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La democracia de la Confech y otras falacias

Daniel Díaz Díaz
Por : Daniel Díaz Díaz Estudiante de Ingeniería Civil Industrial de la Universidad de Chile. Ex vicepresidente del Centro de Estudiantes de Ingeniería en 2011.
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Probablemente, la generalización apresurada le haya ocurrido a la autora por su estadía y vivencia en la Facultad de Filosofía e Historia de la U. de Chile, la que es una de las facultades de una de las universidades de la Confech, pero no tuvo problemas en plantear una generalidad a raíz de esa vivencia. No contenta con lo anterior, expone las “ideas de la Confech”, pero sin argumentar por qué ella dice que son las ideas de la Confech, o sea, no da argumentos para sostener lo que expone.


El pasado viernes, posiblemente motivada por un cúmulo de declaraciones emanadas de distintas organizaciones de «gobierno estudiantil», se publicó una columna titulada «La falsa democracia de la Confech», que se refiere, como su nombre lo dice, a un análisis relacionado a las ideas motoras de los dirigentes estudiantiles de la Confech. El resultado de ese análisis fue un texto realmente fascinante, digno de estudio, porque podría perfectamente ser usado como base de enseñanza para cualquier grupo que desee aprender a escribir panfletos usando estrategias retóricas que eviten entrar en contradicciones argumentativas, simplemente porque o bien no hay argumentaciones, o bien las argumentaciones son lo suficientemente vagas como para no poder contrastarse, o bien porque sus contradicciones quedan disfrazadas dentro del discurso retórico.

La autora empieza su texto aseverando que existen “algunos analistas que ponen en el tapete el exagerado dogmatismo del movimiento estudiantil”. Con esta aseveración, ella tiene dos objetivos: aportar al discurso que se construye sobre el sujeto de análisis, que es levantado por un sector y que se sustenta sin darse antecedentes de ello (dogmatismo y movimiento estudiantil), y también otorgar un antecedente sobre el sujeto de análisis para invalidarlo. Además, para cumplir con ese objetivo, ella se sustenta en una autoridad anónima  –“algunos analistas”– y, además, no define los conceptos antes de usarlos, de manera tal que queden suficientemente amplios y vagos como para que no pueda ser contrastados –¿qué es para la autora el ser “exageradamente dogmático”?, ¿son los analistas ‘citados’ por ella adecuados como para tener autoridad sobre el tema?–. Tanto sus objetivos como sus medios están clasificados y estudiados dentro del análisis de discurso y de argumentación, y se llaman “falacias”, los que en este caso entran en las categorías de argumentación ad nauseam –argumentación por hastío–, falacia de “envenenar el pozo” –plantear características negativas del argumentador para invalidar su punto–, falacia de la autoridad anónima en conjunto con una falacia de autoridad. Todo esto en sólo una oración. Espectacular.

[cita]Probablemente, la generalización apresurada le haya ocurrido a la autora por su estadía y vivencia en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. de Chile, la que es una de las facultades de una de las universidades de la Confech, pero no tuvo problemas en plantear una generalidad a raíz de esa vivencia. No contenta con lo anterior, expone las “ideas de la Confech”, pero sin argumentar por qué ella dice que son las ideas de la Confech, o sea, no da argumentos para sostener lo que expone.[/cita]

Posterior a ello, plantea que “una cuestión clave de entender es su particular visión de la democracia”. La palabra “particular”, ¿qué función cumple?, ¿por qué no la omite?, porque cumple un objetivo: darle una connotación negativa previa a lo que aún no expone, a través de asignarle una característica de “ajeno a lo común” a esa idea. Esto cae en las categorías de falacias de “envenenar el pozo” y una versión de falacia “ad populum” –argumento que se usa para validar una idea porque existe un grupo amplio que la considera cierta–. Esto con una sola palabra. Notable.

Asimismo, expone las “ideas de democracia de la Confech” basada en el actuar de algunos grupos y, pese a que anteriormente especifica que es sobre un sector en particular, lo trata en su texto como un grupo homogéneo. Este punto se compone de dos falacias que ocurren al mismo tiempo: generalización apresurada –que es el plantear que con el reconocimiento de un número reducido de casos de una característica se puede ampliar ella a todo el grupo– y “falacia de composición” –que consiste en asignarle una característica a una entidad grupal por plantear que esa característica está en cada parte–. Probablemente, la generalización apresurada le haya ocurrido a la autora por su estadía y vivencia en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. de Chile, la que es una de las facultades de una de las universidades de la Confech, pero no tuvo problemas en plantear una generalidad a raíz de esa vivencia. No contenta con lo anterior, expone las “ideas de la Confech”, pero sin argumentar por qué ella dice que son las ideas de la Confech, o sea, no da argumentos para sostener lo que expone. “En primer lugar, no creen en una democracia formal, como rayado de cancha para todos. Las reglas de una democracia son buenas o malas en la medida en que benefician o no a la causa por la que se lucha”, ese es el grueso de la idea, deja suficientemente vagos los conceptos como para adecuarlos a su discurso y no argumenta nada. Nada más. Sublime.

Más adelante, plantea que existe un “rechazo al voto individual” desde la Confech, y asocia esta “postura” a las ideas del corporativismo del fascismo italiano de principios del siglo XX. Obviando el hecho de que en las federaciones de la Confech hay voto universal y secreto para elegir a los representantes, el hecho de asociar una idea con una figura negativa de la sociedad para atacar a esa idea, entra en la categoría de “falacia por asociación”, que es asociar dos entidades porque comparten una misma característica, similar a decir que los vegetarianos son racistas y malas personas porque Hitler era vegetariano, o que la derecha liberal chilena es asesina porque la ocupación y pacificación de la Araucanía fue realizada durante los gobiernos liberales de la segunda mitad del siglo XIX. Simplemente genial.

Luego, la autora nuevamente incurre en una falacia de asociación al sacar, “a pito de nada”, una comparación de la Confech con el Partido Comunista, de manera tal de seguir alimentando otra falacia por hastío, de asociar a la Confech con “los comunistas”.

Finalmente, después de generar una caricatura y banalizar el pensamiento sobre la democracia –y, de paso, de otros aspectos que no tenían mucho que ver– de los partícipes de la Confech, concluye que “esta es (…) la visión de democracia del movimiento estudiantil. Es de esperar que durante este 2014 los medios de comunicación y algunos sectores políticos, como la misma Nueva Mayoría, dejen de santificar a sus dirigentes (…)”. Conclusión a la que llega luego de que en todo el texto toma las ideas del grupo en cuestión, genera una caricatura de ellas –lo que se conoce como “construir un hombre de paja”–, para luego construir una pseudoargumentación basada en esa caricatura para argumentar en contra de ella y asociarla a ese grupo –“derribar el hombre de paja”–. Esta falacia se llama, precisamente, “hombre de paja”. Y la construye a lo largo de todo el texto para rematar con ella. Genialidad pura.

Sinceramente, me parece espectacular que una autora –y el grupo asociado a ella– pueda tener tal capacidad retórica para hacer tamaños panfletos. Habría varios grupos que estarían altamente deseosos de participar en un curso organizado por ellos. Bellísima expresión. Lo único que llama la atención, es que haya sido escrito por alguien que es candidata a Magíster en Historia, pero eso es harina de otro costal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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