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Ciencia y tecnología: una estrategia para su articulación eficaz en el Estado

Mario Durán Toro
Por : Mario Durán Toro Director Científico, INGMAT Centro I+D
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Ideas existen, abundan y de calidad. Orquestar, afianzar y armonizar los diferentes instrumentos legales, partituras administrativas y el coro de voces provenientes de los variopintos involucrados, deviene imprescindible para que resuene fuerte el concierto, en la gran bóveda social de esta virtuosa obra de futuro. Los ejecutantes y el director de este desafío estratégico deben, eso sí, poseer preparación, conocimientos, experiencia, habilidades, reconocimiento y enormes ganas de participar para que ninguna nota sea disonante con el futuro de nuestro país.


Las sociedades modernas del Siglo XXI se desarrollan, en gran medida, por la capacidad de cada una de ellas para crear nuevo conocimiento y convertirlo en productos y servicios tangibles que satisfagan las necesidades de las personas. Se suma a ello, además, la destreza para impactar en los mercados globales que les aseguren los más altos estándares de productividad y competitividad. Este círculo virtuoso de generación de conocimiento y valor económico viene, eso sí, en forma irrestricta de la mano del desarrollo Científico, Humanista y Tecnológico del país, con una orientación estratégica Innovadora. Chile no será un país desarrollado si no enfrentamos de manera decidida nuestras deficiencias en este ámbito. Por eso es que estas líneas buscan invitar a los ciudadanos a abrirse al debate, no temerle y contribuir a la discusión, de modo que se sancione si este tema debe convertirse en una Política de Estado y en uno de los grandes desafíos de las próximas décadas.

Como asunto esencial de aquello, está el proyecto de Ley sobre Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación, enviado para su tramitación al Congreso Nacional por el Presidente Sebastián Piñera en días pasados. Ahí se propone definir un nuevo marco institucional, en sus diferentes aristas: estructural, legal, administrativo y político, que dé soporte en estas materias a nuestro país. Sin ahondar en mayores detalles, se propone la creación de un Ministerio de Educación Superior, Ciencias, Tecnología e Innovación y, en sus entrañas, dos Subsecretarías: una de Educación Superior, símil de la que existe bajo el alero del Ministerio de Educación, y otra para temas de Ciencia, Tecnología e Innovación.

Nada nuevo bajo el sol. Se ha escuchado desde hace un buen tiempo y hasta ha generado, incluso, algún debate intenso y acalorado en el medio académico, ya que comporta elementos con repercusiones fundamentales para la República de Chile. Estimo que dicho proyecto de Ley no se ha discutido lo suficiente –lejos de eso–, y que es además una propuesta equivocada, pues contiene errores conceptuales, algunos de gran envergadura. De manera sucinta y esquemática, adelanto algunos argumentos críticos acerca de las falencias de este proyecto, con el afán de que nutran la discusión.

I) La Educación Superior como se define y entiende en la visión de una República Moderna, en esencia la formación avanzada, el entrenamiento científico/humanista y la capacitación técnica/profesional de los seres humanos, es resorte y se debe dar en las universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica. Y estos deben depender de la mirada educativa de largo plazo que tenga el Estado. No hay misterio ni lugar a innovación en este punto. La Educación Superior debe permanecer donde está: en el Ministerio de Educación. Repensar, adecuar, discutir procedimientos, reestructurar, etc., son conceptos que no asustan y bien pueden contribuir a modernizar esta Secretaría.

[cita]Ideas existen, abundan y de calidad. Orquestar, afianzar y armonizar los diferentes instrumentos legales, partituras administrativas y el coro de voces provenientes de los variopintos involucrados, deviene imprescindible para que resuene fuerte el concierto, en la gran bóveda social de esta virtuosa obra de futuro. Los ejecutantes y el director de este desafío estratégico deben, eso sí, poseer preparación, conocimientos, experiencia, habilidades, reconocimiento y enormes ganas de participar para que ninguna nota sea disonante con el futuro de nuestro país.[/cita]

II) La innovación es un concepto que, sin pretender entrar a discutir su semiología, apunta a la forma abierta y desprejuiciada, casi optimista, que los seres humanos deben adoptar para enfrentar la vida. Y no sólo los temas aquí tratados. Por tanto, pretender incorporarlo en la designación de un Ministerio, parece extraño, por decir lo menos. Algo así como refundar el Ministerio de OO. PP. y renombrarlo Ministerio de las Buenas Obras Públicas.

III) Esta visión se hace cargo de un hecho histórico, deuda impostergable con Ciencias Sociales y Humanas. Escuelas que no han logrado recuperar la trascendencia y estructura que consolidaran en Chile hasta los años 70. Por lo tanto, enmendar de manera explícita la referencia a este ámbito, bien podría llevarnos a Ciencias, Humanidades, Tecnología, con una orientación estratégica Innovadora. Denotado, esta vez, por el acrónimo CHT&I.

IV) Emprender la tarea mayor de crear un Ministerio, cualquiera sea éste, sin antes haber realizado jornadas estratégicas, debates públicos y discusión amplios, es inadecuado. Proponemos, aquí y ahora, generar una jornada de análisis estratégico: CT&I como Política de Estado, que cuente con la participación de amplios sectores de la sociedad chilena y que tenga como objetivos: 1) Empoderar y alinear a los diferentes actores de CT&I para una acción sinérgica y sincronizada; 2) Discutir y delinear la nueva institucionalidad CT&I que los distintos referentes piensan para Chile. Además, y mirando la experiencia de la CONAMA, esta hazaña bien puede durar varias décadas.

V) Durante las discusiones acaecidas para la presidencial del año 2009, algunos académicos propusieron pagar una deuda histórica con la comunidad científica y tecnológica nacional recuperando el Rol Legal de CONICYT, creado en 1966 por el Presidente Eduardo Frei Montalva, como institución asesora del Presidente de la República para definir y conducir la política nacional en Ciencia y Tecnología. Esta propuesta fue bien recibida y apreciada en la época, tanto por los partidarios de Sebastián Piñera, como por los de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Restablecer el consejo de CONICYT, suspendido en 1974 por la dictadura militar, para lo que se requiere derogar el Decreto Ley número 668 del año 1974 parece lo más eficaz, eficiente y esperanzador. Debiera tomar no más de un año su implementación. Mientras, y en paralelo, se coordinen y ejecuten las tareas inmediatas que aseguren la continuidad de la gestión de CT&I, y que potencien los logros de estas últimas décadas. Parece razonable insistir en una Reorganización Estratégica de CONICYT para la creación de una institucionalidad permanente y altamente profesionalizada. Con capacidad de liderazgo, representativa de la comunidad nacional, con credibilidad y con sustento político de largo plazo. Será esta nueva organización la que planifique y realice labores de inteligencia en investigación científica y negocios tecnológicos. Y que, además, coordine a las agencias de financiamiento, implemente tareas de control de gestión y sea la responsable de entregar información sistemática de los recursos utilizados y de sus impactos reales.

Esta institución podría tener una generación de sus autoridades similar a la del Banco Central, con la autonomía necesaria para establecer políticas de Estado transparentes y de largo plazo, que generen confianza y credibilidad pública en los actores involucrados en la investigación y el desarrollo económico. Es deseable que en ella haya representantes del Poder Ejecutivo, académicos, personalidades de la industria y de la sociedad –éstos dos últimos con consulta al Senado–, y sus nombramientos traspasen los periodos presidenciales.

Ideas existen, abundan y de calidad. Orquestar, afianzar y armonizar los diferentes instrumentos legales, partituras administrativas y el coro de voces provenientes de los variopintos involucrados, deviene imprescindible para que resuene fuerte el concierto, en la gran bóveda social de esta virtuosa obra de futuro. Los ejecutantes y el director de este desafío estratégico deben, eso sí, poseer preparación, conocimientos, experiencia, habilidades, reconocimiento y enormes ganas de participar para que ninguna nota sea disonante con el futuro de nuestro país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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