hacia la única dirección que debiera tener: mayor equidad en el sistema y mejor calidad de educación en las salas de clase. Así como en el siglo XX el fallo fue la cobertura, la calidad de la educación es el desafío del siglo XXI. Un fallo en educación durante la presente década será inapelable y nos dejará relegados a la exportación de materias primas, junto a serias desigualdades y conflictos internos. Para cambiar esto se necesitan pantalones y este gallito que se está dando ahora permite ver las tensiones que se darán en el próximo gobierno. A nombre de muchas generaciones de niños que no debieran esperar, le deseo mucha suerte al nuevo equipo en Educación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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